sábado, 1 de mayo de 2010

13/10: POLÍTICOS Y TAMBIÉN PAÑALES

13/10

Políticos y también pañales


El aluvión de correos recibidos a través del ordenador, cada día es mayor. Y ello hasta tal punto que muchas veces dudas en si llamarlo así, “Ordenador”, o, por el contrario, “desordenador”, puesto que en no pocas ocasiones te viene a desordenar la vida, robándote el poco tiempo libre de que dispones, o el no menos breve que tienes por delante, anotado en la cuenta de tu vida finita y a plazo fijo, aunque tú ignores cual pueda ser éste.
Sin embargo, existen algunos de esos correos, muchos de ellos de remitente desconocido, cuya recepción se agradece y hasta en ocasiones mueven a pensar, lo que no es poco en estos alocados tiempos, aparte de inducirte a coleccionarlos en la carpeta que algunos –no todos- tenemos abierta, dispuesta a recoger aquellas frases que nos llaman la atención, que allí son archivados para su relectura cuando dispongamos de un rato libre. La verdad es que esos retazos de inteligencia que digo, los recibidos vía internet, da pena borrarlos del todo y para siempre, cuesta enviarlos a la “Papelera”. Sobre todo a alguno.
Hace escasos días recibía yo una de esas frases que me llamó poderosamente la atención, hasta tal punto que la copié apresuradamente en una libreta que tengo siempre a mano, en espera de archivarla en la carpeta que digo, la de “Proverbios y frases célebres”. Es la expresión de un pensamiento surgido en una mente privilegiada, redactado en forma breve, concisa y clara, y además usando de inteligente eufemismo para no ofender oídos pacatos.
Decía así: “Los políticos y los pañales se han de cambiar a menudo, y además por los mismos motivos”. Venía firmada por sir George Bernard Shaw, nada menos.
¿Cabe expresar con más brevedad, al par que con más elegancia y mayor discreción, lo que está en la mente de una inmensa mayoría de ciudadanos, inducidos a pensar así por la contemplación de lo que sucede en su entorno? Y no basta argumentar que hay bebés tan limpios que no ensucian el pañal, como políticos tan honrados, al par que inteligentes, que uno quisiera tener siempre en brazos a los primeros –los bebés- y ejerciendo el mando a los segundos –los políticos-, sin necesidad de cambio alguno, ni en sus atuendos y cargos, ni en sus personas.
Se nos decía que el hombre tiende a perpetuarse en el tiempo, pero siempre entendimos que para esa perpetuación le bastaba con la procreación, reproduciéndose en sus hijos, e incluso, el artista, en sus obras. Pero esa perpetuación en los cargos, y también en la percepción de los sueldos y gabelas a la que tiende gran parte de la casta política, en cualquiera de sus niveles, ni la comprendemos nosotros, ni tampoco la consideraba admisible el eximio Bernard Shaw.
Aquí si que es de aplicación la teoría de la relatividad, o la del color del cristal con qué se mire, como usted quiera llamarla. En mis años pasados, al que se mantenía cuarenta años en el poder, se le llamaba dictador, sin más. Y seguramente se acertaba en el calificativo, y aún se quedaba uno corto.
Ahora, ¿qué político democrático no está deseando batir ese record franquista, de tiempo y autoridad, ese perpetuarse en el cargo? Y no me estoy refiriendo a ninguno en particular, que en todas partes cuecen habas. Basta echar la vista en torno y proyectarla hasta más allá de la línea del horizonte. En los países sin limitación legal de tiempo en el ejercicio del poder, basta “detentar” éste, para lograr esa garantía de perpetuidad en el mando, e incluso transmitirlo discrecionalmente a quien el “dictador” elija como sucesor. En aquellos países en que se halla regulado el tiempo de permanencia en el poder, no es extraño ver como el gobernante trata de modificar la norma limitadora de su mandato, como sea, recta o arteramente, incluso por la fuerza, para lograr esa ansiada perpetuidad en términos humanos.
Y si sólo buscare el político esa prolongación en el tiempo de mando, aunque mal hecho ello, no llegaría él a oler mal del todo, como los pañales de marras. Lo malo es cuando el político viene, con su voracidad, insaciable casi siempre, a ensuciarse, las manos primero, y todo él poco después, poniéndose hecho un sucio pañal, es decir precisando, y además urgentemente, de cambio. Él y todo el equipo que juega en su cancha.
Cualquier cosa –en este caso ese pensamiento de sir George-, sirve para detenernos a pensar y, por ende, para disgustarnos un poco más, trayéndonos a la mente el recuerdo de políticos equiparables a pañales. Usados éstos, claro está. ¡Qué asco de mundo!

José María Hercilla Trilla
Salamanca, 22 Marzo 2010



(Es Diari, del 29-03-10)

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