martes, 17 de marzo de 2009

8/9 - ¿AHORROS SEGUROS?

8-9

¿Ahorros seguros?


Abro el diario de hoy, 5-3-09, y me asombra leer que la Standard & Poor’s rebaja “la calificación del Popular, Sabadell, Caja Madrid e Ibercaja”, así como que también pone “en perspectiva negativa a Santander y BBVA por el impacto de la recesión”. ¡Si para mi, esas entidades, eran la crema y nata de la fiabilidad! Está visto que no puede uno fiarse ni de su propia sombra. Dicho en finolis: Sic transit gloria mundi. (Aunque existan algunos que no crean que eso del “transit” vaya a ir jamás con ellos)

- Eso digo yo, José Maria –me dice mi buen amigo Polidoro, con quien comento esa insólita noticia de la depreciación bancaria-. Pero tú no te fíes de calificaciones ajenas, extranjeras por más señas, y atiende más a tus propias fuentes de información, como más cercanas, y seguramente más seguras.

- ¿Por qué dices eso, Polidoro? ¿Sabes acaso algo? –le digo-.

- Atiende mi razonamiento. Yo estaba preocupado con mis pocos ahorros, que no serán muchos, pero que son fruto de toda una vida de ir guardando algo, primero del sueldo de funcionario, después de la pensión, hoy mi única fuente de ingresos. Últimamente andaba preocupado, la verdad sea dicha. ¿Qué será de nosotros si la entidad donde tengo abierta mi cartilla de ahorros se va al garete? Al garete, e incluso un poco más lejos, nos vamos entonces nosotros. Así me repetía una y otra vez, sin acertar qué debía hacer para evitar esa temida ruina, porque es sabido que no es lo mismo arruinarse en la flor de la vida, cuando aún tienes fuerzas para luchar, que arruinarse después de los ochenta, expirada la fecha de caducidad, cuando no se tiene fuerza para nada. Dudaba entre seguir con esa única Cartilla en esa Entidad de siempre o sacar parte de los ahorros para cobijarlos en otro nido, no porque éste otro fuere más seguro, sino por aquello de no poner los huevos –los ahorros- en una misma cesta, consejo que oí dar hace muchos años a alguien que lo pedía. El consejo, no los huevos

- ¿Y a santo de qué viene ese largo exordio, Polidoro, -le digo-.

- Déjame acabar, José María, no seas impaciente, que cuando hablo, por algo será. Todos tenemos nuestras amistades y en esa entidad que te digo –pero que no nombro-, conozco un empleado, de cierta categoría, al que me une buena relación, casi diría que buena amistad, con el que suelo charlar cada vez que nos vemos, en ella, o en la calle. El otro día, contestando a mi pregunta de si sería prudente diversificar mis ahorros entre entidades distintas, sin darme clara respuesta a lo preguntado, me vino a confesar que el presidente de “nuestra” entidad –siempre la he considerado así, nuestra, un poco mía-, había cobrado el pasado año la cantidad de setenta millones de pesetas, unos 420.000 €, sin contar las dietas. No sabes la tranquilidad que me dio.

- No comprendo esa tranquilidad, Polidoro –le repuse-. Más bien creo que esa noticia, de ser cierta, es preocupante. Luego te diré por qué.

- No sé por que ha de ser así, José Maria. Si en una entidad regida por un Consejo de Administración –algo así como un Consejo de sabios-, su presidente puede cobrar esa insólita suma, quiere ello decir que también los demás consejeros cobrarán las suyas, aunque sean algo más reducidas. No mucho. Y quiere decir que una entidad de crédito o financiera que se permite pagar esas elevadísimas cantidades a su Consejo de Administración, forzosamente tiene que gozar de una situación económica mucho más que desahogada, es decir una situación boyante, tranquilizadora para cualquiera de los que somos sus fieles depositantes. Si me hubiese dicho que el Presidente llevaba un año sin cobrar el sueldo, o que había sido preciso reducir el sueldo de presidente y consejeros, que se habían suprimido las dietas de asistencia a los consejos, en fin, que se habían adoptado cualesquiera de las medidas de ahorro que son aconsejables en momentos de crisis, entonces sí que me hubiere preocupado.

- Pues no te falta razón, Polidoro. Desde una argumentación lógica, así debiera ser, como tú dices: A mayores sueldos de Presidente y Consejeros -no de empleados, que esos no cuentan para nada-, mayores índices de fiabilidad en la solvencia de la empresa. En artículo titulado “Cajas de Ahorro sólidas”, publicado en este Es Diari, número 739, del día 2-11-08, comentaba yo la noticia aparecida el 19-10-08, en el suplemento dominical “Mercados” del diario El Mundo, donde se decía que entre los 755 Consejeros de las 43 Cajas se había repartido –supongo que el año anterior-, en concepto de sueldos y dietas, la suma de 163.000.000 €, o lo que es igual, -hablando en números redondos- 216.000 € por cada Consejero y año, que vienen a ser 36.000.000 pesetas por Consejero y año, o 3.000.000 pesetas por Consejero y mes, redondeando céntimos. 755 Consejeros entre 43 Cajas, da una media de 17,56 Consejeros por Caja. No vamos a partir a ninguno de ellos por la mitad, por lo que podemos considerar como válida la cifra de 17 Consejeros, 17 hombres sabios de cuerpo entero, por cada Caja. Muchos sabios son para que puedan quebrar, las Cajas, no los sabios.

- Ahora soy yo quien pregunta que ¿adónde quieres ir a parar con esos razonamientos?, José María.

- Pues a que, suponiendo que el número de Consejeros de “tu Caja” sea de tan sólo 15 y el Presidente; que este último –como te ha dicho un alto empleado- haya cobrado 420.000 euros (unos 70.000.000 pesetas), y que los otros 15 Consejeros hayan cobrado los 216.000 € que decía la noticia leída en aquel diario, viene a arrojar todo ello una cifra de 420.000 + (216.000 x 15) = 3.660.000 € = 609.972.760 pesetas, salvo error u omisión, Y efectivamente, una empresa que entrega a su Consejo de administración -nombrado éste a dedo, no por oposición-, esa elevada suma anual, o es una empresa super-floreciente, o, de no ser así, es una empresa destinada al fracaso, o a solicitar ayuda pública, con cargo al Tesoro, que somos todos los contribuyentes.

- Tu razonamiento parece lógico, José María, tan lógico como el que yo hacía antes. Lo que no me parece tan lógico es que el Tesoro Público vaya en auxilio de entidades de crédito o financieras que no hayan acreditado previamente la austeridad de sus cuentas, o, por lo menos, que no obligue a la previa destitución de los Consejos de Administración que las llevaron al fracaso o la descapitalización, o no les exija el reintegro -por parte de éstos a las Entidades- del importe de los sueldos y dietas cobrados en los últimos cinco años. Lo que se abona a un “alto y sabio” directivo lo es a cambio de una exitosa gestión de la empresa. Si no se logra ese éxito, por lo que sea, por derroche o por imprevisión o por cualquiera otra eventualidad que debió haber sido tenida en cuenta (por ejemplo el crecimiento de la morosidad), tal vez por no ser tan “alto y sabio” como se creía el directivo, lo obligado es la devolución de lo cobrado a cuenta, de lo indebida y excesivamente cobrado. La buena fama de “mi” Caja, unido al buen sueldo de su Presidente –supongo que de todo el Consejo-, me obligan a pensar que su gestión es la más acertada, que la situación de la entidad es más que boyante, y –sobre todo- que mis pequeños ahorros están más que seguros.

- Dios quiera que aciertes, amigo Polidoro –le digo-. Yo sigo preocupado. El Gobierno vuelve a prometer todo el dinero público necesario para recapitalizar bancos y cajas, pero nada dice de exigir responsabilidades a los Consejos de Administración, ni de cuentas claras y de libre acceso de los impositores a las mismas, ni de moderación en retribuciones de los administradores, ni de cambios entre los mismos, ni de exigir responsabilidades –aunque sólo sean civiles, ni de restituir lo excesivamente percibido, por lo menos en los cinco últimos años. Si de lo único que se trata es de dar más dinero a quienes se supone que saben perderlo con extrema facilidad, apaga y vámonos. Y bien sabe Dios, amigo Polidoro, que todo cuanto digo, dicho queda sin el menor ánimo de ofender a nadie, ni de poner en duda su honradez, que supongo acrisolada. Sólo hablo de gestiones personales y del éxito o fracaso económico de las mismas, no de personas. Pero creo que no vamos, ni va el Gobierno, por acertados caminos. A quien hay que salvar es al ahorrador, al impositor, a las empresas –y con ellas a sus trabajadores-, no a esas entidades, que ya cuentan con sus propios y sabios y bien retribuidos Consejos de Administración –además de con nuestros dineros, en ellas depositados-, para no necesitar de salvaciones gubernamentales, a costa de nuestros impuestos, claro. Seguiremos hablando.


José María Hercilla Trilla
Salamanca, 10 Marzo 2009

(Publicado en www.esdiari.com del 16-03-09)

jueves, 5 de marzo de 2009

7/9 - UN MUNDO SIN PROBLEMAS

7/9

Un mundo sin problemas

Entra Polidoro en mi refugio, lugar tranquilo y silencioso donde escribo estos inanes comentarios, y alborotadamente me dice él:
- Alégrate, José María, y convéncete de que vivimos en el mejor de los mundos, un país sin problemas acuciantes, donde nuestros políticos, y también algunos grupos o asociaciones diversas, pueden dedicar su tiempo, y perderlo, claro está, en discutir nimiedades que a pocos contribuyentes creo que puedan interesar, salvo a ellos. Nada hay que resolver; todo funciona perfectamente. Esto es Jauja.

- ¿Por qué dices eso, Polidoro, por que lo de Jauja lo será para algunos, no para todos? –le respondo, asombrado de su estado eufórico, así como de su visión globalizadora de las nimiedades a las que se refiere-.

- Es bien sencillo de responder, José María, –me dice-. ¿No ves esos autobuses urbanos, pintarrajeados ellos, los unos negando la existencia de Dios, los otros afirmándola, derrochando dinero en absurdas publicidades que a nada conducen, salvo a enfrentamientos superfluos? ¿No ves a esos denodados políticos, empeñados ellos en discutir en el Congreso la conveniencia de aprobar la eutanasia; la de anular un convenio suscrito con la Iglesia católica; de regular el procedimiento para que los apóstatas puedan testimoniar oficialmente, urbi et orbi, su apostasía; su esforzado empeño en retirar o suprimir los crucifijos en los actos oficiales y muy especialmente en los de toma de posesión de cargos oficiales; su propuesta de cambiar la denominación de un aeropuerto –la de toda la vida, el nombre con el que se le conoce mundialmente, Barajas,- por el nombre de un político, al que conocemos los españoles y pocos más, y que además pocos recordarán al cabo de dos o tres generaciones de contribuyentes; y así “tó seguío”, como se dice en Andalucía? ¿Cuántas de esas “sabias” y acertadas propuestas vendrán a solucionar los verdaderos problemas que nos afligen, el primero de ellos el paro, al que deberían dedicar toda su atención y encaminar todos sus esfuerzos?

Me quedo pensando en esas palabras de Polidoro y debo concluir que no le puedo llevar la contraria, pues algo de razón no le falta. En la cuestión religiosa, donde algunos tienen a gala manifestarse en contra de ella en cuantas ocasiones se les ofrece o troneras tienen a las que asomarse, entiendo que debe distinguirse, por una parte la existencia o inexistencia de ese Dios que unos afirman y otros niegan, y por otra parte todo lo demás: las personas dedicadas al culto, cualquiera que este Dios pueda ser, y aun por otro, el patrimonio artístico inmobiliario y monumental puesto al servicio de cada religión, tan abundante esa riqueza en España.
A mi me admira el proselitismo de unos y otros, creyentes y ateos, por entender yo que en eso de las creencias sobran terceras personas. Ya se decía que “religión” viene de “religare”, volver a atar el vínculo que une al hombre con su Dios, o sea establecer una relación privada entre Dios y el hombre creyente. En resumidas cuentas, que ese creer o no creer de cada sujeto no importa a nadie, salvo al interesado. Me asombraría ver a cualquiera paseando las calles con un cartel en alto que dijere: “Soy creyente, creo en Dios”, como igualmente quedaría estupefacto si otro, en cartel parecido, pregonare su ateísmo. Mi reacción sería decir ¿Y a mí que me cuentan ustedes, amigos? ¡Con su pan se lo coman! Son asuntos privados, estrictamente suyos, o de ustedes con su respectivo Dios, que a nadie más conciernen. Por muy importantes que se crean ustedes. Ser creyente o ateo, cristiano o islamista, es su particular problema. Mientras usted no avasalle al prójimo, crea usted –o descrea- lo que le apetezca, pero, por favor, no incordie. Bastantes preocupaciones tenemos ya los mortales, para que, encima, tengamos que cargar con las suyas.
Yo confieso haber sido bastante agnóstico en mis años de atormentada juventud. Ello no supone sino simplemente declararme incapaz de alcanzar con mis propias entendederas el exacto conocimiento de Dios y de todo lo que trasciende la propia experiencia. Pero una cosa es ser agnóstico –reconocer con humildad mi incapacidad de saber con certeza absoluta de Dios y las cosas Divinas-, y otra muy diferente es ser y declararse soberbiamente ateo, lo que supone “saber de ciencia cierta” que Dios no existe, que ya es mucho saber. Mi soberbia juvenil nunca llegó a tanto. No pasé de dudar, unas veces en un sentido, otras veces en sentido opuesto.
Con los años he ido aprendiendo que la duda anida incluso, aunque solo sea a ratos o en puntos determinados-, entre algunas personas consagradas a Dios. A estas alturas de mi vida, sigo siendo en ocasiones un mar de dudas, tal vez por no considerarme –como los del autobús- lo suficientemente sabio como para alcanzar la certeza de la inexistencia de Dios. En mi humana limitación, y en mi limitado saber, no paso de dudar de vez en cuando y en determinados puntos. Como a tantos acaece.
Declaro mi respeto –iba a decir que admiración también- hacia todos los que gritan su ateísmo. Felices ellos, que gracias a su ciencia –no sé si infusa-, se atreven a afirmar tan tajantemente la inexistencia de un Dios por el hecho de no haberlo visto jamás. Yo, nunca he visto Nueva York, y sin embargo creo que existe. Ellos, la mayoría, se proclaman ateos por la gracia de Dios.
Nunca fui amigo de exaltaciones, que las más de las veces a nada conducen, pero al ir avanzando en edad comprendí que la prudencia en todo es lo más aconsejable al hombre. Ya lo advertía así Don Quijote a Sancho, al decirle: “Prudencia, Sancho, prudencia”. Corroborado esto por el más antiguo aforismo: “Prudentibus fortuna semper est comes”, o sea que la suerte acompaña siempre a los prudentes. ¡Ojalá sea así!
Y en este caso concreto que nos ocupa, de inanes discusiones, bueno es seguir los consejos del Aquinate, quien decía que a la idea de Dios no se llega por el sentimiento, sino por la reflexión, y nadie podrá negar que ésta, la reflexión, es labor propia de hombres prudentes.
Y, dirigidas al hombre reflexivo, en sus diversas obras, entre ellas la Suma Teológica, enumeraba las llamadas cinco pruebas de la existencia de Dios, pruebas que siguen siendo válidas después de siete largos siglos, casi ocho, transcurridos desde entonces. Él mismo reconoce la influencia recibida de Aristóteles, Maimónides, Avicena, etc., gentes de cuya inteligencia creo que ningún mortal puede dudar. El Aquinate reflexiona y en sus cinco propuestas nos ofrece la prueba suficiente par que admitamos, de grado o forzosamente, la existencia de un Ser Supremo. O, por lo menos, no podamos negar tajantemente su existencia.
No voy a abusar aquí de la paciencia de mis amables lectores, haciendo exposición y glosa de esas cinco pruebas del Doctor Angélico. Recomiendo su lectura, eso sí, pues pueden aclararnos las ideas y hasta disiparnos las dudas que nos asalten de vez en cuando. Lo que sí está claro, me parece a mí, es que esa existencia no se opone en nada a las teorías darwinianas de la evolución de las especies. Pero siempre tendremos que llegar a un punto inicial, a un germen de vida, sin empezar a evolucionar todavía, que nos obligará a acordarnos de la primera prueba, la del primer motor, la que nos exige reconocer que “alguien” creó de la nada ese primer germen, todo lo minúsculo y rudimentario que se quiera concebir, pero incapaz de darse la vida por sí mismo, de crearse “ex novo et ex nihil”. Lo de la evolución puede venir después, poco a poco, todo es cuestión de tiempo. Nada ni nadie lo impide.
Al hablar de creencias o descreencias, recuerdo aquella frase de Carl Sagan que decía así: “A veces creo que hay vida en otros planetas, y a veces creo que no. En cualquiera de los dos casos, la conclusión es asombrosa”. Lo mismo sucede si nos referimos a Dios, en cualquiera de los dos casos, resulta asombroso que usted y yo estemos aquí, sin mérito alguno por nuestra parte. Por lo menos, por la mía.

- De todas formas –me dice Polidoro-, ¿no te parece, vistas las nimiedades en que se entretienen ciertos políticos, que el “homo politicus” está en fase de evolución, sin haber llegado todavía a la perfección que sería aconsejable en todo aquél que se cree capacitado para dirigir a sus conciudadanos? ¿O sin haber pasado, por lo menos, por aquellas pruebas de la docimasia, instituidas por Solón y exigidas a los atenienses aspirantes a políticos, antes de dejarles ejercitar como tales?

- Todo es posible, amigo Polidoro –le respondo-, ya sabes que dudo hasta de mí mismo, con que no te digo de los demás…., sobre todo si los he de juzgar por sus obras. Pero bueno, mientras tanto y visto que en el país no existen grandes problemas, gracias a Dios; considerando que existe pleno empleo, que no hay peligro de crisis, que nuestros ahorros están seguros, que las pensiones no peligran, que nuestros hijos y nietos reciben la más esmerada educación con que soñar se pueda, bueno es entonces que los políticos –y los que aspiran a serlo- se entretengan en esas nimiedades que a poco conducen, salvo a partirnos de risa. Por no llorar de pena. ¡Qué país, puñeta, que país! No tenemos remedio. Media nación en paro, y nosotros discutiendo si son galgos o podencos.


José María Hercilla Trilla
Salamanca, 16 Febrero 2.009
http://hercilla.blogspot.com