domingo, 14 de junio de 2009

16/9 - POLIDORO, ARBITRISTA

16/9

Polidoro, arbitrista

Mi amigo Polidoro Recuenco, jubilado del noble Cuerpo de Telégrafos, garrafinista de pro, amén de librepensador a ultranza, es hombre de ideas fijas. Tal vez sea cosa de la edad. Pero tiene la inmensa ventaja de que, a pesar de la fijeza de sus ideas, no pretende ni tener la verdad absoluta, ni tampoco implantar sus creencias, sus arbitrios en economía, a nadie. Jamás le dio por la política. Siempre fue un hombre honrado, amén de independiente. Observa, piensa, razona, y saca sus propias conclusiones. El que luego venga a mí, a contármelas, a desahogarse, incluso a contrastar opiniones, es lo más natural del mundo. Para eso son –o somos- los verdaderos amigos. Para escucharnos los unos a los otros. Unas veces con delectación; otras, con paciencia, pero siempre fraternos.
Polidoro sigue obsesionado con los conceptos leídos, de “masa monetaria emitida” y “masa monetaria circulante”. Siempre hay una diferencia cuantitativa entre ellas, me dice, pero cuando más acentuada está esa diferencia es en los tiempos de crisis, cuando la masa circulante disminuye. Y sigue diciendo:

««La primera, la “masa emitida”, está sometida a control de las autoridades monetarias. Nadie puede emitir dinero sin autorización y control del Gobierno. Quien lo haga será un monedero falso. Si es descubierto, pagará su delito con la cárcel.
La de más difícil control es la “masa monetaria circulante”, la que da vida a una nación, como la circulación sanguínea da vida a una persona. Una circulación defectuosa puede conducir a la estasis sanguínea y finalmente a la muerte, ya sea por obstáculos en sus normales desplazamientos –trombos-, ya sea por congestión, súbita o lenta, en lugar determinado o por otra causa cualquiera.
Con el dinero –dice Polidoro-, pasa lo mismo. La masa monetaria –equivalente a los cuatro o cinco litros de sangre del cuerpo humano-, emitida aquélla por el Banco emisor central controlado por las autoridades, mientras fluya sin estorbos entre todos los individuos que componen la nación, mientras no se congestione o acumule en unos pocos, la nación permanecerá viva y rozagante. Lo malo es cuando se acumula entre esos pocos, excesivamente pocos, y encima los de siempre.
Otro símil que usa Polidoro es el de comparar la sociedad con una balsa flotante, no en la mar sino en el tiempo, que se mantiene a flote mientras su carga -los hombres y el dinero-, están bien distribuidos, bien estibados, repartidos no por igual, que eso sería una utopía, sino conforme la estructura de la balsa flotante lo exija. Lo importante no es el reparto igualitario, utópico él, sino el reparto inteligente, el que garantice una navegación serena, sin peligro de naufragio, y sabido es que una estiba mal realizada trae consigo una escora, por débil que sea, y que si ésta no se detiene sobreviene el naufragio, equivalente, en términos económicos, a la crisis.
Y ésa –sigue diciéndome Polidoro-, es la situación actual. La estiba de la masa circulante realizada durante estos últimos años ha sido llevada a cabo en forma irregular, aparte de incontrolada, sin atender a la deseable estabilidad de la sociedad, acumulándose su mayor porcentaje tan sólo en una de sus amuradas, a un lado, es decir repartida entre muy pocas manos –las de los elegidos o las de los insaciables e insolidarios avariciosos-, hasta lograr primero la escora y finalmente el naufragio de la sociedad, la crisis, que no ha hecho más que empezar. El naufragio acaba cuando se toca fondo. Aún no lo hemos tocado. Estamos descendiendo. No sabemos hasta qué profundidad.
En estas circunstancias –las de la mala estiba-, no cabe remediar la escora de la nave social aumentando la masa monetaria emitida, ya de por sí suficiente, como ha quedado probado con el desenvolvimiento económico gozado durante estos años de vacas gordas, en los que el dinero fluía abundantemente y sin obstáculos. Había exceso de dinero. Nuevas emisiones ahora, no tendrían otro efecto que la depreciación de la moneda, e igual de mala estiba de las nuevas emisiones, es decir mayor enriquecimiento de los ya sobradamente enriquecidos.
No es tarea fácil subsanar el problema de nivelar la nave. ¿Quién le pone el cascabel al gato? ¿Quién pone límites a la desmedida avaricia de algunos, para quienes toda riqueza es poca? Se nos enseña que las políticas fiscales conducen a ese fin regulador. Es falso. Nunca fue posible lograr que quién más tuviese, y sobre todo que quién más ganase, pagase más –es decir tributase a un tipo proporcional a sus ganancias- que quién ganase menos. Los tipos impositivos que gravan las rentas se estancan a partir de cierta cantidad de éstas, y ya todo lo ganado en exceso es miel sobre hojuelas, ganancias casi netas. Aquella ridiculez de que a cada uno se le debe dar según sus necesidades y cada uno debe contribuir al bien común conforme a su capacidad económica, no pasa de ser una entelequia.
Esa idea que esgrime mi admirado Cayo Lara, de limitar los ingresos altos, de establecer una especie de salario máximo, en idéntica forma a como se regula el salario mínimo interprofesional, idea digna de alabanza, no deja de ser una utopía, imposible de llevar a cabo. ¿Quién pone puertas al campo? Aparte de que ese noble impulso de algunos, de lograr mayores ganancias con su trabajo, no con especulaciones ni agiotajes vergonzosos, es lo que mueve el mundo. Sin hombres emprendedores la humanidad estaría condenada al fracaso. Hay que reconocerlo, pues así es.
No, no son esos hombres los culpables de la crisis, ni de ésta, ni de ninguna. El hombre que con su actividad, unida a sus dotes personales, crea y reparte riqueza, bienvenido sea. No así el que con sus malas artes, con sus especulaciones, con sus abusos, lo que hace es sustraer riqueza, buscando tan sólo acumular la mayor cantidad posible de dinero, ser más rico cada día, aunque ello suponga que los demás sean más pobres que nunca y para siempre.
De esa desmedida avaricia de algunos es de la que debe precaverse la sociedad, y la única manera de hacerlo –a mi entender-, es con la implantación de una política fiscal adecuada, amén de justa, cuyos tipos impositivos vayan creciendo proporcionalmente a los tramos de rentas obtenidas, llegando –si preciso fuere- hasta el 99 por 100 en los tramos altos, altísimos, desaforados, de renta, tramos cuya obtención pudiera llegar a considerarse ilícita, hasta constitutiva de delito de acaparamiento. Doctores tiene la Iglesia, es decir nuestro órgano legislativo, para considerar esta solución, única que considero eficaz para evitar la disminución de la masa dineraria circulante, disminución que conduce a la crisis de cualquier sociedad aquejada de ese mal de la avaricia de algunos, para quienes todo dinero es poco, en ocasiones hasta sin importarles el modo de enriquecerse, caiga quien caiga. Ni tampoco cuántos caigan.
Con el sistema fiscal actual, con un tipo impositivo que no excede del 43 por 100 –en el IRPF-, claro está que la carga se distribuye principalmente entre las clases medias –en sentido económico- de la población, y ello, evidentemente, no es justo, no se acomoda al principio de “a cada uno según sus necesidades, y cada uno según su capacidad”, axioma que debiere servir de guía en la aplicación de las políticas fiscales de una sociedad que se proclama justa, además de socialista. No veo yo el socialismo por parte alguna, esa es la verdad. Empezando por quienes lo predican. Bien es verdad que siempre fueron cosas diferentes predicar y dar buen trigo.
Mientras un presidente de un consejo de administración pueda cobrar impunemente 420.000 € anuales (setenta millones de pesetas), como decías tú el otro día de uno conocido, salmantino por más señas; y otro pueda gastar 510.717 euros (casi ochenta y cinco millones de pesetas) de otra Caja que preside, en comprarse un coche de superlujo (E.M. 19-05-2009, 1ª página), estaremos muy lejos de ese ideal de justicia, es decir de justa distribución de la riqueza, necesario para vivir en un estado de bienestar, donde todos tengamos cabida y podamos forjar proyectos, sin temor a crisis económicas, donde el hombre avaricioso deje de parecer –y de ser- un lobo para el resto de los hombres. ¿De qué estarán hechos algunos sujetos para considerarse siempre insuficientemente retribuidos? »»

Finalmente, Polidoro calla, no sé si extenuado por su facundia. He estado atendiendo en silencio este casi soliloquio arbitrista de mi amigo Polidoro, y debo confesar que, salvo en algunos puntos de su discurso, por lo demás sin importancia éstos, no he sido capaz de argüirle de contrario cosa alguna. Así pues, habré de poner punto final a este comentario, mejor dicho a esta transcripción de ideas ajenas, ideas “polidóricas” ellas, del más puro estilo arbitrista, diciendo tan sólo esto: “Polidoro dixit”. Juzguen ustedes. A mí, que no me reclamen.
¿Sabían ustedes que en Zurich, Suiza, la cuantía de las multas depende de la fortuna del sujeto que comete la infracción automovilística? Eso es lo justo. A mayores ingresos, mayor sanción. Como Dios manda. Y el sentido común. Y la justicia social. Si la hubiere, claro.

José María Hercilla Trilla
Salamanca, 19 Mayo 2009




(Publ. en www.esdiari.com del 31-05-09)

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