domingo, 14 de junio de 2009

17/9 - LOS ORDENADORES EN LA ESCUELA

17/9

Los ordenadores en la escuela

La cosa no es de ahora, no, viene de lejos. Hace ya tiempo que vengo pensando en ello, concretamente desde que empezó a hablarse de repartirlos, los PC, entre los colegiales –creo que en el 2004-, como si eso fuese la panacea para todos los males que sufre la enseñanza primaria. Lo que sucede es que como ahora, con motivo del reciente discurso sobre el estado de lo que queda de la nación, ha vuelto a repetirse la misma cantinela política, también yo he vuelto a dar en pensar en todo ello, en los pobres colegiales, en los ordenadores portátiles y unipersonales prometidos, y en todo lo que viene detrás, que esa es otra. Porque el problema es siempre eso, lo que viene detrás, en la cola, a la rastra, en lo que jamás se piensa, pero que nos espera a la vuelta de la esquina, pasado algún tiempo, menos del que pensamos si tal reparto se lleva a cabo.
Dejemos a un lado el descomunal coste de adquisición de los cientos de miles de ordenadores necesarios para satisfacer a todos los colegiales, que tampoco es cosa de darlos a unos sí y a otros no, que para eso tenemos una ministra de igualdad. O a todos o a ninguno, no valen diferencias. España está boyante, rezumamos riqueza por todas partes, el Tesoro Público rebosa por los cuatro costados, se ha logrado el pleno empleo, no hay crisis que valga, podemos dejar de pensar en atender a lo necesario para podernos meter de lleno en atender superfluidades, somos felices, todos, sí, todos, no sólo los políticos. Que lo sean también los escolares a partir de 5º de primaria, y así “tutti contenti”. Una España feliz.
No entremos tampoco en los posibles enjuagues, dicho finamente esto, que en toda adquisición pública de consideración se suponen, aunque a veces sea temeraria y errónea suposición. Perdón entonces. Pero ya decía uno que en España lo que mejor funciona y es más rentable es la amistad. No entro en eso, ni a nadie culpo de ello, pero ha visto uno muchas cosas en la vida como para no ser desconfiado, o cuando menos precavido. Además, basta leer los periódicos. Los de aquí y los de fuera.
Sigamos. Tampoco entro en lo que supondrá para el Tesoro Público, es decir para los contribuyentes, la creación de un “Cuerpo técnico de asistencia técnica escolar” para mantener en funcionamiento los cientos de miles de ordenadores escolares que se proyecta repartir. Si de 600.000 antiguos funcionarios hemos pasado a los actuales 3.600.000, ¿qué importan unos cuantos miles más? Bienvenidos sean. Lo ideal sería que todos, absolutamente todos, fuésemos funcionarios, así se evitaría el riesgo de paros laborales futuros, ya que paro presente parece que no le hay. O se ignora.
Digo esto por el hecho de que, además de darle a los colegiales “su ordenador”, se habla de permitirles que se los lleven a sus casas para estudiar en ellas y en ellas hacer “los deberes”. ¿Se ha pensado cuántas manos extrañas van a tocar y enredar en esos ordenadores portátiles? Son aparatejos de precisión, y como tales, exigen que se les trate con cuidado, amén de con cierta pericia. Aparte de que hay que cargar sus baterías. ¿Quién será el responsable de su carga? ¿El maestro, el alumno, el técnico oficial de mantenimiento, o el padre del alumno? ¿O el ministro del ramo? De no ser así, de no tener carga, o de no ser adecuadamente manejados, se declaran en huelga esos aparatos. Hasta que acude un técnico en su ayuda. Pues debemos reconocer, aunque nos escueza, que no todos los docentes –antes honrados maestros de escuela- tendrán conocimientos técnicos suficientes para atender prestamente a esas previsibles interrupciones, a esas inevitables –y a veces costosas- averías que darán al traste con la formación continuada e “ininterrumpida” de los alumnos.
Al técnico en reparación de ordenadores escolares habrá que asignarle, eso es evidente, una dependencia aneja para llevar en ella su trabajo, pues no va a interrumpir el normal desenvolvimiento y desarrollo de una clase con su incómoda y abultada presencia y sus manejos. ¿O no es así?
Ya hemos aludido al desmesurado coste de los cientos de miles de ordenadores necesarios, a posibles enjuagues en su adquisición, al oneroso mantenimiento de aquéllos –de los ordenadores, no de los enjuagues, claro-, a descontrol extraescolar y domiciliario en su manejo, pero aún no hemos entrado en lo que considero más importante. Voy a intentarlo.
Hace bastantes años, primero tímidamente, después a raudales, se difundieron e implantaron las calculadoras. En un principio, cada una de ellas ocupaba una habitación entera. Tan sólo estaban al alcance de grandes empresas. Pero fueron reduciendo su tamaño hasta convertirse en portátiles, y finalmente en calculadoras de bolsillo, ya de uso generalizado, al alcance de todos, hasta de un estudiante de primaria. Al principio fueron miradas con cierta prevención en los centros docentes, por suponer un menor esfuerzo por parte de los examinandos al realizar éstos sus ejercicios, pero poco a poco se las fue tolerando, hasta acabar siendo permitidas, aparte de que era muy difícil el control de su uso, tal vez por su diminuto tamaño, que permitía su fácil escaqueo o uso subrepticio.
Desde entonces, Dios nos perdone, no hay estudiante que sepa sumar, restar, multiplicar o dividir, sin echar mano de ellas. Y no digamos, si se trata de resolver una ecuación, aunque sea de las modestas de primer grado…. Ya, ni entre los bancarios –antes acreditados sumadores de carrerilla- se encuentra quien sepa sumar de corrido. Multiplicar o dividir, no te digo; y extraer una raíz cuadrada, mucho menos. Las cúbicas, ni se sabe qué es eso.
Pues bien, si a las calculadoras, que vinieron a atrofiar la capacidad mental infantil, añadimos ahora los ordenadores portátiles, ya me dirán ustedes qué margen reservamos a los infantes para que ejerciten sus neuronas, convertidos ellos en meros espectadores de lo que aparezca en sus pantallas. El más completo y sofisticado ordenador del mundo no es capaz de superar el ordenador que cada niño encierra en su cerebro, dispuesto –si se le educa correctamente- a ponerse a trabajar, a razonar libremente, a desarrollar sus propias y particulares aptitudes, hasta convertirle en un hombre adulto, capaz de valerse por sí mismo y de ser útil a la sociedad.
Ofrece a un niño un ordenador y verás como desaparece su capacidad de escribir a mano, como desapareció su capacidad de calcular con la llegada de las calculadoras. Por otra parte ¿qué le va a ofrecer un ordenador que pueda compararse con lo que le ofrece un buen libro? ¿Qué “deberes” se hacen en un ordenador? No nos engañemos, los ordenadores han venido a desempeñar un importante papel en nuestras vidas; nos sirven de archivo, de buscadores de datos, de transmisores de noticias o avisos, de muchas cosas, sí, pero el estudio personal, el esfuerzo que el aprendizaje exige no nos lo eliminan, y mucho menos en los primeros años de nuestras vidas, aquellos en los que se forma el niño, en los que se moldea su carácter, los más importantes de sus vidas, de los que dependerá su futuro.
Gracias a aquellos muchos ejercicios de caligrafía, con papel, pluma y tintero –no se había inventado el bolígrafo-, hoy soy capaz de escribir a mano una carta, aunque ya mi letra no sea ni prima hermana de la que entonces alcancé a escribir. Ya es temblorosa, pero con ochenta y tres años no se me pueden pedir perfecciones caligráficas.
Gracias a los miles de problemas, resueltos sobre papel y calculando a mano, que tuve que resolver, hoy soy capaz de realizar sumas, restas, multiplicaciones y divisiones, sin necesidad de calculadoras. A punta de bolígrafo.
Gracias a los muchos libros que tuve que manejar y las horas de estudio que se me exigieron, hoy puedo prescindir de ordenadores, sin que decline mi actividad, ni peligre mi vida por ello. No niego su utilidad para ciertos trabajos, pero sigo considerando que en la edad escolar el mejor ordenador es el que cada alumno encierra en su cabeza, y que si se lo atrofiamos por falta de uso, mal porvenir le estamos preparando.
Otra cosa sería programar en los planes de estudio, como una asignatura más, y a partir de cierta edad, el conocimiento de cómo se maneja un ordenador, de para qué sirve –además de para jugar-, de qué rendimientos y utilidades se pueden obtener de ellos. Para cuando en realidad los necesiten, que no es ahora.
Luego, el que quiera tener un ordenador en su casa, que se lo compre; o acuda a una biblioteca pública, donde el solícito y previsor mandamás político deberá cuidar de que haya alguno para uso público y gratuito.
Pero a los niños, que no me los toquen, como decía un poeta de la rosa, son sagrados, intangibles. Son arca cerrada en la que se encierra el más sofisticado ordenador que se haya podido uno imaginar: El cerebro.
De todas maneras, mirada con humor, la cosa resulta cómica. No hay ordenadores para modernizar los Juzgados, precisados con verdadera urgencia de ellos, y los repartimos en las escuelas de primaria, para entretenimiento de los alumnos, y encima de primaria, donde son totalmente prescindibles. Incluso pudiera ser que también verdaderamente desaconsejables, por lo menos desde mi modesto –y puede ser que equivocado- punto de vista. No hay ordenador que pueda sustituir a un buen maestro, por lo menos de aquéllos de mis lejanos tiempos de escolar. Hace mil años.

José María Hercilla Trilla
Salamanca, 22 Mayo 2009


(Publ. en www.esdiari.com del 25-05-09)

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