domingo, 23 de mayo de 2010

15/10.- AÑORADAS, CUANTO LEJANAS, SOLEDADES

15/10

Añoradas, cuanto lejanas, soledades


¡Vive Dios, que me gustaría seguir escribiendo! Hasta que se me acabare la cuerda. Aunque sea la escritura, como es mi caso y ya he dicho en otras ocasiones, realizada por prescripción médica. Mas echo la vista en torno y el panorama no puede ser, ni menos inspirador, ni más desolador. ¿De qué escribir? Pretender que todo lo que uno escribe, surja “ex novo” en su sesera, es vana pretensión. Por lo menos a partir de ciertas edades, diversas según los individuos, en las que la inventiva va disminuyendo. Lo cierto es que quien escribe es como un espejo que refleja en su escritura cuanto ve a su alrededor. Hasta la poesía, la más ideal de las escrituras, no es sino reflejo de un estado de ánimo, sobrevenido al bajar el poeta de su particular cielo y poner –siquiera sea por unos instantes-, los pies sobre el suelo y los ojos sobre su prójimo. ¡Y hay cada prójimo...!
Por eso digo, que visto el panorama desolador –en cuando a honradez y decencia-, que nos rodea por doquier, y obligado a escribir de lo que se ve y oye, muchas veces está tentado uno a poner punto final a la escritura y meterse en el último rincón, a esperar el fin, el de uno mismo, claro está, no el de los demás. Es entonces, al contemplar ese lamentable espectáculo que nos avergüenza y avasalla, cuando siento esta tentación de alejarme de todo cuanto me rodea, es entonces cuando viene a mi memoria, surgido del hondo baúl de mis recuerdos, aquel tiempo lejano de mi juventud, aquel colmenar serrano y extremeño de El Arquillo, por bajo del Cancho del Águila, con aquella casita humilde de dos habitaciones, la una cocina-comedor-dormitorio, la otra ocupada con el extractor de miel y que además, en los meses de invierno, servía como almacén donde guardaba de todo, desde colmenas vacías a bidones, igualmente vacíos hasta la llegada de la recolección o extracción de la miel.
En la alta sierra, rodeado de olivos y de encinas, junto a un frondoso huerto de naranjos, regado éste con el agua que, en cantarino chorro, manaba de una fuente allí existente, se me pasaban los días y las noches, aquellos trabajando, éstas soñando, pero feliz por completo. Sobre todo ignorando que existen gentes que venden su alma y su vida por dinero, ese dinero que no debiere tener más objeto que servir de trueque y asegurar una vejez independiente, tan independiente como has procurado vivir toda tu vida. ¡Qué feliz fui trabajando en la plácida soledad de mi colmenar serrano!
Entonces, acabado el duro trabajo diurno, me sentaba en una vieja butaca de mimbre, a la puerta de mi casita y allí, tras comerme un buen cuenco de gazpacho, majado por estas manos, hecho con aromático poleo y con el agua de la cercana fuente, fumábame después del refrigerio unas pipas de tabaco negro y esperaba la llegada de la noche, la aparición en el alto y limpio cielo de los millones de estrellas que nacían para venir a hacerme compañía, sin sentirme “ni envidiado ni envidioso”, como ya dijo alguien.
Al raso, bajo un olivo, si era en plena canícula, o a cubierto si no lo era, me entregaba al sueño reparador, con el cuerpo cansado y dolorido, pero con la conciencia tranquila, como la tiene todo aquel que sabe que hizo honradamente su trabajo y que no causó daño a su prójimo a lo largo de todo el día, ni piensa hacérselo al día siguiente.
¿Qué no ha visto usted amanecer y salir el sol por el horizonte, más allá del río Tajo, apenas entrevisto en la distancia, velado tenuemente por las brumas o calimas de esas horas primeras, en las que el silencio se oye ostensiblemente en aquellas alturas serranas? Entonces, le compadezco. No sabe usted lo que es bueno, mejor que bueno, y desde luego mucho mejor que esperar la mañana durmiendo en un ostentoso y ridículo palacete de nuevo rico. En fin, es cuestión de gustos. Y de conciencias.
Lo malo es que la vida, y sus mudables circunstancias, se te imponen, privándote no pocas veces de hacer aquello que realmente te apetece, como –por ejemplo- retirarse de tanta suciedad, y también avaricia, como nos abruma, e ir a acompasar tus días en aquel colmenar de mis años mozos. Y es que hay días en los que hasta la prensa, si la acercas a la nariz, huele mal de tanta podredumbre como sus noticias encierran. Y lo peor es que hay una clase, generadora de las mismas, protagonista de los desmanes noticiados, que parece vivir en el mejor de los mundos, demostrándonos que para ello basta tener laxa conciencia, y mucho mejor, carecer de ella. En absoluto. Que parece ser lo que le pasa a más de uno y de dos, ridículos nuevos ricos, conscientes de que nada son si se nos muestran al natural, tal como en realidad son, si se dejan ver desprovistos de doradas galas, sin epatarnos con su riqueza. Aunque sea mal adquirida. ¡Anda y que os zurzan. Todo para vosotros!, dan ganas de decirles…
Me temo que como no tratemos de reimplantar, por lo menos entre las nuevas generaciones, aquellos principios de honradez, laboriosidad, esfuerzo, sacrificio, solidaridad, respeto mutuo, etc., etc., por los que hasta no hace muchos años nos regíamos los pertenecientes a mi generación, mal camino llevamos. Siempre recuerdo a la esposa de mi amigo Polidoro, sorprendida un día en sus rezos, en los que introducía esta coletilla: “Por la paz del mundo, Señor; para que nuestros políticos, ya que no inteligencia, tengan sentido común; para que posean y demuestren una acrisolada honradez; para que sientan y obren impulsados por un acendrado amor a la justicia; para que aminoren su ridícula vanidad; para que disminuyan su desmesurado amor por el dinero; para que se sientan y sean solidarios; para que alguna vez, aunque sea de tarde en tarde, se acuerden de su prójimo, que somos todos nosotros; por todos ellos, los políticos, sobre todo si son nuevos ricos, y por todo esto otro que te he dicho, te suplico, Señor”.
Decía esta señora que, después de rezada esta oración, dormía mucho mejor, como quien ha cumplido un obligado deber. Era todo cuanto podía hacer, nos explicaba. En realidad, es lo único que podemos hacer los simples mortales, avasallados, cuando no por unos, sí por los otros, siempre reducidos al triste y aburrido papel de contribuyentes. ¿Quosque tandem, Catilina,…..? Usted ya me entiende, mi buen amigo. No es necesario que complete la frase, que a buen entendedor, con pocas palabras bastan. ¡Qué pena no poder alejarse de tanta miseria moral como nos rodea, de tanto ridículo personajillo con mando en plaza! ¡Qué pena no poder volver a aquellas lejanas e incorruptas soledades serranas….!

José María Hercilla Trilla
Salamanca, 8 Abril 2010

(Publ. en Es Diari, del 12-04-10)

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