domingo, 1 de febrero de 2009

01/9 - CONCIERTO DE AÑO NUEVO

01/09

CONCIERTO DE AÑO NUEVO

Una de las pocas ventajas que ofrecen los muchos años es la de que se nos suele tolerar, a los que muchos años tenemos, que algunas veces, siempre que no sean excesivas, nos repitamos en lo ya dicho con anterioridad. No es que quiera presumir de longevo, puesto que me sería mucho más agradable hacerlo de adolescente, incluso de hombre en plenitud de fuerzas, allá por la cuarentena, que es cuando estimo yo haber estado en mis mejores momentos, pero nadie me quita los ochenta y tres que cumpliré en Abril, si a su día diez me permite Dios llegar.
Sí, señor, con mis años a cuestas y con mis manías a rastras, pero es lo cierto que cada año nuevo espero con ilusión oír el concierto que se nos retransmite desde Viena, este año dirigido magistralmente por Barenboim, el argentino-israelí de tan arrolladora personalidad e insólita perfección musical.
No me he perdido ni una sola de las piezas del concierto de hogaño, de principio a final, atento a la música y atento al espectáculo, yo, que soy un zote en solfeo, incapaz de distinguir una nota de otra, pero en quién la buena música obra milagros, transformándome en una especie de melómano ensimismado, arrastrándome a las más elevadas cotas de adhesiva admiración, asombrándome de que pueda existir arte tan puro, y de que su concepción primera y su expresión pública luego, pueda ser obra de humanos, del genio que concibió y escribió la partitura, y de los músicos –incluido director de orquesta- que supieron fielmente interpretarla.
Aparte del íntimo placer que siento al oír ese concierto, están los pensamientos que surgen en mí al seguirlo con toda atención. Aquí viene eso que decía de repetir las cosas, pues cada año siento las mismas emociones, y obligadamente, al expresarlas por escrito, las repito una y otra vez. Menos mal que solo es una vez al año, y que cada año soy un poco más viejo, por lo que estimo que la amabilidad de mis lectores, sobradamente probada para conmigo, me disculpará una vez más las iteraciones en las que forzosamente he de incurrir al hablar de mis íntimas reflexiones, nacidas de la contemplación/audición de aquella magnífica orquesta.
Y esa extrema atención que pongo en seguir las piezas interpretadas no me impide seguir mis pensamientos, los que van surgiendo del ver y oír ese atinado orden y concierto –nunca mejor dicho-, que me eleva sobre este mundo de miserias y egoísmos. Ese concierto, todos ellos, todos los que merecen ese nombre, son clara demostración de lo que pueden conseguir los hombres si éstos aúnan sus esfuerzos en una misma dirección y estrechamente agrupados bajo una sola batuta.

No sé por qué extraña relación de ideas, siempre doy en pensar en el caótico concierto autonómico de esta España mía, donde la que debiera ser una misma partitura –la llamada Constitución de 1978-, se multiplica en docena y media de otras; donde no se sabe quién es el director de la orquesta, suplantado las más de las veces por sustitutos periféricos, en ocasiones hasta sin estudios musicales. Me acuerdo, al verles actuar, de lo que pensaba de niño, que para ser director de orquesta bastaba con mover los brazos al compás de la música que otros tocaban. Tardé en saber que el director siempre tiene que ir por delante de los músicos, no como suelen hacer nuestros políticos, que siempre van detrás de los acontecimientos, de los hechos consumados. Y así nos sale el concierto de desangelado, que ni es concierto ni es nada.

Ya sabemos que el voto, para la elección de nuestra Partitura Nacional, es secreto, pero solamente en el sentido de que nadie puede obligarnos -si no queremos, claro-, a confesar en qué sentido vamos a votar, o, como suele suceder en el mayor porcentaje de los votantes, contra quien será nuestro voto. Pero esa norma no nos impide manifestarnos libremente, si así lo creemos oportuno, y confesar a quién votamos o contra quién lo hicimos. Digo esto o hago esta aclaración para comentar lo que me decía el otro día mi amigo Polidoro, en las reflexiones que nos hacíamos después de gozado el Concierto de Primero de Año.
Hablábamos de un deseado Barenboim al frente de la orquesta nacional, la de las Autonomías, la orquestina política, no la ya existente en el campo musical, digna ésta de toda consideración y aprecio. Y veníamos a concluir que no había nacido todavía el orquestador que pudiere orquestar y conducir la orquesta autonómica, bajo una sola batuta y ceñida a la obediencia de una sola partitura, llevándola a un camino único de concordia y perfección, donde primara el interés común sobre toda bandería y todo utópico “ismo” disgregacionista.
En aquella fundamental votación de 1978, tanto Polidoro como yo mismo, después de la atenta lectura y ulterior discusión del texto propuesto, y muy a pesar nuestro, hubimos de votar en sentido contrario. Era como un sacrilegio hacerlo, pero los años y la experiencia que acarrean nos hicieron ver un poco más allá del alegre momento presente, el de la esperada votación, superados los cuarenta años de la política franquista, cuando creíamos que la felicidad había llegado a España entera, para todos los españoles, por igual.
Hoy, treinta años después, sesudas voces, más autorizadas que las nuestras, algunas de ellas de acreditados expertos en derecho constitucional, se van dejando oír, y no precisamente para ensalzar aquella partitura que entonces nos propusieron como idónea para dirigir el concierto nacional, el que debíamos interpretar conjuntamente todos los españoles, sin dar lugar a disonancia alguna. O sea tal como ahora suena, pero al revés.
El invento, no sé si suariano, de las autonomías, en realidad de las autonosuyas, a poco que se reflexionara producía repelús. Hay que tener muy poca experiencia, que haber tratado muy poco a los hombres, y haber conocido escasamente de sus encontrados intereses, para creer que tal fraccionado sistema pudiera constituirse en la panacea de todos nuestros males. Si la conjunción de dos opiniones generalmente origina una discordancia, piénsese qué puede esperarse de casi una veintena de ellas, las más de las veces hasta diametralmente opuestas, y hasta tendentes algunas a dispersarse e independizarse de la batuta de un director único, con poder, éste, cada día más discutido y en ocasiones hasta ninguneado más o menos abiertamente por algún ríspido autonomista de nuevo cuño. Queramos o no, el invento de las Autonomías, puede llegar a arruinarnos política y económicamente. Y mandar al cuerno al director de la orquesta. Y no creo que exagere al afirmarlo.
Aquella Partitura que nos propusieron en 1978, la verdad es que dejaba mucho que desear, como si hubiese sido hecha excesivamente deprisa, atentos sus genitores a resolver los problemas de aquel mismo y crucial momento, pero sin alcanzar a sopesar efectos futuros, olvidados de que las leyes no se hacen para cuatro días, como también de que sus destinatarios no son precisamente ángeles, sino personas de carne y hueso, y además algunos de ellos, políticos. Y menos mal si éstos lo son de buena fe y vocación de servicio a los demás, que benditos ellos. Lo malo es cuando surge el que considera la política como medio de vida, y no digamos cuando –pudiere ser, no lo sé a ciencia cierta-, considera aquélla como vía de acceso a particulares logros y satisfacciones. Si no pudieron preverse entonces todas las situaciones de futuro, sí –con acento- pudieron tenerse en cuenta los mecanismos necesarios para rectificar la Partitura, introduciendo con relativa facilidad en ella nueva música cuando hiciere falta, nuevos párrafos, o suprimiendo las notas falsas productoras de discordancias insufribles y hasta de funestas consecuencias. Pero no, los compositores de la Partitura vinieron a considerar que habían parido una obra poco menos que pluscuamperfecta, sin necesidad de retoque o afinación ulteriores. Tan difícil hicieron su afinación en el futuro, en el que ya estamos hace mucho, que no existe vía fácil que permita la enmienda. Era intangible, en el papel, aunque ya vemos que no inviolable, sobre todo para los audaces. Y así nos va. Si la Constitución americana goza de tan larga vida, ello es debido a sus famosas Enmiendas que, a modo de inyección vital, se le “introducen” poco a poco en el texto, cuando el concierto nacional lo exige para poder sonar mejor.
En nuestro caso, sí que habría que decir algo así como decía aquel viejo trabalenguas, donde se proclamaba que: “El afinador constitucional que afine la Partitura Nacional en aras de lograr un mejor concierto de todos los españoles, buen afinador será”.
Por esas y otras razones menores, que no es del caso discutir ahora, Polidoro y yo, en uso de nuestro derecho, y ayudados de nuestros años –lo que dan experiencia-, votamos en contra de aquella Partitura, muy a nuestro pesar. ¿Hicimos bien o mal? No lo sabemos, pero nos sigue gustando más el Concierto de Primero de Año, de la Orquesta vienesa, que el que venimos oyendo en nuestra España a lo largo de todos estos años, sin alcanzar a vislumbrar la forma de acordar los instrumentos todos, con una sola Partitura a tocar y hacerlo bajo una sola dirección.
Claro está que podemos estar equivocados en nuestras apreciaciones, dichas sin ánimo de ofensa a nadie, pues a estas alturas, dicen algunos, se empieza a perder facultades, y hasta a chochear. Dios nos tenga de su mano. ¡Por poco tiempo ya …..!

José María Hercilla Trilla
Salamanca, 2 Enero 2.009

(Publicado en www.esdiari.com
del 19-1-9)

No hay comentarios:

Publicar un comentario