sábado, 7 de febrero de 2009

3/9 - UNA VELA A DIOS Y OTRA ...

3/9
Una vela a Dios y otra …..

Hay días, éste es uno de ellos, en los que el comentario semanal nos lo dan hecho los medios de comunicación, ya sea prensa escrita, digital, TV, radios diversas, o los socorridos sms que invaden nuestro correo electrónico.
Llevaba yo unos días meditando en ese zipizape que tienen armado israelíes y jordanos, no todos, claro, sólo los que sufren sus consecuencias. Y sobre todo en la inútil muerte de ciudadanos, la mayoría inocentes, a los que, de pronto, les cae una bomba desde las alturas, no sé si venida del cielo o del infierno, aniquilando vidas y bienes. ¡Pobres niños de todas las guerras!
Es sorprendente, me decía yo, la facilidad que tienen algunos ciudadanos de otros países, también del nuestro, desconocedores de los entresijos de aquella pugna, para manifestarse abiertamente a favor o en contra de cualquiera de los contendientes. Porque ¿conocemos acaso nosotros, realmente, lo que pasa en nuestro propio país, en los entresijos de la vida política? Y si así es, si no los conocemos, ¿cómo vamos a conocer lo que pasa en otros lugares del mundo?
Yo, ignorante de todo, y en especial de las verdaderas causas que enfrentan a dos lejanos países vecinos, que deben ser muchas, no sólo una, no me atrevo a significarme en cuanto a quién hay que culpar y a quien absolver del horrible pelapollos en que, ambas partes contendientes, han involucrado a sus ciudadanos. Sin llegar a esas cotas de crueldad, a ese moderno perfeccionamiento de los medios de destrucción ahora en vigor, supe en mi niñez de una guerra, padecí sus horrores, vi morir a mi lado, en el portal de mi casa, al niño amigo que despanzurró una bomba –de la que milagrosamente me salvé-, y puedo hablar con cierto, aunque sea remoto, conocimiento de causa de esos horrores bélicos, o, como diría alguno de los que escriben hoy, de esos “horrores humanitarios”, confundiendo el culo con las témporas. Fue en el Mahón de mi infancia. Supe que mi amigo había muerto cuando explotó con sordo ruido la última de las burbujas sanguinolentas que se formaban en lo que momentos antes había sido su boca, convertida ahora en una piltrafa por la bomba asesina.
Es por eso por lo que me limito solamente a manifestar mi oposición a todas las guerras, actuales, pasadas y futuras, a todos los horrores -muerte, hambre, desarraigo, etc.-, que sufre una población, inocente en la mayoría de los casos, que ve truncados todos sus proyectos de vida, sin haber sido consultada previamente. Toda guerra no es sino una expresa confesión de que eso del “homo sapiens”, lo que nosotros creemos ser, sigue siendo un sueño. Seguimos siendo el primitivo hombre de las cavernas, pero con más perfeccionados y eficientes medios de destrucción. Eso si.
Israelíes y palestinos –grito yo-, unos y otros, deteneos y recapacitad, que por ese camino no se va a ninguna parte. Odio y guerra, guerra y odio, es un círculo vicioso del que es muy difícil salir con bien, ni con vida tampoco. En cualquier discusión, si queremos tildarla de civilizada, hay que ir a ella con el espíritu dispuesto a la transigencia. La verdad absoluta –esto es viejo axioma-, no existe, ni jamás existirá. Por eso mismo, por que reconozco no poseer esa verdad, ni ninguna otra, no me atrevo a inclinarme a un lado o a otro. Sólo me atrevo –con permiso de mis lectores-, a alzar mi voz, mínima, pero constante e invariable, para condenar la guerra en sí misma, y, acordándome del amigo de mi niñez, muerto a mi lado, sin otra compañía, los dos solos, mientras seguía el bombardeo, pedir el cese de hostilidades y el retorno a la anterior situación. Pediría que también los muertos estuvieren vivos de nuevo, como antes de ser dislacerados por las bombas o abrasados por el fósforo asesino contenido en ellas, pero eso sería mucho pedir. Los milagros no existen, por lo menos en tiempos bélicos.
Y lo que no puede hacerse, creo yo, es pronunciarse a favor de unos u otros, ni tampoco pedir el cese de hostilidades sin impedir antes la venta de armas a los contendientes. Eso es de una hipocresía imperdonable. Me recuerda aquel antiguo dicho que hablaba de rezar a Dios y poner una vela al diablo, al mismo tiempo. Si existe una cruel hemorragia –una guerra-, lo primero que debemos hacer será cortar el flujo sanguíneo, es decir el suministro de armas. Sólo con ellas son posibles las guerras, por lo menos éstas.

Dice hoy mi admirada Isabel San Sebastián, (E.M. 15-01-09), en su artículo “Carroñeros”, que “el presidente del Gobierno, sin ir más lejos, tomaba descaradamente partido hace unos días por el bando palestino…, mientras nuestra industria armamentista se embolsaba un millón y medio de euros en 2008, vendiendo, con la preceptiva aprobación de Zapatero, pistolas, fusiles, visores nocturnos y otros juguetes semejantes, al mismo Tzahal que su correligionario, Pedro Zerolo, tildaba en la manifestación de Madrid de «genocida»”.

Eso mismo me hace recordar el silenciado discurso del premiado y benemérito fotógrafo don Gervasio Sánchez, quien con motivo de la entrega del Premio “Ortega y Gasset”, en Mayo del pasado año, premio otorgado por el diario El País, estando presentes la Vicepresidente del Gobierno, el Presidente del Senado, varios ministros, Esperanza Aguirre, Alberto Ruiz Gallardón, y los demás medios de prensa, tras breves palabras de agradecimiento, y después de confesar que, además de tener un hijo natural, tenía también otros cuatro hijos, adoptados éstos, víctimas ellos de las minas antipersonales, vino a decir “Es verdad que las armas que circulan por los campos de batalla suelen fabricarse en países desarrollados como el nuestro, que fue un gran exportador de minas en el pasado y que hoy dedica muy poco esfuerzo a la ayuda a las víctimas de las minas y al desminado”, añadiendo que “es verdad que todos los Gobiernos españoles, desde el inicio de la transición.…, permitieron y permiten las ventas de armas españolas a países con conflictos internos o guerras abiertas”.
Por si fuera poco, seguía diciendo que “Es verdad que en la anterior legislatura se ha duplicado la venta de armas españolas, al mismo tiempo que el presidente incidía en su mensaje contra la guerra, y que hoy fabricamos cuatro tipos distintos de bombas de racimo, cuyo comportamiento en el terreno es similar al de las minas antipersonales”. “Es verdad que me siento escandalizado cada vez que me topo con armas españolas en los olvidados campos de batalla del tercer mundo, y que me avergüenzo de mis representantes políticos, pero como Martín Lutero King, me quiero negar a creer que el banco de la justicia esté en quiebra, y como él, yo también tengo un sueño: que, por fin, un presidente de gobierno español tenga las agallas suficientes para poner fin al silencioso mercadeo de armas que convierte a nuestro país, nos guste o no, en un exportador de la muerte. Muchas gracias”.
No extraña nada que ese discurso fuese silenciado deliberadamente por los medios de prensa, no sabemos si “motu proprio” o por sutil indicación de la superioridad jerárquica, pero es lo cierto que de él jamás se supo, siendo de suponer que su autor, el premiado y benemérito fotógrafo Gervasio Sánchez, jamás, ni vuelva a recibir premio alguno, ni, de recibirlo, se le deje pronunciar el preceptivo discurso de agradecimiento. No vaya a repetir lo mismo.
Y es que las verdades no pueden decirse. En ningún sitio. Condenemos a uno u otro de los países en discordia, pero antes detengamos la fabricación y venta de armas en todo el mundo. Mientras así no se haga, es más prudente callarse. Aunque sólo sea por vergüenza. Cuando no por remordimiento.

Entra mi amigo Polidoro, lee lo escrito hasta aquí y me dice:
Sí, José María, no excesivamente honrosa es la profesión de fabricante de armas, y menos aún la de traficante en ellas, las dos a cual más lucrativas, pero como decía el torero “hay gente pa to”, sólo que aquí no es cuestión de valentía, sino de estómago. ¿Quién piensa en muertos, aunque éstos sean niños? Me recuerda aquello que contaba Julio Camba, de que en una academia automovilística, a un conductor aprendiz que había atropellado a un niño y se lamentaba de ello, le decían: “No se preocupe usted, los tenemos aquí para eso, y además hay muchos”. ¡Pobres niños inocentes, siempre víctimas de nuestros errores! ¡Siempre en medio de una guerra!

José María Hercilla Trilla
Salamanca, 15 Enero 2.009

(Publ. en www.esdiari.com de 4-2-09)

No hay comentarios:

Publicar un comentario