lunes, 15 de marzo de 2010

5/10: ¿ME QUEDO O ME VOY?

5-10

¿Me quedo o me voy?


Acabo de leer el periódico –el de papel-, y me ha sorprendido la afirmación que hace un político, diciendo que si prosigue la crisis se presentará a la reelección, a fin de liderar un tercer mandato, creo que cuatrienal. Nada dice de lo que hará si no prosigue la misma y se aclara el panorama.
Sorprendido y perplejo me ha dejado, pues tal afirmación contradice abiertamente mis creencias, mi opinión, mi modo de ser y de estar, mi pensamiento, mi regla de conducta, o como quiera usted llamarla. Si durante ocho años, es decir dos legislaturas, has pilotado la nave en la que todos vamos embarcados, y la nave lleva torcido rumbo, amenazando incluso con un forzado o inevitable embarrancamiento, cada día con un mayor censo de parados –también de funcionarios-, demostrado queda que no está pilotada muy acertadamente. O se cambia el rumbo, o se cambia al capitán, digo yo. Y conste que nada tengo contra éste, Dios me perdone, cuya eterna sonrisa admiro y envidio, pero cuyas ideas socialistas no he visto ni veo por parte alguna. Tal vez por eso de que cada día veo peor. Pudiera ser.
A mi corto juicio, no es cosa de bajarse ahora, cuando aún no se ha rematado este segundo viaje, del puente de mando, tirar la gorra de capitán por la borda y decirnos ahí te pudras, arréglatelas como puedas. Un capitán honrado, y por tal lo tengo, no abandona el barco en medio de una tormenta, y hace bien en seguir comandando la nave y en fijar su rumbo –acertado o no-, hasta llegar a puerto y entregarla al armador de la misma, o al consignatario, si así procede, en este caso al pueblo llano. Me gustaría haber escrito “al pueblo soberano”, pero hace ya muchos años que me desengañé de que tal cosa –la soberanía- fuera atribuible al pueblo llano. Por lo menos, jamás me creí en posesión de participación alguna de tan cacareada soberanía. Llano sí, en el trato, en el aspecto personal, en el trabajo, en las aspiraciones, en todo. La llaneza es atributo inseparable de toda persona educada, y por ende, de todo pueblo con las mismas cualidades, como, en general, es el nuestro.
Pues bien, volviendo al pilotaje de la nave, torno a insistir en que un avezado y honrado capitán no deja el mando sin completar el viaje –no dimite-, por muy tormentosas que sean las últimas millas del recorrido, por poco combustible que reste en los depósitos o muy deteriorada que se encuentre la nave. Pero de lo que no cabe duda es que, de gran parte de ese accidentado viaje, segundo que él comanda, de gran parte, la falta de acierto en el rumbo emprendido a él hay que achacarla, por acción, por omisión o por culpa “in vigilando” o “in eligendo” de sus hombres de a bordo, sus más próximos ayudantes.
Un capitán en esas condiciones adversas, con ese tiempo revuelto, de imprevisible apaciguamiento, que incluso amenaza con ir a peor, lo que está deseando es llegar a puerto,- eufemística forma de llamar al término de una legislatura, a un mandato cuatrienal-, y entregar la nave -o lo que quede de ella- a su armador, el pueblo llano, para que éste pueda elegir idóneo capitán para la siguiente singladura. Aunque elija otro salido de la misma Escuela, que no se trata de titularidad del elegido, sino de idoneidad, de capacidad del mismo, sea quien sea y venga de un lado o de otro.
Lo que no podré entender jamás es eso de que “si llevo torcido rumbo y además la escora de la nave es cada día mayor, intentaré seguir capitaneándola en una tercera etapa”, sin cambiar el rumbo emprendido, por supuesto, ya que eso –lo de fijar el rumbo-, entra dentro de mis competencias capitanas.
Más lógico hubiese sido oír de su boca lo contrario, algo parecido a esto: “”Como esto no se enderece, como el tiempo no aclare, como no se apacigüe la tormenta, como no desaparezcan los parados, como siga la crisis, como …, como…, como…., mientras así no suceda, mejor será dejar de pensar en seguir capitaneando la nave y acogerse a la suculenta y vitalicia jubilación que las leyes me permiten. Que otro valiente se ofrezca a capitanearla y que la suerte le acompañe en su intento. Yo, en estos ocho años, he hecho lo que buenamente he podido y lo que malamente me han dejado hacer otros, pero os aseguro que entrego el mando teniendo la conciencia tranquila. Adiós””
Sólo en el caso de una extrema bonanza, la mar tranquila, la nave surcando rutas de bienestar y de riqueza, sin un solo parado a bordo –ni tampoco deambulando por los muelles-, vencida la crisis y sin atisbos de otras en el horizonte, sólo en ese caso me hubiese resultado comprensible –y también admisible y disculpable-, una declaración parecida a: “”Como la nave marcha viento en popa, con rumbo acertado y enfilada a seguros puertos, como no existe ni uno solo de los parados de otras veces, como todo va como una seda, sin necesidad de vigilancia ni cuidados especiales, sin requerimiento de medida extraordinaria alguna, felices todos, los tripulantes y el pasaje, como sé que todos, absolutamente todos, estáis contentos con mi pilotaje, lo mejor para todos será que me nombréis capitán para esta tercera singladura que vamos a emprender juntos. Así pues, sabed que me presento a la reelección y quedad tranquilos, pues os prometo más de lo mismo, idéntico y feliz viaje””

Uno, en su insignificante insignificancia –ajustada redundancia-, de haber estado al mando y gobierno de cosa alguna, hubiese pensado así:
De ir bien mi gobierno, ¿a quién tengo que dar las gracias? ¿A Dios, a la suerte, a mis dotes personales o a mis gobernados? ¿Debo o no seguir desafiando la suerte?
Y de haber ido mal mi pilotaje de la nave, de haberla conducido a -o de no ser capaz de sacarla de-, una crisis, ¿no seré yo el culpable de esta situación? ¿No sería mejor para todos, que dejare el mando a otro, más capaz o más afortunado que yo, y me fuere a casa a gozar las mieles del retiro?

Comprendo que debe ser muy agradable estar oyendo todo el día, y en toda ocasión, al grupo de agradecidos botafumeiros eso de: Tú eres el más listo, tú eres el más guapo, tú eres el más sonriente, tú eres el único, tú…, tú…, y así hasta la extenuación. De los que te aclaman, claro; que no de la tuya, encantando de verte y sentirte poco menos que santificado. Que eso no cansa, sino que encanta.
Pero también hay que saber mirarse al espejo mágico de vez en cuando y preguntarle: “”Espejito lindo, dime la verdad. ¿Es cierto lo que dicen quienes me aplauden? ¿Soy tan guapo como dice mi cohorte de agradecidos amigos? ¿Soy tan listo como me aseguran? ¿Soy el único que puedo gobernar esta nave, en la que todos vamos embarcados? ¿Puedo, incluso, gobernar un continente, aunque sólo sea durante un semestre? ¿Y por qué no el mundo entero?””
Los espejitos mágicos, desgraciadamente, no hablan, eso lo sabemos todos. Pero estoy seguro de que piensan. Yo no voy a constituirme en la voz transmisora de ese pensamiento que tiene el espejo. Si él, el espejo, se niega a hablar, negándole la contestación a quien se mira en él, no voy yo a corregir su mudez.
Sin embargo, recordando lo que le sucedió al mozo torrejoncillano –que ya conté el otro día-, sorprendido por su abuela frente al espejo, interrogando a éste que qué más le faltaba a él, rico, listo, guapo, simpático, etc., etc., tal vez me atreviere a darle la misma contestación que dio la sabia abuela a su presumido nieto: “Prudencia, hijo; eso es lo que te falta a ti, mucha prudencia”

José María Hercilla Trilla
Salamanca, 27 Enero 2010


(Public. en www.esdiari.com del 31-01-2010)

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