jueves, 25 de junio de 2009

19/6 - DE FICHAJES, DEPORTES Y ESPECTÁCULOS

19-9

De fichajes, deportes y espectáculos


Hoy, 12 de junio, San Juan de Sahagún, es día festivo en esta ciudad, Salamanca, festivo para unos y menos festivo para otros, para cada uno según sus particulares y orteguianas circunstancias, pues eso de las fiestas implantadas por real o canónico decreto jamás llegó a convencerme. ¡Todos a divertirse! Pues no, hoy no toca, no tengo yo un día particularmente bueno, y no es que no quiera divertirme, es que no puedo reírme obedientemente, aunque vive Dios que lo intento. No tengo ánimo para emplearlo en fiestas, aunque sean las patronales. Tanta necedad en torno, tanta unanimidad, me entristece.
Los ricos, que -como decía un chungo- son amigos de la diosa Fortuna, podrán encontrarse mejor dispuestos para celebrar este día feriado, ya que parece no faltarles de nada en esta vida, y no sólo no faltarles, sino incluso sobrarles abundantemente, pero el resto, ¡ay, el resto!, tal vez para ellos hoy no sea el día más adecuado. Otro día será. Si no cascan antes. Esperemos de la misericordia divina que encuentren otro día, cualquiera, aunque no sea San Juan de Sahagún, para celebrar su particular fiestecita, aunque sea en familia y sin grandes alharacas, ni onerosos dispendios. Con una buena caldereta al estilo de Fornells, una paella valenciana, un buen cocido extremeño o un socorrido gazpacho andaluz, amén de con café, copa y puro de remate, sería suficiente, ¿para qué más? Lo del chalet en sierra o playa, descapotable en la puerta y el yate amarrado en el puerto, quede para otro día, y sobre todo para mejores tiempos, cuando no sea pecado hacer públicas ostentaciones.
Menos mal que hoy, los titulares del diario que compro y leo, producen risa, esa risa que sigue al asombro, cuando lo que lees en su portada está tan alejado de la vida del común de los mortales, tan fuera de órbita, que resulta incomprensible asumirlo, ni siquiera entenderlo, por mucho esfuerzo que pongas en ello. La festividad oficial del día la sustituiré pues por la hilaridad de la noticia. Que dicen que es de ámbito deportivo. Si eso es deporte…, iba a decir que en ese caso yo soy emperador de la China, pero no quiero molestar a nadie. Tampoco a ese emperador.
No quiero recurrir aquí al fácil y acostumbrado recurso de ampararme en citas bíblicas, trayendo a colación aquello de que Cristo valió treinta dineros, y que si Él, el mejor de todos nosotros, valió eso, esa redonda y reducida suma, nadie puede valer ni un euro más. Nos han acostumbrado a saber –por lo menos a oír- que más de uno y más de dos, se venden por más elevadas cantidades. Lo de que luego acaben algunos delante del juez, acusados de cohecho, soborno u otras especies delictivas, no altera la realidad de las compraventas, ni tampoco la de las elevadas cantidades “sobre-pagadas” y “sobre-cogidas”. Ustedes me entienden.
Al fin y a la postre, las mismas no eran nada al lado de las que el comprador de voluntades ajenas pensaba obtener con su delito, éstas incalculables. Era una especie de “do ut des”, delictivo, sí, pero de uso poco menos que normal en ciertos ambientes. Te pago mil y me llevo un millón. Y “tutti contenti”.
Cuando esa compra de voluntades ajenas -y voluntad ajena es la de querer trabajar y cumplir con el trabajo a que se dedica el comprado o usar de la influencia o poder que éste tenga-, cuando lo pagado por lograr ese trabajo, o ese enchufe, que se exige rentable y perfecto, es una cantidad que rebasa todo lo imaginable, entonces, superada la capacidad de asombro, el asombro se nos convierte en risa. ¿Y por qué no decirlo? También en pena, en avergonzada pena, en frustrante desolación al ver a qué extremos hemos llegado de falta de sindéresis, de capacidad para juzgar con seriedad lo que se hace. Ni pensar en sus consecuencias.
¿Qué por qué digo esto? Como resultado de aquello que leo, de que un club de fútbol ha pagado por un jugador “57 veces su peso en oro” –que ya son veces-, contratándole por noventa y cuatro millones de euros (15.640.284.000 pesetas), y ello, esa desmesurada contratación, después de haber contratado a otro balompedista por otros sesenta y cinco millones de euros (10.815.090.000 pesetas).
Como término de comparación y para aclararnos las ideas a los asombrados lectores, nos dice el periodista que “la suma de las dos transacciones equivale al presupuesto anual de Museo del Prado, el Reina Sofía y la Biblioteca Nacional juntos”.
O sea, descubrimos, que en el mantenimiento de esas tres instituciones culturales, en las que además se suele pagar por entrar en ellas, se gastan anualmente ciento cincuenta y nueve millones de euros (26.455.374.000 pesetas anuales), lo que supone una media diaria de casi cuatrocientos treinta y seis mil euros (72.480.480 pesetas), que tampoco es moco de pavo para un solo día. A mí, particularmente, me parece un derroche, pero ¿quién soy yo, para atreverme a opinar sobre gastos de la Administración del Estado? Sobre todo si son hechos para fomentar la cultura.
En lo que sí me considero autorizado es en opinar sobre las cantidades pagadas por esos dos futbolistas, por muy buenos que sean ellos -eso no se lo discuto-, por lo menos en cuanto al abono de esas sumas en este lugar y tiempo, es decir en España y además en medio de esta crisis que a casi todos nos afecta, galopante ésta, por mucho que digan los mandamases, empeñados éstos en anunciarnos el final de la misma a la vuelta de la esquina, el año que viene, o mejor a finales de éste. Que ya es ser optimista.
¿Puede realmente, sin ponerse en peligro de dificultades económicas, presentes o futuras, afrontar un club –por muy importante que sea o crea ser-, el pago de esas astronómicas cantidades por tan sólo un par de nuevos futbolistas? Eso, aparte de abonarles sueldos anuales de nueve millones de euros (1.500.000.000 pesetas año = 125.000.000 ptas/mes = 4.166.666 ptas/día). Periodista dixit. Desearía que sí, que pudiese hacerlo ahora, y que igualmente pudiere seguir haciéndolo en el futuro, aunque nada tengo que ver con ese club, ni con ningún otro, puesto que no soy socio, ni tampoco voy al fútbol, ni tan siquiera lo veo en la televisión, pero esos desorbitados gastos –de mantenimiento o de explotación- rebasan la capacidad de asombro del contribuyente. Que es a lo que iba.
Otras instituciones conoce uno, un día económicamente poderosas ellas, que empezaron contratando jugadores –léase consejeros-, abonándoles sueldos fuera de razón, metiéndose en aventuras descabelladas, para al final tener que recurrir al Estado salvador, el de las subvenciones –también desorbitadas-, para poder salir adelante y evitar tener que poner el ominoso rótulo de “Cerrado”, por defunción, por haber superado los gastos a los ingresos previstos en un momento de excesivo optimismo. O por sobrar tanto consejero. Lo más probable.
De todas formas, deseo éxitos a ambas partes, al club jacarandoso y postinero, a su presidente y a sus insólitos fichajes. A los aficionados me basta desearles que les abaraten las entradas y la cuota de socios. De todo corazón.
Dejemos a un lado las teorías de mi amigo Polidoro, que encuadra el fútbol dentro de la actividad empresarial de “espectáculos de masas”, no de eventos deportivos, como tampoco a esas grandes figuras le parece oportuno llamarles “deportistas”, no sé si acertada o equivocadamente. A quien juega con quien mejor le paga, entiende el ochentón Polidoro, le cuadra mejor otro nominativo, que se calla.
No comulgo con todas su teorías, pero entiendo con él que cuando media el DINERO, en mayúsculas, como en este caso que aquí comento, la deportividad queda notablemente reducida, a algo así como “deportividad”, incluso de menor tamaño. Mínimo. Dejémoslo en negocio. Sucede lo mismo que con la política, que cuando la enturbia el dinero, poco menos que deja de ser política. Todo lo más, numismática, en el mejor de los casos. Y, por supuesto, ciencias ocultas.
De todas formas, y que esto quede entre nosotros, espectáculo por espectáculo, confieso que prefiero asistir a un concierto de la Orquesta Nacional. Lo que siento es que a sus componentes, los de la orquesta, no se les abone por su trabajo los mismos sueldos que a los futbolistas. Creo que es más difícil dominar a la perfección un instrumento musical que meter un gol. Por lo menos, se tarda bastante más en aprender.
Tal vez nosotros estemos equivocados –me dice Polidoro, antes de marcharse-. Ya tenemos muchos años, somos de los de antes de la guerra. Seguramente estamos caducados y hasta puede ser que fuera de juego.

José María Hercilla Trilla
Salamanca, 12 Junio 2009

(Publ. Es Diari del 22.06.09)

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