sábado, 29 de mayo de 2010

16/10-MADUREZ, DESPRENDIMIENTO Y FELICIDAD

16/10

La madurez, el desprendimiento y la felicidad


Hoy, 10 de abril del 2010, he cumplido años. Me ha costado llegar hasta aquí; es más, jamás creí que llegaría, pues la verdad es que resulta muy difícil salir de tanto médico junto, y no lo digo en detrimento o menoscabo de ellos, ¡Dios los bendiga!, sino como expresión reveladora –esa cantidad de galenos-, de los muchos males que a uno le agobian. Llevados con dignidad, por supuesto. Los males y los galenos. Éstos, además, con amistad probada.
En realidad, de tu edad no te das cuenta por eso de los cumpleaños, ni tampoco por los muchos médicos que te circunden y las plurales dolencias que te aflijan, sino por los huecos. Sí, por los huecos, cada día más frecuentes, y en ocasiones muy dolorosos, que van dejando en tu camino los amigos y conocidos que contigo venían marchando, al irse yendo y dejarte olvidado en el camino que veníais recorriendo en paralelo. La frase no es mía, en algún sitio debo haberla leído. Es la que dice que tu edad no la miden tus años, sino tus muertos. ¡Y qué cierto es eso! Otro decía que empiezas a ser viejo cuando el número de las personas por cuyas almas rezas, es superior al de los vivos de cuya existencia gozas o simplemente recuerdas, aunque no los frecuentes.
Pido perdón a aquellos que puedan creer que estoy siendo muy fúnebre con esto del cumpleaños. No, no es así, se lo aseguro. Quede usted tranquilo. Reboso satisfacción, y también alegría. Téngase presente que cada cumpleaños, a partir de cierta edad, por ejemplo a partir de los ochenta -y en este caso de alguno más-, es una victoria, y ganar una victoria siempre ha supuesto una alegría, mayor cuanto más difícil de alcanzar.
No es, pues, mi comentario un gemebundo treno, sino más bien un optimista canto de vida y de esperanza, de quien se sabe y siente de nuevo victorioso en esta lucha por la supervivencia en la que todos, también usted, amigo lector, estamos embarcados desde nuestros respectivos nacimientos. ¡Sursum corda! Elevemos nuestros corazones y no nos dejemos avasallar por los años que vamos atesorando. No todos tienen esa suerte.
Lo malo de este mundo es que algunos, ¡pobres ellos!, en vez de atesorar años, gozando de lo que cada uno de esos años nos trae de nuevo -desde ese renovado afán de cada día, hasta el imprevisto suceso o acaecer diario, de los que nos habla la Biblia-, prefieren dedicarse a atesorar riquezas, las más de la veces mal avenidas, como si no se saciasen de ellas, y además como si gozasen de la prerrogativa de una vida terrenal eterna para disfrutarlas. Son coleccionistas de bienes y sobre todo de monedas, y sabido es que casi todo coleccionismo implica inmadurez. No se ofenda ningún coleccionista; confieso que yo también lo fui en mis años jóvenes, pero llega un momento en que te das cuenta de la inanidad de tu empeño y todo aquello que constituía tu afán -libros, sellos, fotos o postales, a título de ejemplo y en mi caso-, todo lo que motivaba tu búsqueda y luego su cuidada colocación, en cajas, estanterías, y –para algunos- en cuenta corriente o en Bolsa, te das cuenta de que –a la vuelta de la esquina-, tendrás que dejarlo aquí, a tus espaldas, sin poderlos llevar contigo, como si realmente no fuesen tuyos, como no lo es cuanto creemos poseer los humanos, que no pasará jamás de ser un efímero usufructo, un “ius utendi et fruendi”, derecho a usar y disfrutar de ello a plazo fijo, lo que dure tu camino en este –sólo para algunos-, valle de lágrimas.
Es entonces, al constatar la inutilidad de tus esfuerzos “recolectores”, cuando te empiezas a dar cuenta de que todo te sobra, de que te sobran casi todos los libros que compraste, que ocupan excesivo sitio en casa; de que no sólo te sobra, sino que hasta te molesta la colección de sellos que llevas haciendo desde hace más de setenta años, en la que tanta ilusión pusiste y bastante dinero gastaste; constatas que hace mil años no has vuelto a sacar las cajas con fotos o con postales, que ya se deben haber tornado amarillentas…. Aparte de no interesar a nadie, ni siquiera a los más próximos de tus familiares, como no sea para reírse con o de ellas, mientras se desliza una invisible lágrima dentro de ti, al venirte a recordar tiempos, lugares y –sobre todo-, amadas personas que se fueron un día cualquiera de tu lado. Para ti, esas fotos, siguen siendo un tesoro; para los demás, no son nada, apenas unas reliquias de momentos y personas que a ellos nada les dicen.
Lo mismo que algunas frutas, que al madurar se desprenden de sus cáscaras, la madurez del hombre pudiere, quizá, empezar a revelarse en el desprendimiento o desasimiento de todas esas “cáscaras” que ha ido acumulando en sus años de crecimiento, cuando se vino a creer dueño del mundo. Hasta que la vida le demostró que no era dueño de nada. Ni de sí mismo.
Hoy, puedo asegurarlo, nada causa mayor felicidad que irlo dando todo a los demás. Ligero de equipaje y además sin enemigos, sino todo lo contrario, rodeado de amigos y abrumado de atenciones por todas partes, empezando por las de tu propia familia, me proclamo un hombre feliz. Eso mismo les deseo a todos ustedes, mis pacientes y amables lectores. ¡Qué Dios les reparta felicidad! (No es necesario meterse a político, ni tampoco acumular riquezas o vivir en palacetes, para conseguirlo, se lo aseguro.)

José María Hercilla Trilla
Salamanca, 10 abril de 2010


(Publ.en Es Diari, del 19-04-10)

domingo, 23 de mayo de 2010

15/10.- AÑORADAS, CUANTO LEJANAS, SOLEDADES

15/10

Añoradas, cuanto lejanas, soledades


¡Vive Dios, que me gustaría seguir escribiendo! Hasta que se me acabare la cuerda. Aunque sea la escritura, como es mi caso y ya he dicho en otras ocasiones, realizada por prescripción médica. Mas echo la vista en torno y el panorama no puede ser, ni menos inspirador, ni más desolador. ¿De qué escribir? Pretender que todo lo que uno escribe, surja “ex novo” en su sesera, es vana pretensión. Por lo menos a partir de ciertas edades, diversas según los individuos, en las que la inventiva va disminuyendo. Lo cierto es que quien escribe es como un espejo que refleja en su escritura cuanto ve a su alrededor. Hasta la poesía, la más ideal de las escrituras, no es sino reflejo de un estado de ánimo, sobrevenido al bajar el poeta de su particular cielo y poner –siquiera sea por unos instantes-, los pies sobre el suelo y los ojos sobre su prójimo. ¡Y hay cada prójimo...!
Por eso digo, que visto el panorama desolador –en cuando a honradez y decencia-, que nos rodea por doquier, y obligado a escribir de lo que se ve y oye, muchas veces está tentado uno a poner punto final a la escritura y meterse en el último rincón, a esperar el fin, el de uno mismo, claro está, no el de los demás. Es entonces, al contemplar ese lamentable espectáculo que nos avergüenza y avasalla, cuando siento esta tentación de alejarme de todo cuanto me rodea, es entonces cuando viene a mi memoria, surgido del hondo baúl de mis recuerdos, aquel tiempo lejano de mi juventud, aquel colmenar serrano y extremeño de El Arquillo, por bajo del Cancho del Águila, con aquella casita humilde de dos habitaciones, la una cocina-comedor-dormitorio, la otra ocupada con el extractor de miel y que además, en los meses de invierno, servía como almacén donde guardaba de todo, desde colmenas vacías a bidones, igualmente vacíos hasta la llegada de la recolección o extracción de la miel.
En la alta sierra, rodeado de olivos y de encinas, junto a un frondoso huerto de naranjos, regado éste con el agua que, en cantarino chorro, manaba de una fuente allí existente, se me pasaban los días y las noches, aquellos trabajando, éstas soñando, pero feliz por completo. Sobre todo ignorando que existen gentes que venden su alma y su vida por dinero, ese dinero que no debiere tener más objeto que servir de trueque y asegurar una vejez independiente, tan independiente como has procurado vivir toda tu vida. ¡Qué feliz fui trabajando en la plácida soledad de mi colmenar serrano!
Entonces, acabado el duro trabajo diurno, me sentaba en una vieja butaca de mimbre, a la puerta de mi casita y allí, tras comerme un buen cuenco de gazpacho, majado por estas manos, hecho con aromático poleo y con el agua de la cercana fuente, fumábame después del refrigerio unas pipas de tabaco negro y esperaba la llegada de la noche, la aparición en el alto y limpio cielo de los millones de estrellas que nacían para venir a hacerme compañía, sin sentirme “ni envidiado ni envidioso”, como ya dijo alguien.
Al raso, bajo un olivo, si era en plena canícula, o a cubierto si no lo era, me entregaba al sueño reparador, con el cuerpo cansado y dolorido, pero con la conciencia tranquila, como la tiene todo aquel que sabe que hizo honradamente su trabajo y que no causó daño a su prójimo a lo largo de todo el día, ni piensa hacérselo al día siguiente.
¿Qué no ha visto usted amanecer y salir el sol por el horizonte, más allá del río Tajo, apenas entrevisto en la distancia, velado tenuemente por las brumas o calimas de esas horas primeras, en las que el silencio se oye ostensiblemente en aquellas alturas serranas? Entonces, le compadezco. No sabe usted lo que es bueno, mejor que bueno, y desde luego mucho mejor que esperar la mañana durmiendo en un ostentoso y ridículo palacete de nuevo rico. En fin, es cuestión de gustos. Y de conciencias.
Lo malo es que la vida, y sus mudables circunstancias, se te imponen, privándote no pocas veces de hacer aquello que realmente te apetece, como –por ejemplo- retirarse de tanta suciedad, y también avaricia, como nos abruma, e ir a acompasar tus días en aquel colmenar de mis años mozos. Y es que hay días en los que hasta la prensa, si la acercas a la nariz, huele mal de tanta podredumbre como sus noticias encierran. Y lo peor es que hay una clase, generadora de las mismas, protagonista de los desmanes noticiados, que parece vivir en el mejor de los mundos, demostrándonos que para ello basta tener laxa conciencia, y mucho mejor, carecer de ella. En absoluto. Que parece ser lo que le pasa a más de uno y de dos, ridículos nuevos ricos, conscientes de que nada son si se nos muestran al natural, tal como en realidad son, si se dejan ver desprovistos de doradas galas, sin epatarnos con su riqueza. Aunque sea mal adquirida. ¡Anda y que os zurzan. Todo para vosotros!, dan ganas de decirles…
Me temo que como no tratemos de reimplantar, por lo menos entre las nuevas generaciones, aquellos principios de honradez, laboriosidad, esfuerzo, sacrificio, solidaridad, respeto mutuo, etc., etc., por los que hasta no hace muchos años nos regíamos los pertenecientes a mi generación, mal camino llevamos. Siempre recuerdo a la esposa de mi amigo Polidoro, sorprendida un día en sus rezos, en los que introducía esta coletilla: “Por la paz del mundo, Señor; para que nuestros políticos, ya que no inteligencia, tengan sentido común; para que posean y demuestren una acrisolada honradez; para que sientan y obren impulsados por un acendrado amor a la justicia; para que aminoren su ridícula vanidad; para que disminuyan su desmesurado amor por el dinero; para que se sientan y sean solidarios; para que alguna vez, aunque sea de tarde en tarde, se acuerden de su prójimo, que somos todos nosotros; por todos ellos, los políticos, sobre todo si son nuevos ricos, y por todo esto otro que te he dicho, te suplico, Señor”.
Decía esta señora que, después de rezada esta oración, dormía mucho mejor, como quien ha cumplido un obligado deber. Era todo cuanto podía hacer, nos explicaba. En realidad, es lo único que podemos hacer los simples mortales, avasallados, cuando no por unos, sí por los otros, siempre reducidos al triste y aburrido papel de contribuyentes. ¿Quosque tandem, Catilina,…..? Usted ya me entiende, mi buen amigo. No es necesario que complete la frase, que a buen entendedor, con pocas palabras bastan. ¡Qué pena no poder alejarse de tanta miseria moral como nos rodea, de tanto ridículo personajillo con mando en plaza! ¡Qué pena no poder volver a aquellas lejanas e incorruptas soledades serranas….!

José María Hercilla Trilla
Salamanca, 8 Abril 2010

(Publ. en Es Diari, del 12-04-10)

miércoles, 12 de mayo de 2010

14/10.- LAS CUENTAS CLARAS Y A LA VISTA

14/10
Las cuentas claras, y a la vista

Creo que fue el pasado sábado, 20 de marzo, en la Tele, cerca de la medianoche, cuando ví -y oí, por supuesto-, la educada y entretenida discusión sostenida entre un senador y un periodista, acerca de la monarquía. Estuvieron magníficos, cada uno en su papel; el uno poniendo pegas a la misma, defendiéndola el otro.
El tema me atrajo desde un principio y mantuve la atención, de cabo a rabo, sin perder ripio. Debo confesar a ustedes que jamás alcancé a comprender eso de venir a sentarse alguien en un trono, tan sólo por ser hijo del anterior usufructuario del mismo. Pero bueno, hecha esta advertencia sobre mis reparos a las sucesiones dinásticas, que a nadie importan, sigamos con las opiniones del político de marras, el que aparecía en la pantalla, quien manifestaba su disconformidad más absoluta sobre la inadmisión o el rechazo en ambas Cámaras de toda pregunta, oral o escrita, acerca de la Monarquía o de cuanto se relacionara con ella, especialmente si referidas a personas reales o a dotación económica que tuvieran asignada en los Presupuestos, de cuya gestión no habían de dar cuenta a nadie.
La suma presupuestada para la Real Casa, de la que hablaba ese político era -creo- de cerca de nueve millones de euros anuales –cerca de mil quinientos millones de las antiguas pesetas, si no me equivoco-, a la que había que añadir diversas partidas que, con cargo a ciertas actividades reales o por gastos de mantenimiento diversos, corrían a cargo de determinados ministerios. O sea que la verdadera cifra, ni el senador de marras la sabía.
Ya sabemos todos los que hemos leído la Constitución de 1978, que ésta, en su artículo 65, número 1, dice que: “El Rey recibe de los Presupuestos del Estado una cantidad global para el sostenimiento de su Familia y Casa, y distribuye libremente la misma”.
Es una norma muy acertada, aunque le falta concretar qué debe entenderse por “sostenimiento”, término tan amplio y vago que lo mismo admite dilatadas como restringidas interpretaciones. Piénsese que no es lo mismo una dieta de sostenimiento que otra cuasi pantagruélica, aunque ambas sean dietas y sirvan para alimentar al sujeto aficionado a seguirlas, unas u otras.
Y menos claro el término usado de “distribuir” la asignación presupuestaria recibida, que nada tiene que ver la distribución con la dación de cuentas, ni tampoco se opone a ésta. En la vida corriente, aunque sólo sea por delicadeza, por elegancia natural -y no hablo de agradecimiento-, el beneficiado con una cantidad, por muy liberal que sea la dádiva y muy amplios los términos para usar de la misma, agotado el plazo –en nuestro caso el Ejercicio Presupuestario anual-, suele rendir cuentas al dador de cómo y en qué empleó la suma recibida, aunque sólo sea para acreditarse como buen gestor, digno de seguir contando con la confianza en él depositada.
Si aquí no se hace así, si al final de cada ejercicio la Real Casa no rinde cuentas a la Nación de cómo y en qué se ha gastado la cantidad recibida, no voy a entrar yo aquí a indagar los motivos de ese inexplicable, incluso pudiera ser que descortés, silencio de la Casa Real, a la que pido excusas por atreverme a rozar, aunque sea de lejos, y desde luego sin ánimo alguno de ofender, simplemente comentando las afirmaciones vertidas por el señor senador la otra noche, en la Tele, y por lo tanto ante todos los españoles.
A mí, particularmente, me preocupa menos el destino de esos casi mil quinientos millones de pesetas -dinero que quiero suponer rectamente gastado-, no obstante el discreto manto de silencio que los cubre, que esos otros muchísimos mantos de silencio y secretismo que velan la gestión de otras Sociedades, de las que se ignoran las insólitas retribuciones percibidas por sus altos directivos y miembros de sus Consejos de Dirección, incluso cuantos son sus componentes, y cual la necesidad de los mismos y su dedicación, y hasta los méritos personales que justifican su nombramiento para ocupar tales canonjías.
Gracias a la prensa diaria y a sus “gargantas profundas” nos enteramos de algunos de esos secretos, y digo secretos no en tono peyorativo, sino por no estar manifestados públicamente, aunque a más de uno nos gustaría saber cifras ciertas para ajustar a ellas nuestra conducta y vinculación, es decir para confiarles nuestros ahorros, cuanto más modestos, más apreciados.
Por ejemplo el sector de las Cajas llamadas de ahorro, ahora en candelero a cuenta de sus fusiones, en cuya tramitación son ignorados los ahorradores, grandes o pequeños, no obstante ser éstos los que realmente justifican la existencia de esas entidades. Desaparecidos los titulares de las famosas “Cartillas”, los fieles clientes, desaparecidas las Cajas. Eso resulta evidente al más lerdo, como evidente es su total olvido en la tramitación de esas fusiones, más o menos adelantadas, pero llenas de obstáculos y sobresaltos. Y no puestos por parte de los verdaderos dueños de su capital, es decir de los ignorados clientes impositores, sino como manifestación de opuestos intereses entre directivos, entre ellos mismos, o entre éstos y los empleados, cada grupo tratando de arrimar el ascua a su particular sardina. ¡Muy humano!, como dice Polidoro.
No cabe duda de que la diferencia entre los míseros intereses abonados a los impositores, dueños del dinero, y los crecidos intereses cobrados a quienes se otorga un crédito, viene a ser la ganancia de cada una de esas entidades. Pues bien, los dueños del dinero, la inmensa mayoría pequeños ahorradores, funcionarios o jubilados que cobran sus haberes o pensiones a través de esas entidades, cuando no honrados comerciantes que se sirven de ellas para el abono de las facturas por suministros que reciben, toda esa pléyade que justifica y hace posible la existencia de las Cajas, nada saben tampoco de lo que realmente les cuesta el “mantenimiento” de las mismas, especialmente en cuanto a su dirección se refiere.
Por El Mundo del 28-03-10 nos enteramos, con asombro, de que una de esas Cajas tiene una Asamblea General compuesta nada menos que por 120 Consejeros, de los que 108 asistieron a una Junta, y de ellos, 97 votaron a favor de su integración en otra Caja. No entro en si son muchos o pocos Consejeros, aunque a mí me sobren un centenar de ellos. Y lo importante no es lo dilatado de su número, sino el no hacerse público el importe de esas ciento veinte remuneraciones “consejeriles”, aparte de no saberse los méritos personales, no políticos, de los señores consejeros.
Me decía, hace varios años de esto, un empleado de una Caja, que el Director de la misma había cobrado aquel año setenta millones de pesetas. No supo decirme cuanto cobraron el resto de los señores consejeros. Mejor así, pues pudiera haberme dado un síncope. Lo cierto es que estuve tentado a retirar mis modestos ahorros -los destinados al futuro pago de esa Residencia que a todos nos espera al final de nuestros días-, por no considerar bien gestionados los fondos ajenos confiados a su cuidado.
No lo hice, pues pensé: ¿Y a dónde voy a ir, pobre de mí, que no pase lo mismo?
Entiendo que cualquier entidad o sociedad que puede gastar en dirección y consejeros esas desorbitadas cantidades es porque su gestión es brillante y acertada, sus ganancias fabulosas, y sus reservas punto menos que incalculables. De no ser así, entiendo que constituye una temeridad, por usar término suave.
Lo que no acierto a entender es que, de pronto, no sé si por exigencias del Banco de España, se descubra que la situación económica no es tan boyante como se nos quiso hacer creer a los impositores, no se les exija responsabilidades a esos ineficientes gestores –presidente y consejeros-, y encima se pretenda resolver la papeleta sin remover esas personas, e, inexplicablemente, además, se les faciliten cuantiosos créditos, con dinero público, a bajo interés y a devolver en cómodos plazos.
Algo está oliendo mal, además de precisando de urgente reestructuración y ordenamiento jurídico. Bastantes problemas tiene el Estado que atender, para encima cargársele ahora con el salvamento de entidades privadas de fuerte arraigo y “sólida solvencia” que pueden permitirse pagar tales insólitos sueldos y gabelas a sus dirigentes.
Como siempre, no quise ofender a nadie, como tampoco lo quiso hacer el senador que digo, al hablar de los gastos de la Casa Real. Ello no obstante, pido perdón si en algo he ofendido o me he equivocado.

José María Hercilla Trilla
Salamanca, 1º Abril 2010
(Public. en Es Diari, el 4-04-10)


Después de enviado este artículo, en El Mundo de fecha de hoy. pág. 30. se lee que “los directivos de Caja Sur, cobraron 1,25 millones de euros tras perder la entidad casi 600”-
Aparece una fotografía con cinco –supongo que directivos, todos sacerdotes-, presidida por el presidente de Caja-Sur. Ignoro cuantos más compondrán ese Consejo millonario. Lo único que sé es que 1.250.000 € equivalen a 207.982.500 de pesetas.
Cuando sepa cuantos son los directivos podré saber a cuanto tocó cada uno.
¿Resulta lógico que una Caja en pérdidas pague esas cantidades a sus directivos? ¡Y encima sacerdotes los directivos!

En El Mundo del 2-4-10, Pág. 30, se da la noticia de que “el personal clave de la dirección de Caixa Galicia cobró el año pasado 6,2 millones de euros, entre salarios (4,742 millones) y planes de pensiones (1,461 millones), un 16 % menos que en 2008. Los beneficios de la caja cayeron, mientras, un 58,5 % .
¡Asombroso! ¿O vergonzoso?

sábado, 1 de mayo de 2010

13/10: POLÍTICOS Y TAMBIÉN PAÑALES

13/10

Políticos y también pañales


El aluvión de correos recibidos a través del ordenador, cada día es mayor. Y ello hasta tal punto que muchas veces dudas en si llamarlo así, “Ordenador”, o, por el contrario, “desordenador”, puesto que en no pocas ocasiones te viene a desordenar la vida, robándote el poco tiempo libre de que dispones, o el no menos breve que tienes por delante, anotado en la cuenta de tu vida finita y a plazo fijo, aunque tú ignores cual pueda ser éste.
Sin embargo, existen algunos de esos correos, muchos de ellos de remitente desconocido, cuya recepción se agradece y hasta en ocasiones mueven a pensar, lo que no es poco en estos alocados tiempos, aparte de inducirte a coleccionarlos en la carpeta que algunos –no todos- tenemos abierta, dispuesta a recoger aquellas frases que nos llaman la atención, que allí son archivados para su relectura cuando dispongamos de un rato libre. La verdad es que esos retazos de inteligencia que digo, los recibidos vía internet, da pena borrarlos del todo y para siempre, cuesta enviarlos a la “Papelera”. Sobre todo a alguno.
Hace escasos días recibía yo una de esas frases que me llamó poderosamente la atención, hasta tal punto que la copié apresuradamente en una libreta que tengo siempre a mano, en espera de archivarla en la carpeta que digo, la de “Proverbios y frases célebres”. Es la expresión de un pensamiento surgido en una mente privilegiada, redactado en forma breve, concisa y clara, y además usando de inteligente eufemismo para no ofender oídos pacatos.
Decía así: “Los políticos y los pañales se han de cambiar a menudo, y además por los mismos motivos”. Venía firmada por sir George Bernard Shaw, nada menos.
¿Cabe expresar con más brevedad, al par que con más elegancia y mayor discreción, lo que está en la mente de una inmensa mayoría de ciudadanos, inducidos a pensar así por la contemplación de lo que sucede en su entorno? Y no basta argumentar que hay bebés tan limpios que no ensucian el pañal, como políticos tan honrados, al par que inteligentes, que uno quisiera tener siempre en brazos a los primeros –los bebés- y ejerciendo el mando a los segundos –los políticos-, sin necesidad de cambio alguno, ni en sus atuendos y cargos, ni en sus personas.
Se nos decía que el hombre tiende a perpetuarse en el tiempo, pero siempre entendimos que para esa perpetuación le bastaba con la procreación, reproduciéndose en sus hijos, e incluso, el artista, en sus obras. Pero esa perpetuación en los cargos, y también en la percepción de los sueldos y gabelas a la que tiende gran parte de la casta política, en cualquiera de sus niveles, ni la comprendemos nosotros, ni tampoco la consideraba admisible el eximio Bernard Shaw.
Aquí si que es de aplicación la teoría de la relatividad, o la del color del cristal con qué se mire, como usted quiera llamarla. En mis años pasados, al que se mantenía cuarenta años en el poder, se le llamaba dictador, sin más. Y seguramente se acertaba en el calificativo, y aún se quedaba uno corto.
Ahora, ¿qué político democrático no está deseando batir ese record franquista, de tiempo y autoridad, ese perpetuarse en el cargo? Y no me estoy refiriendo a ninguno en particular, que en todas partes cuecen habas. Basta echar la vista en torno y proyectarla hasta más allá de la línea del horizonte. En los países sin limitación legal de tiempo en el ejercicio del poder, basta “detentar” éste, para lograr esa garantía de perpetuidad en el mando, e incluso transmitirlo discrecionalmente a quien el “dictador” elija como sucesor. En aquellos países en que se halla regulado el tiempo de permanencia en el poder, no es extraño ver como el gobernante trata de modificar la norma limitadora de su mandato, como sea, recta o arteramente, incluso por la fuerza, para lograr esa ansiada perpetuidad en términos humanos.
Y si sólo buscare el político esa prolongación en el tiempo de mando, aunque mal hecho ello, no llegaría él a oler mal del todo, como los pañales de marras. Lo malo es cuando el político viene, con su voracidad, insaciable casi siempre, a ensuciarse, las manos primero, y todo él poco después, poniéndose hecho un sucio pañal, es decir precisando, y además urgentemente, de cambio. Él y todo el equipo que juega en su cancha.
Cualquier cosa –en este caso ese pensamiento de sir George-, sirve para detenernos a pensar y, por ende, para disgustarnos un poco más, trayéndonos a la mente el recuerdo de políticos equiparables a pañales. Usados éstos, claro está. ¡Qué asco de mundo!

José María Hercilla Trilla
Salamanca, 22 Marzo 2010



(Es Diari, del 29-03-10)