martes, 10 de febrero de 2009

4/9 - ELECCIONES PRESIDENCIALES

4/9

Elecciones presidenciales


Ayer, no; pasado mañana, no lo sé; pero hoy, 20 de enero del año 2009, e incluso al siguiente día, hubiere deseado ser norteamericano, y además hallarme este día 20 en la vasta explanada del Capitolio, presenciando la jura de su cuadragésimo cuarto Presidente de aquella nación, Mr. Barak Obama.
Francamente, oyéndole, he creído estar en otro mundo, un mundo en el que se siguiera, si no creyendo a ciegas en Dios, sí –con acento este sí- respetándole y respetando igualmente las creencias de los demás en Él. Bueno, o en otros. Los dos pastores que le precedieron en el uso de la palabra, antes de su jura, ambos hablaron de la Patria y de Dios, e incluso uno de ellos recitó fervorosamente el Padre Nuestro, esa oración que sirve a cualquier hombre, de cualquier creencia, que humildemente reconoce sus limitaciones humanas y pide ayuda a algo o alguien superior a él. Obama juró luego, sobre la Biblia que fue de Lincoln, la Constitución americana, y pidió humildemente a Dios que le ayudara en su ardua tarea. En su brillante discurso – Arcadi Espada y algún otro lo han tachado de mediocre, allá ellos, empeñados en buscar tres pies al gato-, en su discurso, como digo, por lo menos tres veces nombró Obama a Dios, sin que nadie –por lo menos allí, aquí sí-, se escandalizara por ello. Después de jurado su cargo, al día siguiente, acompañado por el vicepresidente, amén de por otras muchas personas, asistirá a una función religiosa, sin que norteamericano alguno se rasgue las vestiduras por la religiosidad del nuevo presidente. Aquí, entre nosotros, ya sabemos que más de uno le pondrá sus peros, sus más y sus menos, a esa conducta.

He creído, pues, estar presenciando una ceremonia extraterrestre, casi acostumbrado yo a nuestro laicismo oficial, donde todo signo externo, palabra pronunciada, conducta seguida, intención de futuro, debe prescindir de Dios, tal vez convencida la casta política de su condición de superhombres. ¡Ironías de la vida, ignorantes ellos de que superhombre puede considerarse equivalente a semidiós! ¿Semidioses ellos? ¡Uy, que risa ¡
Mr. Obama, y con él todos sus conciudadanos, han demostrado al mundo que Norteamérica es un país tan grande, tan grande, tan grande, que hasta Dios cabe en él. Y si es preciso, no sólo un Dios, pues entre ellos toda religión es admitida y respetada. Y con ellas, sus dioses. Nosotros, mejor dicho nuestra España, lo que va quedando de ella, estamos convencidos –o nos quieren convencer, que no es lo mismo-, de que es tan pequeña, tan pequeña, que Dios no cabe en ella. O Dios o nosotros. Los dos juntos ¡qué horror!, ¡qué apreturas! Lo malo es que olvidan que a Patria pequeña, políticos también pequeños. Pequeñitos, mínimos.

Jamás fui franquista, vive Dios –perdón por este juramento-, ni nada tuve que ver con el Dictador, ni nada tampoco que agradecerle, pero en lo que siempre estuve de acuerdo con aquellas gentes es en lo de aprobar y tener como ideal digno de perseguir, aquello de Una, Grande y Libre. Ya sé que más de un progresista se escandalizará con esa afirmación mía, pero estimo que mejor nos iría a todos si ninguno hubiésemos renegado de esas tres palabras, alguno de ellos obligado, por estricto y cortés agradecimiento, a no haberlas olvidado. A su amparo comió y prosperó. Más de uno y de dos.
Todavía recuerdo a aquel Presidente de las Cortes, paisano mío, cuya primera medida adoptada, después de tomar posesión de su cargo, fue la de hacer desaparecer el Crucifijo que siempre había presidido la Sala. Bravo gesto el suyo, cuan inútil y absurdo, igualmente. “¿Qué fue de aquel Crucifijo / que un provecto profesor / de Derecho, Presidente / de Las Cortes, arrojó / a la calle, como a un perro, / sin contar con la Nación? / ¿Qué fue de aquel Crucifijo? / ¿En qué rincón acabó? / ¿En qué fuego se ha quemado? / ¿Con qué estiércol se mezcló? / ¿En qué polvo enamorado / lo rasga un rayo de sol? / Pido a Dios, que a quien tal hizo, / le conceda su perdón, / que no le turbe su sueño / ni le prive de su voz, / ni sus ojos enceguezca, / ni le nuble la razón”.
Es parte de una vieja copla de 1978, que ofrece la visión de lo que ha sido la conducta constante de la casta política, de una importante parte de ella, desde aquellos primeros años de nuestra soñada democracia. A aquel primer Crucifijo han seguido todos los demás, incluso los que presidían las escuelas de nuestra infancia. Aunque nadie se fijaba en ellos, subidos como estaban, allá en lo alto de la pared. Allí estaban, sin molestar a nadie. Bueno, ahora parece ser que a algunos molestaban, aunque no sé en qué. Como dice Polidoro: “A mi no me molestan las plazas de toros, aunque jamás he ido a ver una corrida”.

Mr. Obama ha jurado con su mano derecha en alto y su mano izquierda apoyada sobre la vieja Biblia que fue de Abraham Lincoln, sostenida ésta por su esposa, sin que nadie protestara allí por ese gesto de religioso respeto al Libro y a todo lo que él –el Libro- representa, tanto para cristianos como para judíos o musulmanes. Tal vez alguno de nosotros, más adelantando que ellos, considere nulo el juramento presidencial, estimándolo viciado de “superflua” religiosidad. En esta España de ahora, todo es posible.
¿Qué por qué digo esto de nuestro adelanto, de nuestra progresía? Por que sólo una nación que se cree autosuficiente en todo, además de superior al resto de ellas, puede desligarse de ese Dios -llamémosle Dios, Alá, Jehová, Gran Arquitecto, etc.-, al que todos los hombres acudimos en los momentos de impotencia y desventura, de dolor y enfermedad, como buscando un refugio o una ayuda que no somos capaces de encontrar entre los hombres.
Quien esto escribe, en verdad que tiene poco de carca, que son más las dudas que lo asaltan, que le han asaltado toda la vida y que le siguen abrumando, que las certezas que alberga respecto a ese más allá ineludible –también ineluctable-, que a todos nos aguarda. Pero por eso mismo, por ser consciente de que eso le sucede a cualquiera, incluso a los santos –como me decía un deán catedralicio amigo-, no me consideré jamás autorizado a poner en entredicho las particulares creencias –y las particulares dudas también-, de la inmensa mayoría de los hombres, que buscan remedio a sus humanas limitaciones con la esperanza de un desconocido y poderoso Dios, compendio de perfecciones, o simplemente resolutiva e imprescindible “equis” que nos ayude a descifrar ese misterio de la vida, al que nos enfrentamos todos desde nuestro nacimiento.

En torno a Mr. Obama hemos visto alzarse a una nación, entera, representada allí por los más de dos millones de conciudadanos presentes en la inmensa explanada del Capitolio, vibrante de patriotismo y anhelante de ilusión, soñando con un nuevo resurgir de una Norteamérica grande y libre, unida y poderosa, digna de ocupar ese primer puesto que a los norteamericanos les cree corresponder por derecho propio en el concierto de las naciones.
Las comparaciones siempre suelen resultar odiosas, pero no he podido menos de volver la mirada a nuestros lares, donde todo fraccionamiento es posible, donde toda disidencia es tolerada, donde todo partidismo de aldea tiene cabida, donde…., no quiero seguir, no soy amigo de derrotismos, ni tampoco masoquista, dichoso al recrearme en desgracias propias o ajenas, pero no por eso voy a cerrar los ojos a la evidencia nacional, bueno, plurinacional, que me olvidaba de que aquí lo que impera es la diversidad, el pluralismo, una diversidad disgregante, mechada en no pocas ocasiones de intolerancia.
No echo de menos aquellos tiempos pasados, los cuarenta años de entonces, horros de libertad de pensamiento y expresión, pero sí añoro aquellas consignas, válidas en todos los países del mundo, de intentar ser un país unido, sin fisuras; grande por su importancia, no por su tamaño; y dueño de su destino, es decir libre, como también libres todos sus conciudadanos.
Así llamó Mr.Obama a los norteamericanos al dirigirse a ellos: “Conciudadanos”, y todos sabemos lo que ese “con” significa, que no es otra cosa que igualad y unión entre todos, empezando por la del que habla respecto de los demás. Aquí, no me extrañaría que un personaje electo se dirigiera un día a nosotros llamándonos “ciudadanos” a secas, cuando no “ciudadanía”, ¡horror!, como se estila decir por ahí a algunos.

Esto se alarga demasiado, me dice mi fiel amigo Polidoro, atento censor de cuanto escribo, no por lo que pueda yo decir, sino por cuanto me extienda, rebasando aconsejables límites. Así, pues, seamos sensatos, hagámosle caso, y cortemos ya nuestras disquisiciones, que no quieren ser ofensivas ni injuriosas para nada ni nadie, y que incluso reconozco pueden pecar de cierto excesivo subjetivismo. Perdón por ello. Otro día, hablaré del discurso de Mr. Obama, sin intentar buscarle tres pies al gato, un discurso adecuado, pronunciado en el lugar y momento oportunos, y que además no podía ser de otra manera, como opina Polidoro, que dice que una cosa es un discurso político y otra el de un académico al ingresar en la Real Academia Española. Es lógico.

José María Hercilla Trilla
Salamanca, 20 Enero 2.009

(Publ. en www.esdiari.com del 9-2-09)

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