miércoles, 18 de febrero de 2009

5.9 - EL DISCURSO PRESIDENCIAL

5/9

EL DISCURSO PRESIDENCIAL

Hablaba yo, hace unos días, de la toma de posesión del nuevo presidente norteamericano, limitándome en esa ocasión a referirme al aspecto formal de la misma, al rito ceremonial, sin meterme en más honduras, salvo aprovechar la ocasión para usar de mis recuerdos y hacer alguna comparación con nuestro patrio acontecer, tal vez no muy favorable para éste, pero sin ánimo de ofensa para nada ni para nadie. Bien claro lo decía, para evitar suspicacias y malentendidos, que siempre pueden surgir.
Prometía volver sobre lo mismo, pero centrándome ahora en el contenido del discurso presidencial, discurso al que más de uno se ha empeñado en sacarle faltas, unos en cuanto al fondo, otros en cuanto a la forma. Ganas de incordiar.
En cuanto al fondo, que luego veré, la opinión que creo más acertada es la de mi amigo Polidoro, quien dice que es “un discurso adecuado, pronunciado en el lugar y momento oportunos, y que además no podía ser de otra manera”, añadiendo en cuanto a la forma “que una cosa es un discurso político y otra el de un académico al ingresar en la Real Academia Española”.
Mayor prudencia al enjuiciar una obra ajena, no cabe, en verdad, amigo Polidoro. Pero si a eso vamos, a enjuiciar con rigor, no lo hagamos sin usar de las comparaciones, pues en este mundo todo es relativo y estimo que nada debe ser valorado si no es en relación con otro u otros similares discursos pronunciados antes por otros nuevocantanos presidentes, que también a unos gustaron –a sus seguidores- y a otros desagradaron. Eso pasa con todo aquel que asoma el culo en la calle, que unos dicen chico, y otros dicen grande. Pero así es la vida, y así será siempre, mal que le pese a algún idealista, soñador de una vida sin imperfecciones. Y sin críticas.

En la lectura del discurso presidencial he estado más atento al contenido del discurso que a su forma, que no será castelarina, como parecen pretender algunos, pero sí (con acento) adecuada a la ocasión y bastante al fin propuesto, y –apurando un poco- suficiente a los oyentes de buena fe, y el que quiera entender, que entienda.
Hacía resaltar yo –lo dejaba escrito el otro día-, la triple referencia a Dios, hecha por el presidente en su discurso, amén de la realizada al finalizar su juramento, pidiendo la ayuda divina en la tarea que se le avecinaba. Pues bien, además de ese detalle, de esas citas o invocaciones, que pueden ser prescindibles para muchos, del resto del discurso subrayé aquellas cosas a las que concedí mayor importancia, tal vez equivocadamente, pero que así estimé, importantes, por haberme causado mejor impresión, o “mayor impacto”, como diría alguno de la nueva ola.
Siguiendo el hilo del discurso, la primera frase a destacar es aquella que dice que “la grandeza –de una nación- no es nunca un regalo. Hay que ganársela”. Ese reconocimiento supone una larga serie de obligaciones para los ciudadanos todos. Eso resulta evidente.
Por eso mismo, más adelante dice que los primitivos forjadores de la nación “se dieron cuenta de que EE.UU. era tan grande como la suma de sus ambiciones individuales, y más grande que todas las diferencias de nacimiento, riqueza o grupo”. Forzoso es volver a las odiosas –sí, pero necesarias-, comparaciones, viendo como entre nosotros hemos marginado ese ideal de unidad patria, que un día nos hizo fuertes y respetados internacionalmente. No ahondemos más, dejémoslo así.
Dice poco más adelante que “tenemos que ponernos en marcha, tenemos que sobreponernos y tenemos que recomenzar otra vez la tarea de reconstruir Estados Unidos”. Ya sabemos que pudo resumir algo la frase y decir que “tenemos que ponernos en marcha, sobreponernos y comenzar de nuevo la tarea de reconstruir EE.UU.” Pero bien claro lo dijo, a su estilo, añadiendo que “allá donde miramos, hay trabajo por hacer”. Es una clara invitación al trabajo ilusionado y en común, a la unidad, en suma.
Reflexiona luego sobre la situación actual de la nación y pasa a preguntarse “si funciona el Gobierno”, principalmente en las tres vertientes esenciales de “ayuda a las familias a encontrar puestos de trabajo con salarios decentes, una asistencia (sanitaria) que puedan pagar y una jubilación que sea digna”. En verdad que son esenciales las tres cosas, trabajo, salud, y al final, descanso merecido asegurado, sin preocupaciones.
“Aquellos de nosotros que manejen fondos públicos estarán obligados a rendir cuentas de ellos”, única forma de “poder restablecer la confianza indispensable entre un pueblo y su Gobierno”. ¿Dónde he soñado yo eso?
Añade que “Una nación no puede prosperar si favorece exclusivamente a quienes ya les va muy bien”, añadiendo que “el éxito de nuestra economía ha dependido siempre … de la distribución de nuestra prosperidad … a todos aquellos que quieran (esforzarse), no por caridad, sino porque es el camino más seguro hacia el bien común”. Aquí, algún chungo añadiría aquello de “que es el menos común de los bienes”.
Alude luego a quienes redactaron “una Constitución que garantizaba el imperio de la ley y los derechos del hombre. Esos ideales iluminan todavía el mundo y no vamos a renunciar a ellos”. Implícita viene la afirmación de que ninguna norma de rango inferior puede vulnerar lo declarado y recogido en la Norma Fundamental de la nación, la que declara su unidad, legitimidad, legalidad, e igualdad de sus nacionales. Así suele ser en todas partes, menos en algunas que yo me sé.
Declara y reconoce que prima la justicia sobre el poder, y que éste crece “con su utilización prudente” y justa, usando de él “con humildad y moderación”. Alude luego a las guerras en Irak y Afganistán, añadiendo que son precisas alianzas “con amigos de siempre y con antiguos enemigos para reducir la amenaza nuclear y hacer retroceder al fantasma del calentamiento del planeta”, sin que, al hacerlo así, tengamos que “pedir perdón por nuestro estilo de vida, ni temblarnos el pulso en su defensa”. ¿Quién se atreve a poner reparos a esa declaración de intenciones? Sólo esperamos que sea capaz de cumplir lo dicho.
En el párrafo siguiente declara la pluralidad de pueblos que integran la nación norteamericana, cada uno con su religión –cristianos, musulmanes, judíos, hindúes y no creyentes-, con sus particulares culturas, llegados de todos los rincones de la tierra, que, después de una amarga guerra civil y de la segregación racial padecida “hemos salido más fuertes y más unidos de ese siniestro capítulo de nuestra Historia”. Hermoso ejemplo a seguir por todos nosotros, sobre todo por aquellos que aún andan enredados en nuestra guerra civil, con sus barbaridades cometidas por ambas partes, sin ser capaces de dar carpetazo al ominoso pasado y mirar ilusionada y fraternalmente hacia un futuro, que puede ser esplendoroso si se va hacia él sin prejuicios de clase o de ideas.
Declara buscar “un nuevo camino hacia el futuro, basado en el interés y respeto mutuos”, dirigiéndose principalmente al mundo musulmán, y recordando “a los dirigentes políticos de todo el mundo que tratan de sembrar conflictos” o que descargan sus propias culpas en otros, que “vuestros pueblos os juzgarán por lo que hayáis podido hacer, no por lo que hayáis destruido”.
Llama la atención a todos los pueblos que gozan de una relativa abundancia, diciéndoles que “ya no pueden mostrar por más tiempo indiferencia ante el sufrimiento que hay fuera de nuestras fronteras, que tampoco podemos consumir los recursos del mundo sin preocuparnos de las consecuencias, porque el mundo ha cambiado y nosotros debemos cambiar con él”.
Recuerda a todos que “esos valores de los que depende nuestro éxito, el trabajo duro y la honradez, el valor y el juego limpio, la tolerancia y la curiosidad, la lealtad y el patriotismo…, todo eso es lo de siempre, lo auténtico, la fuerza callada de nuestro progreso a lo largo de nuestra Historia”. “Lo que se nos exige entonces es una vuelta a esas verdades, una nueva era de responsabilidad”, reconocer “que tenemos unas obligaciones para con nosotros mismos, con nuestra nación y con el mundo”, obligaciones que “no podemos aceptar a regañadientes, sino asumir de buena gana, convencidos de que “no hay nada tan satisfactorio para el espíritu, tan definitorio de nuestra personalidad, que encomendarnos a todos una tarea difícil”, pues ”Dios nos llama a que modelemos un destino incierto”.
Remata su discurso diciendo que “no nos echamos atrás, tampoco flaqueamos, y con los ojos fijos en el horizonte, y con la gracia de Dios [otra vez Dios], cargamos adelante este gran don de la libertad y lo transmitiremos íntegramente a las futuras generaciones”.

Como se puede ver, un discurso creemos que sincero, al que cualquiera sin prejuicios se puede adherir plenamente, pues viene a declarar que quiere una Norteamérica unida, poderosa y llena de libertades, y ¿quién no quiere lo mismo para su nación, para su patria?
Ahora bien, de las palabras a los hechos hay un gran trecho, como dice el refrán. Ahora queda esperar, dar tiempo a que esos buenos deseos vayan cristalizando poco a poco. Él mismo lo dice: “Os juzgarán por lo que hayáis podido hacer”. Y de hacer algo, será en primer lugar pensando en su país. El que luego sus buenas obras repercutan en nuestra economía, será una consecuencia, no una preeminencia.
Digo esto por las –creo que equivocadas- muestras de alegría de algún político de por estos lares, que pone toda su esperanza, para la solución de la crisis que nos embarga, en el hecho de haber resultado elegido presidente el señor Obama. Vana esperanza la de aquél que confía el remedio de sus males en aconteceres ajenos –me dice Polidoro-. También viene, nuestro político, cargando su origen –el de la crisis que atravesamos- a aquel país. Mi amigo Polidoro cree otra cosa, echa la culpa de la crisis al escoramiento a estribor de la sociedad, desestabilizada por el súbito desplazamiento de la masa dineraria hacia muy pocas manos, las más ociosas y menos productivas, guiados sus dueños –los de las manos-, de la más impúdica avaricia.

Por eso Polidoro se adhiere al discurso de Obama, sobre todo en aquello que dice de que “el éxito de nuestra economía ha dependido siempre … de la distribución de nuestra prosperidad … a todos aquellos que quieran (esforzarse), no por caridad, sino porque es el camino más seguro hacia el bien común”. Resulta obvio que si no hay justa distribución de la riqueza, forzoso es desembocar en crisis. Una congestión cerebral puede producir la muerte del sujeto, como una congestión económica la muerte de una nación, o de todas, depende de la gravedad de la congestión, proporcionalmente inversa ésta –la gravedad- al número de codiciosos acaparadores del dinero.
Para remediar esa situación están las políticas fiscales, Polidoro –le digo-, con funciones redistributivas de las rentas.
No seas ingenuo, José María, -me contesta-, la rigurosidad de la inspección fiscal, y por consiguiente de su exigencia contributiva, también es inversamente proporcional a la cuantía de la fortuna de cada contribuyente sujeto a fiscalización. Cosas del respeto cuasi reverencial que, en todas partes, se tiene al poderoso, y nadie más poderoso que el inmensamente rico. ¿Te acuerdas de aquella coplilla que habla de que “poderoso caballero es don dinero? Pues eso.
No me atrevo a discutirle a Polidoro sus opiniones al respecto, un tanto derrotistas en ocasiones, que no me acaban de convencer del todo. ¡Aunque vaya usted a saber…! ¿Y si tiene razón?, me digo.

José María Hercilla Trilla
Salamanca, 26 Enero 2.009

(Publ. en www.esdiari.com del 17-02-09)

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