jueves, 1 de abril de 2010

7/10.- REFLEXIONES PSEUDO-FILOSÓFICAS

7/10

Reflexiones pseudo-filosóficas


Sigue habiendo noticias, felizmente pocas, de ésas en cuya lectura es necesario pellizcarse para saber si uno, mientras las lee, está despierto o soñando. La que hoy me trae mi amigo Polidoro, recortada de una hoja de un diario impreso, de fecha del pasado día 6, es de las que mueve al pellizco que digo, incluso pellizco de monja, que dicen que es de los que más duelen, y por consiguiente de los que más pronto despiertan al pellizcado.
Nos cuenta -¿y qué nos importará a nosotros, los simples mortales, saberlo?-, que cierto individuo, al jubilarse, tendrá una pensión de algo más de 79 millones de euros, se supone que anuales. Con eso del infausto invento del euro nos hacen pasar churras por merinas, sin darle mayor importancia al trueque de moneda. Y digo esto por que esa cifra –aunque sólo sean los 79 millones pelados, sin el pico-, aparentemente sin importancia dicha en euros, son nada menos que algo más de 13.144 millones de pesetas, ó, escrita toda ella en números 13.144.450.000 pesetas, algo así como 36.834.109 pesetas diarias, ¡casi 37 millones de pesetas diarios! Total, nada, puesto que dicho en euros apenas representan 216.438,35 €/día. ¿Y qué es eso? Para algunos, por lo que se lee, poco menos que nada. Dios les perdone.
Mientras leo esas asombrosas cifras, correspondientes a esa insólita jubilación de ese extraordinario individuo al que desconozco y cuya valía y dotes personales no me atrevo a poner en duda, no puedo por menos de recordar los casi cuatro millones y medio de parados que tenemos en España, con pensiones miserables la mayoría, y muchos sin pensión ninguna, sobreviviendo malamente gracias a las ridículas subvenciones o las ayudas de unos y de otros, viéndose algunos desalojados de sus viviendas, expropiadas por esas mismas o parecidas entidades que luego pueden conceder tan asombrosas jubilaciones a sus capitostes.

-No te disgustes, José María –me dice Polidoro, arrepentido de haber sido el portador de esa insólita noticia que me ha revuelto las tripas-, siempre ha sido así. Creímos que en un Estado que se dice socialista, reinaría la Justicia Social–con mayúscula-, por igual para todos los ciudadanos, sin distinción de clases, por mucho poder político o económico que éstas clases detentasen u ostentasen o gozasen, que igual da, pero ya vemos que aún dista mucho para acercarnos a esa Arcadia feliz que llegamos a soñar un día, y no sólo eso, sino que cada día son mayores las distancias que separan a unas clases de otras. Concretamente, en el caso de referencia, la distancia es astronómica, puesto que esas cifras jubilosas -¿o vergonzosas?-, escapan a nuestros cálculos. Tú mismo me has hablado de lo mucho que te ha costado transformarlas en pesetas, y de que, vistos los números obtenidos, has tenido que repetir las operaciones matemáticas, por la duda que te ofrecía su resultado y cuantía, e incluso de que aún sigues dudando, temiendo haberte equivocado en su cálculo. No temas, José María, a mí también me salen las mismas astronómicas cifras.

-Jamás pretendí la igualdad absoluta entre los hombres, amigo Polidoro –le digo-, pues de sobra sé que esa igualdad no pasará jamás de ser una utopía, pero he soñado siempre con unas distancias más cortas entre ellos, entre todos nosotros, mensurables en números asequibles a nuestro entendimiento, no necesariamente necesitadas de términos astronómicos para poder ser evaluadas. Las grandes distancias, si necesarias en el Universo, resultan absurdas en esta pequeña bola de mierda donde transcurre nuestra corta y miserable existencia. Por muchos miles de millones que le sumes a un hombre, no dejará de ser eso, un hombre, y en ocasiones ni eso, una caca. Aunque no sea éste el caso. O como decía un mi amigo de juventud, aludiendo a un presumido de entonces, una mierda pinchá en un palo y puesta al sol. Líbreme Dios de calificar así de crudamente al beneficiario de la jubilación astronómica objeto de nuestro comentario, que seguramente es un fuera de serie, un ser extraordinario, aunque muchas veces no hay más que escarbar para llevarse una sorpresa o encontrarse con lo que no se esperaba. Cuando se nos dijo que España ya era un Estado socialista, renació en mí la esperanza de que “ésto” iría a cambiar, de que tendríamos Gobiernos que cuidarían de raer toda sombra de injusticia sobre la faz de nuestra tierra, empezando –por ejemplo- por vigilar la Usura, ese mal que se ceba en los más necesitados, acabándolos de ahogar; un Gobierno que cuidaría de controlar las riquezas en cuanto éstas fuesen descompasadas o injustificables; que cuidaría de tantas y tantas cosas como es necesario vigilar en una economía de libre mercado, que no quiere decir en la que se pueda actuar libremente, sin coto ni medida, imponiendo la ley del más fuerte o la influencia del más desvergonzado, siempre barriendo para dentro, sino en la que todos tengamos las mismas oportunidades, para ofertar y para adquirir los bienes precisos para la subsistencia.
Algo marcha mal en este mundo cuando tales desigualdades pueden seguir dándose. Y lo que está mal, equivale a lo que está enfermo. Los políticos, en sus brillantes discursos, sobre todo preelectorales, no se cansan de prometer justicia, de empezar sus frases diciendo “vamos a hacer…” esto y lo otro y lo de más allá, pero lo cierto es que lo que había que hacer, se queda tal como estaba antes, es decir mal. Y así seguimos, década tras década, sin cambiar. El virus de la “dineritis” se ha enseñoreado del mundo, y no hay antídoto conocido que lo cure. Cada día es mayor el afán de dinero, y cada día se agrava la enfermedad, no obstante las huecas palabras, las falsas promesas de redención de nuestros capitostes.
Me recuerda esta situación, esta dolencia, aquella frase leída hace mil años, no sé donde, ni tampoco de quién era, en la que se decía así: “Aegrotus non quaerit medicum eloquentem, sed sananten”, o séase, poco más o menos, en román paladino, lo siguiente: “El enfermo no quiere médico elocuente, sino sanante o sanador”, es decir eficaz, que lo cure, no que hable mucho.


Polidoro, que tiene sus visos de latinista, que no en vano hizo aquel bachiller con siete años de latín, -¡Oh tempora, oh mores!-, me responde así: -No te preocupes, amigo José María, que al final todo se arregla, aunque triste es que tengamos que esperar a ese final. Recuerda lo que decía Séneca, de “Aequa mors est”, de que la muerte es imparcial. O lo que dicen nuestros hermanos portugueses, de que “Tanto morre o Papa, como quem não tem capa”, frase que, por lo clara y rotunda, no precisa de traducción para ser entendida por todos nosotros.

-Entrados ya de lleno, ambos, en terrenos lindantes con la pedantería, amigo Polidoro, tampoco estaría nada mal seguir la doctrina franciscana y decir, como decía aquel santo, “Deseo poco, y lo poco que deseo, lo deseo poco”. Es principio, éste, que recuerdo muy a menudo, especialmente cuando me pongo pseudo-filosófico y me da por pensar en la imposibilidad de llevarse uno sus riquezas al otro mundo. ¿Para qué almacenar tanto si con bastante menos me bastaba, y lo sobrante no me lo podré llevar conmigo? Como decía al principio, partidario soy de las clases sociales, que, en realidad, son las que mueven el mundo con su humano afán por superarse, pero sin que nadie sea osado a estirar los pies más allá de lo que deben cubrir unas razonables mantas. Una cosa es premiar el mérito y esfuerzo personal, y otra muy distinta creer que sólo con dinero puede premiarse al esforzado. Hablando de dinero: Bebe, incluso hasta más allá de lo que sea necesario para saciar tu sed, pero deja agua para los demás. Así, aunque un poco abreviado (Bebe, pero deja agua a otros), decía un cartel puesto en una fuente africana, donde el agua escaseaba. Es lectura de mis años mozos, que me impresionó profundamente, y que procuré adoptar como lema. Y hasta creo poder decir que he seguido al pie de la letra. Tal vez es que tengo poca sed.

-De todos modos, José Maria, -me dice Polidoro-, ¿qué íbamos a hacer tú o yo, o ambos a la vez, con 13.144.450.000 pesetas anuales, algo así como 36.834.109 pesetas diarias, ¡casi 37 millones de pesetas diarios!? ¡Cómo para volverse locos! Demos, pues, gracias a Dios de que nos deje cuerdos.

Antes de que te vayas, Polidoro –le digo-, quiero recordar contigo aquel libro, “Jaque al millón” se titulaba, cuyo autor no recuerdo, leído allá en Mahón por los últimos años 30 del pasado siglo, cogido de entre los libros de mi padre. Creo recordar que a un individuo le dejaban una herencia fabulosa, pero con la condición de que debía gastarse un millón de dólares en un día. El libro no hace otra cosa que relatar los sudores que pasó aquel infeliz durante aquel largo día, intentando gastar el millón sometido a prueba, sin poderlo malgastar, ni tampoco hacer caridades excesivas, es decir administrándolo como un buen padre de familia lo hubiese hecho y gastado. ¿Cómo lo hizo? No lo sé; han pasado muchos años desde aquella lectura. Sólo recuerdo que fueron veinticuatro horas de intenso sufrimiento, pensando aquel sujeto en cómo cumplir la condición que le había sido impuesta para poder recibir el resto de la herencia. Si aquel sujeto sufrió tanto y tan sólo por un millón, ¿qué no sufrirá un sujeto que reciba casi treinta y siete millones de pesetas cada día? Tienes razón, Polidoro; demos gracias a Dios por nuestras escuetas pensiones, con las que, aunque tengamos que hacer filigranas, conseguimos comer todos los días y llegar a fin de mes. ¡Bendito sea, pues!


José María Hercilla Trilla
Salamanca, 12 Febrero 2010

(Publ. en www.esdiari.com del 15-02-10)

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