sábado, 29 de mayo de 2010

16/10-MADUREZ, DESPRENDIMIENTO Y FELICIDAD

16/10

La madurez, el desprendimiento y la felicidad


Hoy, 10 de abril del 2010, he cumplido años. Me ha costado llegar hasta aquí; es más, jamás creí que llegaría, pues la verdad es que resulta muy difícil salir de tanto médico junto, y no lo digo en detrimento o menoscabo de ellos, ¡Dios los bendiga!, sino como expresión reveladora –esa cantidad de galenos-, de los muchos males que a uno le agobian. Llevados con dignidad, por supuesto. Los males y los galenos. Éstos, además, con amistad probada.
En realidad, de tu edad no te das cuenta por eso de los cumpleaños, ni tampoco por los muchos médicos que te circunden y las plurales dolencias que te aflijan, sino por los huecos. Sí, por los huecos, cada día más frecuentes, y en ocasiones muy dolorosos, que van dejando en tu camino los amigos y conocidos que contigo venían marchando, al irse yendo y dejarte olvidado en el camino que veníais recorriendo en paralelo. La frase no es mía, en algún sitio debo haberla leído. Es la que dice que tu edad no la miden tus años, sino tus muertos. ¡Y qué cierto es eso! Otro decía que empiezas a ser viejo cuando el número de las personas por cuyas almas rezas, es superior al de los vivos de cuya existencia gozas o simplemente recuerdas, aunque no los frecuentes.
Pido perdón a aquellos que puedan creer que estoy siendo muy fúnebre con esto del cumpleaños. No, no es así, se lo aseguro. Quede usted tranquilo. Reboso satisfacción, y también alegría. Téngase presente que cada cumpleaños, a partir de cierta edad, por ejemplo a partir de los ochenta -y en este caso de alguno más-, es una victoria, y ganar una victoria siempre ha supuesto una alegría, mayor cuanto más difícil de alcanzar.
No es, pues, mi comentario un gemebundo treno, sino más bien un optimista canto de vida y de esperanza, de quien se sabe y siente de nuevo victorioso en esta lucha por la supervivencia en la que todos, también usted, amigo lector, estamos embarcados desde nuestros respectivos nacimientos. ¡Sursum corda! Elevemos nuestros corazones y no nos dejemos avasallar por los años que vamos atesorando. No todos tienen esa suerte.
Lo malo de este mundo es que algunos, ¡pobres ellos!, en vez de atesorar años, gozando de lo que cada uno de esos años nos trae de nuevo -desde ese renovado afán de cada día, hasta el imprevisto suceso o acaecer diario, de los que nos habla la Biblia-, prefieren dedicarse a atesorar riquezas, las más de la veces mal avenidas, como si no se saciasen de ellas, y además como si gozasen de la prerrogativa de una vida terrenal eterna para disfrutarlas. Son coleccionistas de bienes y sobre todo de monedas, y sabido es que casi todo coleccionismo implica inmadurez. No se ofenda ningún coleccionista; confieso que yo también lo fui en mis años jóvenes, pero llega un momento en que te das cuenta de la inanidad de tu empeño y todo aquello que constituía tu afán -libros, sellos, fotos o postales, a título de ejemplo y en mi caso-, todo lo que motivaba tu búsqueda y luego su cuidada colocación, en cajas, estanterías, y –para algunos- en cuenta corriente o en Bolsa, te das cuenta de que –a la vuelta de la esquina-, tendrás que dejarlo aquí, a tus espaldas, sin poderlos llevar contigo, como si realmente no fuesen tuyos, como no lo es cuanto creemos poseer los humanos, que no pasará jamás de ser un efímero usufructo, un “ius utendi et fruendi”, derecho a usar y disfrutar de ello a plazo fijo, lo que dure tu camino en este –sólo para algunos-, valle de lágrimas.
Es entonces, al constatar la inutilidad de tus esfuerzos “recolectores”, cuando te empiezas a dar cuenta de que todo te sobra, de que te sobran casi todos los libros que compraste, que ocupan excesivo sitio en casa; de que no sólo te sobra, sino que hasta te molesta la colección de sellos que llevas haciendo desde hace más de setenta años, en la que tanta ilusión pusiste y bastante dinero gastaste; constatas que hace mil años no has vuelto a sacar las cajas con fotos o con postales, que ya se deben haber tornado amarillentas…. Aparte de no interesar a nadie, ni siquiera a los más próximos de tus familiares, como no sea para reírse con o de ellas, mientras se desliza una invisible lágrima dentro de ti, al venirte a recordar tiempos, lugares y –sobre todo-, amadas personas que se fueron un día cualquiera de tu lado. Para ti, esas fotos, siguen siendo un tesoro; para los demás, no son nada, apenas unas reliquias de momentos y personas que a ellos nada les dicen.
Lo mismo que algunas frutas, que al madurar se desprenden de sus cáscaras, la madurez del hombre pudiere, quizá, empezar a revelarse en el desprendimiento o desasimiento de todas esas “cáscaras” que ha ido acumulando en sus años de crecimiento, cuando se vino a creer dueño del mundo. Hasta que la vida le demostró que no era dueño de nada. Ni de sí mismo.
Hoy, puedo asegurarlo, nada causa mayor felicidad que irlo dando todo a los demás. Ligero de equipaje y además sin enemigos, sino todo lo contrario, rodeado de amigos y abrumado de atenciones por todas partes, empezando por las de tu propia familia, me proclamo un hombre feliz. Eso mismo les deseo a todos ustedes, mis pacientes y amables lectores. ¡Qué Dios les reparta felicidad! (No es necesario meterse a político, ni tampoco acumular riquezas o vivir en palacetes, para conseguirlo, se lo aseguro.)

José María Hercilla Trilla
Salamanca, 10 abril de 2010


(Publ.en Es Diari, del 19-04-10)

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