domingo, 13 de diciembre de 2009

24/9


Del presunto cohecho y sus variedades


Hay que ver el cirio que se ha montado a cuenta de cuatro trapos, o de cuatro trajes, que viene a ser lo mismo. Todo quisque opina sobre ello, desde el muy docto catedrático de derecho, al último fiscal del más modesto Juzgado, pasando por todo ciudadano y obligado contribuyente –sea o no tertuliano-, al que pueden cegar filias o fobias en sus opiniones, pues juzgar rectamente es don divino, o privilegio judicial, supuestamente.
Que si es cohecho, que si no lo es; que si es propio –caso del “dante” corruptor-, o impropio –caso del “tomante” incorruptible e insobornable-, lo cierto es que el regalar es un acto necesariamente bilateral que precisa de, al menos, dos personas, como lo necesitan muchas otras acciones humanas, reprobables o no, esos clásicos “dante” y “tomante” ya dichos, protagonistas ellos de un viejo chiste. Luego hay una serie de circunstancias modificativas del regalo, que vienen a alterar esa inicial, al par que elemental división, especialmente cuando entramos a analizar el “do ut des” y sus causas motivadoras.
Lo que es indiscutible es que hay regalos y regalos, como hay igualmente “dantes y tomantes”, distinguibles perfectamente unos de otros, a poca experiencia que se tenga, o por pocas reglas taxonómicas que uno domine. Incluso, pudiendo ser de la misma entidad los regalos, no sería lo mismo regalar cuatro ternos a un pordiosero, con lo cual el “tomante” llenaría sus necesidades de vestuario de por vida, que enviárselos –los mismos ternos- a un ricohome cualquiera, rebosante de ellos su armario, y al que, terno más o terno menos, le tiene sin cuidado el obsequio, vamos, que no le altera el presupuesto.
Cuando digo “pordiosero”, claro está que no me refiero al pobre de solemnidad, al pobre de pedir, sino más bien al sujeto que, en estos turbios quehaceres del dar y del tomar, no puede corresponder al regalo con cosa, favor o merced de clase alguna, pues hacerlo no está en su mano, sujeto ése que poco puede dar, aparte de las gracias. En realidad y desde un punto de vista meramente administrativo –o económico-administrativo, mejor-, al “tomante” que nada puede dar a cambio, podemos calificarlo sin ambages de pordiosero, sin ofensa para nadie, e igualmente sin temor a equivocarse. Sus nombres no suelen aparecer en las agendas de los “dantes”, entre los de las personas –políticos o altos funcionarios- a las que hay que hacer regalos a fecha fija o por motivos determinados.
Cuando en el “dante” sólo existe “animus donandi”, agradecimiento o mera liberalidad, pero sin segundas intenciones, claro está que puede y debe aceptarse el regalo, sin dar al dador ni menos que “gracias”, ni más que “muchas”. En mi larga vida profesional he recibido bastantes regalos, generalmente botellas de buenos vinos y abundantes cajas de excelentes puros, atenciones de mis clientes, doblemente agradecidos, a mi trabajo y a la prudencia de mis minutas. Dios se lo pague. Lo que se valora en esos casos es la intención, siempre buena, no el regalo en sí. Aunque también un poco. ¿Para qué negarlo? Recuerdo el caso de una señora anciana, viuda ella, evidentemente sin poder económico alguno –bastaba verla para llegar a esa conclusión-, que fue a consultarme a mi despacho de asesor jurídico de la Cámara de la Propiedad Urbana, pero equivocadamente: Era inquilina, no propietaria. Tan anciana y desvalida la ví, que no pude por menos de atenderla y aconsejarle lo que debía hacer para resolver su problema con el exigente casero, sin ponerle pega alguna. Al final, cuando se iba, incluso la ayudé a bajar la escalera, temiendo que pudiere caerse por ella. Al día siguiente volvió a la consulta, esperó turno pacientemente, y cuando entró en mi despacho se limitó a saludar y a colocar cuidadosamente sobre mi mesa un pequeño envoltorio. Lo abrí y ví que era un puro, un único puro, un clásico y modesto Farias, envuelto en un papel de seda, dándome las gracias por la consulta del día anterior. Casi me hizo llorar. Desde entonces no he fumado puro que me supiera mejor. Supongo que ya estará en la gloria aquella señora buena y agradecida, se la merecía.
No creo que exista profesional ninguno que no haya recibido alguna vez un obsequio de un cliente satisfecho y agradecido. Como sé igualmente de alguno de los profesionales obsequiados, que no ha sabido corresponder al obsequio con un acuse de recibo y una tarjeta agradeciéndolo. Lo he sufrido así, actuando en ese caso como agradecido “dante”. Dios no se la tenga en cuenta, la descortesía.
Saliendo del ámbito del ejercicio profesional, de la prestación de servicios de uno a otro, el uno diligente y capaz, el otro satisfecho y agradecido, los regalos deben ser mirados con lupa, cuando no con microscopio. Aforismo valedero, ahora y siempre, es que nadie da nada por nada, mejor dicho algo a cambio de nada. Cuando se da, salvo prueba en contrario, o se da por agradecimiento o se da por interés. Lo mismo que cuando se recibe: O se admite por no desairar al “dante” con una negativa a recibir su obsequio –siempre que éste sea proporcionado, claro está-, o se recibe y acepta sabiendo que el “dante” lo que busca con el injustificado y muy desproporcionado obsequio es una mayor compensación económica, sabedor de que el “tomante” del regalo es hombre “inteligente”, con poder bastante y suficiente para satisfacer sus torticeras pretensiones, que sabrá corresponder a ellas, dándole preferencia o favoreciéndole de cualquier modo, entre cuantos otros pudiesen pretender lo mismo que él trata de obtener.
Cierto es que existen otras dos causas de dar, una por caridad, la otra por placer, pero no merece la pena incluirlas en este comentario semanal. La primera es digna de toda alabanza, la segunda de admiración, pero dejémoslas aparte.
Volviendo al cohecho y sus variedades, no voy a traer aquí a colación los diversos artículos del Código Penal, aplicables a estos casos. Quédese tal precisión y ahondamiento para mis doctos colegas en activo. Yo quedo exento de hacerlo, como jubilado de largo recorrido que soy. Y a juzgar ajenas acciones, jamás entré, pues sé de la dificultad que encierra hacerlo. Me limito a divagar, entreteniéndome, y hasta riéndome en muchos casos, pues hay que reconocer que hay motivos sobrantes para eso, para carcajearse.
Propio o impropio, y hasta pluscuamperfecto –que es como siempre llamé yo al cohecho consumado hasta sus últimas consecuencias, con “dante” y “tomante” acordes en el exitoso y lucrativo enjuague-, del caso que ahora airean y agitan todos los medios de comunicación pudieren sacarse algunas conclusiones, aunque antes sea preciso hacer unas matizaciones.
Por ejemplo, una sería fijarse en la singularidad del regalo. Cualquiera puede regalar un Mercedes o un chalet en la costa, o un paquete de acciones, o hacer un ingreso en una cuenta corriente, seguro de acertar, pero a nadie se le ocurre regalar –de hombre a hombre- unos trajes a medida. ¿Qué medidas, y qué tela, y qué dibujo -a rayas o liso-, recto o cruzado, de diario o de etiqueta, etc., etc.? ¿Cómo averiguar el gusto del “tomante? Por que, digo yo, un regalo debe tener siempre algo de sorpresa. Si anuncias al “tomante”, “Oye, te voy a regalar unos trajes a medida; tienes que dármelas y decir cómo lo quieres”, has privado al obsequio de todo su encanto. ¿O acaso le mandas sorpresivamente un “Vale por cuatro trajes”, para que el destinatario se los haga dónde y cuándo y cómo quiera? Se acabó la sorpresa. Por muchas vueltas que le doy al regalito de los cuatro ternos, si es que lo hubo, claro, -que ni lo sé ni me importa-, no lo concibo, simplemente eso. Hay que ser muy hortera para regalar trajes a un hombre, y hay que tener poca delicadeza para aceptarlos. Aquí, sí que es de aplicación en ambos, presuntos “dante” y “tomante”, aquello de “manca finezza”. Sí, señor, mucha “manca” y muy poca “finezza”.
Si al final todo queda en presunción, que Dios y los presuntos “dante” y “tomante” me perdonen por tomarlos como protagonistas de estas líneas, que no son otra cosa que un entretenimiento veraniego.
¿Ha habido cohecho propio, impropio o pluscuamperfecto, en el caso de los cuatro ternos? Ni lo sé, ni me importa, pero vuelvo a insistir que lo que me hace dudar de su existencia es precisamente la calidad, la materia, del presunto soborno. ¡Cuatro trajes a medida! Si fuesen cuatro millones de euros, otra cosa pensaría, pero mira que cuatro trajes. Muy barato tiene que venderse un hombre para bastarle con ese precio, sobre todo cuando el presunto “tomante” de los ternos no es precisamente un pelado, un pordiosero, necesitado de ropa.
Aquí vuelvo a recodar a don Antonio Zozaya, con lo de tomar la embocadura a la flauta, una de las cosas más difíciles de lograr, según decía él. Es tan ridículo todo ese cirio que se ha montado, tan absurda la música de esta opereta bufa de “Los cuatro ternos”, que no soy capaz de tomar la embocadura a la flauta, para intervenir en la orquesta, no sé por quien dirigida. Tampoco sé con qué fines, que en ocasiones llego a pensar en si todo este cimbel no tendrá otro objeto que desviar la atención pública de asuntos más gordos y cuestionables. Y supuestamente más vergonzosos, Eso, esa ignorancia que digo, aparte de declararme incapaz de leer la partitura y mucho menos de comprenderla. Ni creo, ni dejo de creer; ni afirmo, ni niego; no conozco a los intérpretes, me limito a manifestar mi asombro e incomprensión por el ridículo argumento de la opereta bufa en cartel, ese pretendido, cuan absurdo regalo de los cuatro ternos. Que San Pedro se los dé (los ternos) y Dios se los bendiga y acreciente. Así habrá ternos para todos.
Cohecho más o cohecho menos, ¿qué importancia tiene eso? Han acostumbrado al contribuyente a tragar con tantas cosas que nos resultan intragables y que debemos tragar –por ejemplo la demora de cierto tribunal en cumplir con su deber-, que ya estamos acostumbrados al mal olor. Más nos va en una sentencia justa en asunto que a todos nos afecta, que perder el tiempo y el dinero del contribuyente en averiguar quien pagó la factura de cuatro ridículos ternos, porca miseria.
En cuanto a ese renuente Tribunal –que ha salido a colación-, aún no olvidé el Derecho y sigo creyendo en esa sagrada norma que nos obliga a todos los españoles por igual, la Constitución Española. Lo digo muy alto y me ofrezco por si Sus Señorías quieren que les eche una mano y resolvamos el pleito en plazo de una semana, que jamás creí que fuere necesario más tiempo para dictar una sentencia justa. Y que conste que no relaciono las demoras judiciales con el cohecho, más bien con otra cosa. Que Dios los perdone, y azuce un poco.

José María Hercilla Trilla
www.hercilla.blogspot.com
El Barco de Ávila, 18 Julio 2009

(Publ. en www.esdiari.com del 27-07-09)