miércoles, 7 de julio de 2010

22/10 - OBSERVACIONES DE UN HOMBRE MAYOR

22/10

Observaciones de un hombre mayor


Una de las grandes ventajas de irse haciendo uno mayor –nada de viejo, ¿eh?-, es que al irse aumentándonos las distancias intergeneracionales, la perspectiva desde la que se enfocan las cosas, y sobre todo las personas, especialmente las pertenecientes a la importante casta política de cada momento, nos permiten una más clara y detenida visión, también audición, y por consiguiente una más acertada crítica. Quiero suponer que también desapasionada y hasta imparcial.
Me veo obligado a recordar a mi buen amigo Polidoro, hombre él de conocimientos enciclopédicos, con “sentido común, acrisolada honradez y acendrado amor a la justicia”, tal como reza su esposa todas las noches, al encomendar a nuestros políticos a la misericordia divina, más que nada para que los mejore y no les deje caer en la tentación, amén.
Bueno, pues Polidoro rechazó a lo largo de su vida varios cargos políticos que se le ofrecieron en distintas ocasiones, siempre alegando que “no estaba preparado suficientemente” para desempeñarlos, prefiriendo seguir trabajando honradamente desde su oscuro anonimato, sin meterse en camisas de once varas que quizás pudieran sentarle mal, pensaba él, aunque -creo yo, que le conozco-, que no peor y más holgadas de cómo a más de uno, de los que ocuparon los cargos por él rechazados, se les vio luego que les sentaban ellas, las camisas o el cargo.
Cuando ese pase de modelos, de camisas de diversos colores, o de cargos de diversa entidad, se contempla desde un mismo nivel, o incluso desde un plano cronológico inferior, apenas se distingue o advierte cosa alguna, como no sea el más o menos desenvuelto verbo del oficiante para moverse en el escenario de su representación. Algunos hay que optan por llamarlo, en vez de desenvuelto verbo, desparpajo, y algunos otros, todavía una cosa peor.
Pero cuando, como decía al principio, la distancia intergeneracional entre espectador imparcial y político en activo, sobre todo subido éste más en su soberbia y retribuciones que en sus conocimientos y logros, cuando esa distancia se va haciendo casi enorme entre uno y otro, entonces se asombra aquél –el espectador, el de mayor edad-, de que la casta política carezca en absoluto de sentido del ridículo.
No voy a negar que hay, como en todas partes y en todo grupo, una serie de excepciones a esa regla –más que regla, opinión personal de quien escribe-, excepciones que nos hacen reconciliarnos con el conjunto de ellos, de la casta política, si prescindimos de analizarlos uno a uno.
No voy a señalar a nadie, líbreme Dios de ello, que no soy amigo de inferir ofensas, por muy fundadas que pudieran estar las opiniones manifestadas. Y, vive Dios, que algunas lo están.
En la carrera política, de más fácil y llano acceso que, por ejemplo, las de ingeniería, medicina o física, por citar alguna de las muchas que requieren esfuerzo, se debiere dar cabida a todo aquel que llegare a ella movido por verdadero espíritu de servicio, que, en realidad, es lo único que justifica su existencia, la del político.
Si vivir es servir, como alguien acertadamente decía, figúrense ustedes qué será gobernar, actividad que requiere –aparte de unos conocimientos previos y sólidos-, una dedicación poco menos que completa, un olvidarse de sí mismo y pensar en los demás a todas horas. Si no se gobierna con esa capacidad, dedicación y entrega, sino más bien improvisando, pensando en el medro personal y suculento, entonces pobre del pueblo gobernado.
No pretendo yo, ni tanto saber, ni tanto sacrificio en nuestros gerifaltes, pero sí –sobre todo en aquellos que se autodenominan de izquierdas-, que obren con arreglo a las ideas que dicen tener y nos predican a troche y moche, que una cosa es predicar y otra cosa, vivir ajustándose a lo que se predica.
Hablando de esa manifiesta divergencia entre lo predicado al contribuyente y lo aplicado por el predicador, o los predicadores, a sí mismos y a los suyos una vez se hacen con el poder y aseguran su economía, me decía Polidoro, en uno de nuestros paseos medicinales, de ahí, de esa divergencia, viene la creciente desconfianza hacia ellos, esos arribistas que se apresuran a vivir como jamás lo habían soñado, como nos predicaban que sólo viven “los que son de derechas”, con buena casa, buen servicio doméstico, educando a los hijos en acreditados colegios extranjeros, etc., etc., aunque eso sí, sin apresurarse éstos, los políticos, a hacer lo posible por adquirir mayores conocimientos que los que tenían al comienzo de sus respectivas carreras públicas. Para algo están los socorridos y bien retribuidos asesores, a los que Polidoro reconoce todo su valor, si no fuera –como él me dice-, por eso de que sus asesoramientos pueden estar viciados ab initio, bien por la adulación, bien por el temor de perder la canonjía si se asesora en contra de los que de ellos se espera. Ministro hubo al que sus disidencias respecto a su superior, le costaron el cargo. Es muy humano, dice Polidoro, en su afán de disculpar siempre al prójimo.
Tornando a lo que decía al principio, lo del ridículo papel que algunos gerifaltillos –y gerifaltillas-, ofrecen al contribuyente, bien en sus poses de iluminados, bien en su pobre discurso, bien en sus escasos logros, venimos ambos en coincidir que puede ser injusto juzgarlos duramente. Nadie es perfecto en este puñetero mundo, aunque algunos crean lo contrario al mirarse en el espejo. En eso consiste la vanidad, en esa falsa creencia y firme convencimiento de lo listo y bonito que uno es. Por eso es tan delicada y espinosa la misión del Gerifalte Primero, porque dentro de ella está la de elegir correctamente, con acierto, a sus segundones, sean estos ministros o portavoces, o lo que sea. Lo de la culpa in eligendo no se la quita nadie. No hablo de la in vigilando, puesto que considero que si hubiese elegido bien a sus segundones, sobraba la vigilancia a ejercer sobre éstos.
Y cuidado que es difícil erigirse en juez de nuestro prójimo, sobre todo si además de prójimo –en el buen sentido de la palabra-, es correligionario, al que se elige por ignorados motivos, más que por acreditados saberes y capacidades. Si hubiere oposiciones, algún día, a ministro, subsecretario, portavoz, etc., etc., seguramente nos iría mucho mejor. Pero mientras las designaciones sean digitales, a golpe de dedo, la culpa in eligendo recaerá inexcusablemente en ese Elector Supremo o Gerifalte Primero, supongo que iluminado por Dios, que como Dios hizo al crear la Tierra, hace surgir a sus elegidos, no pocas veces, de la nada.
No nos queda otra cosa que decir, sino que Dios nos proteja y ampare -a nosotros-, y a ellos les perdone.

José María Hercilla Trilla
Salamanca, 18 Mayo 2010


(Public. en www.lacodosera.com el 23-05-10)
(Id. en www.valde-moro.com el 23-05-10)
(Id. en www.esdiari.com el 31-05-10)

martes, 6 de julio de 2010

21/10 - INANE COMENTARIO A CICERÓN

21/10

INANE COMENTARIO A CICERÓN


No, no ha sido la casualidad, ni el azar, sino la mano de una buena y culta amiga salmantina, Alicia González Mallo, la que me ha enviado una cita de Marco Tulio Cicerón (año 106 a 43 a. de C.), que debieran conocer todos nuestros ilustres políticos, empeñados ellos en gobernar nuestras vidas, sin habernos demostrado antes que son capaces de gobernar sus casas, y mucho menos de conseguir hacerlo bien.
Públicamente te doy las gracias, amiga Alicia, que no todos los días se recibe un correo de este tipo y nivel, antes bien, lo corriente es que sean antagónicos a éste, más bien chungos y deleznables, y no cito ninguno, no vaya a ofenderse alguno de mis amables y espontáneos corresponsales.
Dice Marco Tulio Cicerón que: “El presupuesto debe equilibrarse, el Tesoro debe ser reaprovisionado, la deuda pública debe ser disminuida, la arrogancia de los funcionarios públicos debe ser moderada y controlada, y la ayuda a otros países debe eliminarse para que Roma no vaya a la bancarrota. La gente debe aprender nuevamente a trabajar, en lugar de vivir a costa del Estado”.
Lo asombroso no es lo que decía Cicerón, sino el que lo dijera en el año 55 a. de C., hace la friolera de 2.065 años, y que además parezca escrito ayer, totalmente aplicable lo dicho a nuestras actuales circunstancias, por lo visto tan malas como debían serlo entonces. Es ello demostración evidente de nuestra escasa capacidad de superación, de que seguimos siendo el mismo burro, que sigue tropezando con los mismos políticos, quiero decir con las mismas piedras. Perdón.
Cicerón contaba 51 años de edad, la suficiente para haber acumulado una sólida experiencia y haber sido testigo de más de un desmán de sus coetáneos políticos, pues visto está, leyendo lo que nos dice, que ya por entonces tampoco andaban las cosas por muy buenos caminos, que también el presupuesto estaba descuajaringado –como el nuestro-; que el Tesoro tenía más telarañas que denarios u otra cosa equivalente –como le ocurre al nuestro-; que la deuda pública se había disparado –igual que la nuestra-; que los encargados de la administración pública –los funcionarios que dice él-, estaban descontrolados, y que encima, estando inmersos en esa precaria situación económica que agobiaba a Roma, aún había que ayudar a países extraños –como nosotros ahora a Grecia-. Todo eso, amén de que gran parte de los ciudadanos vivían a costa del Estado, no de su trabajo, situación a la que se habían acomodado, desentendiéndose de todo y olvidándose hasta de trabajar, incluso de cómo se trabajaba, unos por voluntad propia, pero los más, como sucede ahora, seguramente obligados por el paro, por no encontrar trabajo y tener que cobijarse bajo el manto protector de las ayudas públicas, tan cortas en ocasiones, que les dejaban los pies fuera y helados.
Obligado es hacer comparaciones, por odiosas que éstas sean, y concluir que nos hace falta un nuevo Marco Tulio Cicerón, para repetir y gritar sus viejas y sabias palabras a nuestros mandamases, visto que no han perdido vigencia y lozanía aquéllas, ni han cambiado los desastrosos modos de gobernar de que usan éstos, iguales o parecidos a los de aquellos gobernantes coetáneos ciceronianos. Como dice mi amigo Polidoro, unos y otros, al final, todos iguales. ¡Eso es lo malo de la política! Que, generalmente, no hay donde escoger, por mucho que mires en torno. Y al final, se tiene uno que conformar, aunque sea renegando, con una nueva edición que no es sino copia de la primera. Y menos mal si no es peor.
Polidoro tiene la teoría de que toda crisis sobreviene cuando la masa de dinero circulante es inferior a la masa de dinero atesorado, atesorado por unos cuantos, se entiende, a los que nada basta para saciar su avaricia, como si encerrasen dentro de sí la esperanza, cuando no la ilusoria certeza, de ser ellos eternos. También dice él, Polidoro, aunque no es filósofo, que eso, esa avaricia desmedida, de que hace gala y ostentación nuestra casta política y la ralea económica directiva de bancos, cajas y grandes empresas, es cosa muy humana. Y debe tener su razón, ya que, por lo que vemos que nos dice Cicerón, la cosa viene de lejos. Tal vez, incluso, hasta de antes de la invención del dinero, cuando imperaba el trueque. Siempre habría algún cacique y malnacido que quisiera tener para él todas las cabras o todo el grano de la tribu, sin tener remordimientos de conciencia al ver famélicos al resto de los tribeños, valga el neologismo.
Y lo grande es que nos quieren hacer creer, nuestros actuales jefes de tribu, que somos un pueblo civilizado y encima democrático. Eso de democracia me huele, por mis remotos conocimientos del griego -donde “demos” significaba pueblo y “cracia” equivalía a dominio o poder-, a gobierno del pueblo, o por lo menos para el pueblo. Ya sabemos que algunos políticos acotaron el primitivo significado y dejaron establecido que democracia es el gobierno para el pueblo, “pero sin el pueblo”, incluso alguno hay que piensa que lo más alejado posible del pueblo.
Pues bien en ese gobierno democrático -nos mienten también-, todos los ciudadanos tienen los mismos derechos y obligaciones. Supongo que se refieren al derecho a nacer –con las limitaciones del aborto provocado voluntariamente-, y la obligación de morir, de la que nadie se libra, aunque los ricos y poderosos parecen olvidarse de ella, de esa obligación, con su conducta avariciosa.
Pero de ahí no pasa la igualdad. Por ejemplo, nosotros, los simples mortales, necesitamos haber cotizado treinta y tres años de trabajo para tener derecho a una pensión de jubilación, en muchos casos insuficiente a nuestras necesidades. ELLOS, y fíjense que lo escribo con mayúsculas, en señal de respeto, no por chunga, se han acortado desorbitadamente ese plazo de cotización, e incluso algunos hay de entre ellos a los que parece suficiente haber tomado posesión del cargo, aunque cesaren al día siguiente, para tener derecho a una suculenta pensión vitalicia.
Mires donde quieras, a derecha o izquierda, da igual, una cosa es la que nos predican a los simples mortales, y otra muy diferente es lo que ellos se aplican para sí y los suyos. ¿Igualdad? Que me la claven en la frente, me contesta Polidoro al oírme formular la pregunta.
De todos modos, si teniendo a Cicerón entre ellos, no fueron capaces de enderezar el rumbo de aquella nave del gobierno romano, ¿qué vamos a hacer nosotros, sin Cicerón alguno que nos señale el rumbo cierto que debe tomar la nuestra?
No es desconfianza lo que nos embarga en estos momentos –dice Polidoro-, es descorazonamiento, o sea pérdida de esperanza e ilusión, como dice el diccionario de la RAE que debe interpretarse esta palabra.
Y algo de asco también, le contesto. Tal vez esté equivocado en mis apreciaciones, pero me siento defraudado por la casta de mandamases, en activo o en expectativa de serlo, da igual. Qué Dios y ellos me perdonen, que no hay ofensa en mis palabras, tan sólo absoluta desconfianza. Y eso, vive Dios, no es por mi culpa.

José María Hercilla Trilla
Salamanca, a 14 Mayo 2010

P/S.- Días después, ayer, 16-5-10, recibo igual correo de mi otra dilecta y culta amiga, Pilar Pascual Vicente, también salmantina. Gracias, pues, también a ti, amiga Pilar, gracias. Que Dios os lo pague a ambas.-J.Mª.H.T.- Salamanca, 17-5-2010


(Public. en www.lacodosera.com del 17-05-10)
(Id. en www.esdiari.com del 24-05-10)