martes, 6 de abril de 2010

8/10.- DE LAS ESPONTÁNEAS "CORRESPONSALÍAS".

8/10

De las espontáneas “corresponsalías”


Hoy, tener amigos, supone en no pocos casos, tener “corresponsales” que nos abruman con sus comunicaciones, remitidas a través del ordenador, algunas aprovechables, ciertamente, aunque la mayoría de las veces totalmente desechables y ociosas. Depende del amigo. Mejor dicho de los citados espontáneos “corresponsales”, pues los amigos se eligen, y estos otros, los que nos colapsan el ordenador, algunas veces ni sabemos quienes son, ni cómo son, aunque en ocasiones sea presumible adivinarlo.
Pero incluso entre esos correos o e-mails desechables, de vez en cuando, alguno hay que encierra pensamientos aprovechables, aunque almacenarlos suponga mucho trabajo para su destinatario, por lo que la mayoría de las veces son eliminados una vez leídos. En ocasiones, hasta sin abrirlos. Alguno de esos pensamientos tengo recogidos, colocados uno tras otro, según los recibía, pero que luego, en raras ocasiones, me paro a leer. La escasez de tiempo, no me lo permite. Sin embargo, sé que están ahí, a mi disposición, prestos a darme un consejo o hacerme una advertencia.
En ocasiones he pensado que reunir todos esos “pensamientos” en un libro, no sería vano empeño. Cuando ya se ha cansado uno de leer tanta novela –ninguna comparable a la vida misma-, entretiene detenerse un instante a leerlos, y después de haber leído unos cuantos de esos pensamientos, algunos muy acertados, otros muy profundos, ponerse a meditar en lo que mentes más claras que la tuya nos han dejado escrito.
Creo recordar que, en cierta ocasión, un padre escribió a su joven hijo, que se iba a estudiar a la Universidad, una serie de consejos para que le sirvieren de guía en ese nuevo mundo en el que iba a entrar por razón de sus estudios, del que desconocía todo. Parece ser que tanto éxito tuvieron aquellos consejos, ampliados en número conforme avanzaba el joven su carrera, que llegaron a ser recogidos y agrupados en un librito que alcanzó gran éxito de difusión entre el público. Su autor fue un honrado padre de familia, llamado Jackson Brown, y el librito se publicó bajo el título de “Vivir feliz”.
Y es de lo que se trata, de ser felices. Así de sencillo. El problema está en que no todos opinamos igual cuando entramos a considerar en qué consiste esa felicidad. Basta preguntar a unos y otros: ¿Tú, qué pedirías para ser feliz? El abanico de respuestas es extensísimo, aunque estas sean las más corrientes: Amor, Riqueza, Salud, Poder, Longevidad, Más riqueza todavía, etc.
Recuerdo un compañero de estudios, de hace mil años, ¿qué habrá sido de él?, que me confesaba que su mayor felicidad sería que suspendieran el curso al resto de la clase, salvo a él, único aprobado. Hay que tener mala sangre, pero de vez en cuando se encuentra uno a gente así en el camino. Dios le haya perdonado aquel extraño modo de pensar. No creo que hiciera muchos amigos a lo largo de su vida, ni que nadie a su muerte –de él, pues le supongo ya ido-, derramara muchas lágrimas.
Ayer, sin ir más lejos, recibí un correo, remitido por una antigua y guapa amiga gallega, Luisa Fernanda, con una serie de pensamientos escritos por Regina Brett, de 90 años, de Cleveland (Ohio), no sé si publicados en el “The Plain Dealer”, que por amor a la remitente, por respeto a la edad de su autora Brett, “por venir tó seguíos” y no ser excesivos en número, he leído detenidamente. Y puedo asegurar que con gusto. Ojalá pudiera decir que también con provecho, que, aunque mi edad también es mucha, nunca es tarde para rectificar.
Ya lo dice esa señora Brett, en uno de sus pensamientos: “Nunca es demasiado tarde para tener una niñez feliz, pero la segunda sólo depende de ti”. Es pensamiento que me ha hecho pensar, pues efectivamente, de nuestra postura ante la vida, de cómo enfoquemos la poca que nos va quedando, de cómo admitamos los contratiempos –casi todos consistentes en limitaciones físicas- que se nos van acumulando día a día, riéndonos de los mismos, o por lo menos aceptándolos con naturalidad, como un niño acepta las sorpresas que le ofrece cada nuevo día, de esa postura o de ese enfoque de la realidad inelegible e ineluctable que constituye nuestra “segunda niñez”, dependerá que seamos felices en ella, y, lo que es más importante, hagamos felices a quienes nos rodean y cuidan de nosotros. Ya he dicho en más de una ocasión que mi respuesta a las corteses preguntas que se me hacen de ¿Cómo está usted?, siempre respondo, sea quien sea el interpelante, que “Cada día más joven”. Los médicos a quienes acudo se ríen de mi, y con toda razón, pues no es lo más corriente que un cliente octogenario que acude a una consulta médica conteste al doctor con un: “Me encuentro cada día más joven”. Menos mal que ya me conocen, me disculpan y hasta saben cómo realmente me encuentro.
Como dicen esos pensamientos de la señora Brett, “La vida no es justa, pero aún así es buena”. Y si no lo creyeras así –dice otro de esos pensamientos-, “No compares tu vida con la de los demás. No tienes ni idea de cómo es su travesía”, la de esos demás, y añade, para los más quejicas o disconformes, que “Si juntáramos en un montón nuestros problemas, y viéramos los montones de los demás, seguramente querríamos el nuestro”. O sea lo de aquél que decía “Virgencita, déjame como estaba antes”, viendo como había quedado después del milagro solicitado sin pensar en sus consecuencias.
Cuidado que es sencillo vivir feliz, sobre todo si no se quiere ser el único aprobado del curso, como me confesaba aquel antiguo condiscípulo que digo. ¡Lo que debió sufrir el pobre, viendo como los demás íbamos aprobando los cursos! Vive y deja vivir. Lo que decía el letrero de aquella fuente africana: “Bebe, pero deja agua para los demás”. Atesora buena fama, que con ella tendrás el respeto de quienes te conocen. Búscate un honrado modo de vivir, e incluso cuida de asegurarte tu futuro y el de quienes contigo viven y a quienes amas, pero no cifres tus aspiraciones en atesorar dinero, que de nada te ha de servir ser el más rico del camposanto. Y da gracias a Dios: Por las noches, por lo que ya te ha dado; por las mañanas, por el nuevo día con el que te obsequia.
No crea usted, amigo lector, que soy meapilas o “sant de paissa”, esto último como decíamos en mis jóvenes y remotos años menorquines, no, ni mucho menos. Ni presumo de verdades absolutas, ni de moralista. Simplemente, me pongo a escribir –la mejor receta conocida hasta hoy contra el Alzheimer-, y se me viene a los puntos de la pluma la experiencia acumulada durante todas estas décadas de azarosa vida, experiencia que ha ido transformando mis primitivos y también irregulares hábitos y creencias, hasta conducirme a mi actual estado de hombre feliz con lo que tengo, incluso con mis males y limitaciones; agradecido con Quien así lo dispuso; y sobre todo dichoso por verme rodeado de mi familia y de mis amigos. Que ese buen Dios se lo pague a todos, y también a ustedes por tomarse la molestia de leerme y tal vez de soportarme. Gracias. (Intentaré mejorar, si puedo).
Me despido de ustedes compartiendo el último pensamiento recibido esta mañana. llegado en uno de esos correos que digo, pensamiento que me parece acertadísimo: “Aquel sujeto era tan pobre, que sólo tenía dinero”. Párense a pensar y verán qué triste resulta “eso”.

José María Hercilla Trilla
Salamanca, 18 Febrero 2010


(Public. en www.esdiari.com del 22-02-10)

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