lunes, 13 de julio de 2009

22 - EL PUERTO DE ARREBATACAPAS

22/9

El puerto de arrebatacapas

Este puerto de arrebatacapas se está convirtiendo en un sainete tragicómico, en un cuadro de costumbres –no recomendables, por cierto-, pues costumbre se han hecho los despropósitos que nos muestra o deja entrever la ambigua ralea política, ubicua y omnipresente en todas partes y en todos los niveles. Toda ella, que aquí no se escapa nadie. Todos quieren ser actores –y beneficiados-, sin someterse previamente a prueba que acredite su capacidad, y todos ellos, a cual mejor retribuido. Llega un momento, en que a fuerza de mirar el espectáculo, se confunde todo, ideas, personas, acciones y desaguisados; centralismos trasnochados, inoportunos autonomismos, desaforados nacionalismos, egoístas provincianismos y hasta ridículos aldeanismos; meteduras; de pata, corrupciones y enjuagues; nepotismos diestros y siniestros y hasta intermedios, masculinos, femeninos y epicenos, hasta llegar a constituir un cuadro abigarrado, excesivamente cargado de personas, personajes y personajillos –más de estos últimos-, que llega a turbar al espectador desprevenido que pretende entender de qué va la función que ante él se desarrolla, que rumbo lleva la nave en la que vamos embarcados. Tal vez, en ocasiones, pueda ser debido a la escasa luz que –¿deliberadamente?- ilumina el espectáculo; tal vez falta de enfoque adecuado, tal vez cansancio ante la monotonía de la farsa, la iteración y falta de interés del argumento, el hartazgo de tener que soportar a los mismos actores, con parecidos o iguales comportamientos –poco ejemplares en ocasiones-, no lo sé, la verdad sea dicha, pero casi todo lo considera uno “déjà vu”, ansiando descubrir nuevos actores, estrenar función con argumento nuevo, y sobre todo otro estilo y otras formas nuevas, de dirigir y de interpretar, de saber comportarse, en suma.
Y lo grande es que no sabe uno si es preferible esta semi-oscuridad del escenario, esta provocada falta de enfoque, incluso esta sordera inducida o esta ceguera aconsejada, que la clara visión y entendimiento de la tragicomedia en que vivimos. Para lo que hay que ver…

Mi amigo Polidoro, a quien inquieta y desconcierta en grado sumo comprobar la mansa aceptación del “arrebatacapismo” circundante, del que apenas se pueden abarcar sus límites, importancia y trascendencia, sostiene la teoría –válida para visitar cualquier pinacoteca-, de que estando muy cerca del cuadro no se aprecian sus detalles, de que hay que guardar cierta distancia para verlo mejor, distancia que se adquiere con la edad del espectador y usando de ciertas normas éticas de interpretación, cada día más olvidadas, cuando no abiertamente rechazadas, especialmente por los actores de la farsa.

Puede ser que tengas razón, Polidoro –le digo-; la edad avanzada –la tuya y la mía, por ejemplo-, esta que obligadamente nos conduce al desasimiento de todo, a la renuncia forzosa de unas cosas –antes apreciadas-, y a la voluntaria de otras, convencidos ya de la inanidad de las mismas, puede situarnos en condiciones privilegiadas de alejamiento para contemplar este cuadro, estos actores y sus ridículas interpretaciones sobre el escenario político, que, desde luego, no merecen aplauso. Ni pitada tampoco, pues la buena educación no debe perderse jamás. Ni aunque lo visto y oído sobre el escenario llegue a producir asombro, cuando no indignación. Y hay momentos en que es tan insólito e increíble el espectáculo, que incluso -pasado el asombro inicial-, si se goza de este prudencial alejamiento, puede uno –como tú me dices-, estallar en carcajadas al ver como se mueven, gesticulan, se agreden e insultan los polichinelas de turno.

Sí, José María –me responde-, esos grandes cuadros que pueden verse en nuestros museos, con muchos personajes en primer plano e innúmeros figurantes alrededor, como no te alejes de ellos no alcanzas a verlos con nitidez. Entonces te quedas asombrado de la belleza de la pintura y de la capacidad artística de sus autores. Ahora, con el cuadro panorámico político, visto desde lejos, te pasa lo mismo, pero a la inversa, y no puedes –si no quieres echarte a llorar-, que reírte a mandíbula batiente, del cuadro en general, de sus personajes centrales, de los personajillos adheridos, de la conducta observada por bastantes de todos ellos, de la ausencia de sentido común en el modo de obrar, ese sentido común por el que rogaba a Dios mi esposa, de que hablábamos en anterior comentario. Y no incidamos de nuevo –aunque tal vez sería necesario-, en lo de la “acrisolada honradez” y el “acendrado amor a la Justicia”, que mi mujer añadía en sus preces al Señor, y que yo –desde entonces- he hecho mías.

Vamos Polidoro –mejor dicho nos llevan, forzadamente- por buen camino. Leo hoy que en el primer semestre del año que sufrimos, han cerrado el negocio 87.000 autónomos. Cada día que sale uno a la calle se encuentra otro nuevo local de negocios que ha echado el cierre y otros varios que lo anuncian, ofertando en saldo su mercancía. A mí se me cae el alma a los pies. Cada cierre supone una serie de tragedias encadenadas: La del dueño de negocio, la de sus empleados –que pasan a engrosar el paro-, la de los acreedores que se quedan sin cobrar la mercancía que entregaron en su día, y finalmente –por no ahondar más- la del dueño del local, que deja de cobrar la renta, muchas veces imprescindible ayuda para sobrevivir, tal el caso de vivir el arrendador sin otra fuente bastante de ingresos. Salir a pasear y ver escaparates se está convirtiendo en cosa del pasado; ahora es a pasear y ver cartelitos de “Se alquila”, verdaderamente entristecedores. ¡Para echarse a llorar! Aunque tú me digas que para echarse a reír. Como no sea con lúgubre risa…, la risa del ahorcado. Pero en fin, la política es tan atrayente y remuneradora que no merece la pena preocuparse por nada de lo que pasa alrededor. Siempre que te dediques a ella, claro. Lo malo es para los que no se dedican, no viven, de la política, a los que, encima de sus preocupaciones, quizá para que se rían, se les asegura que todo va bien, y que a la vuelta de la esquina todavía irá mucho mejor. Las palabras de consuelo a una persona se le prodigan al verla en fase preagónica, un caritativo engaño, cuando lo que necesita son medicinas acertadas, intervención quirúrgica urgente si es preciso, no eso de “Hoy tiene usted mejor cara, seguro que a la semana que viene le mandan ya a casa”. A casa no sé, pero al cementerio, seguro.

A mí, José María –me dice-, no hay quien me quite de la cabeza que la culpa, más que de los políticos, es del culto al dinero, culto que se ha instaurado universalmente, que se ha institucionalizado oficialmente, unido esto a la relajación de la ética, con olvido de una serie de principios por los que nos regíamos los hombres, cuya observancia servía para medirlos y clasificarlos: Honrados, y los otros. Y es compresible que se quiera ganar dinero, asegurarse el porvenir, pero de eso a la acumulación media un abismo. Y digo yo que ¿para qué? La vida es tan corta y pasa tan rápida que de nada les va a servir lo acumulado. Es de lo que hablábamos antes, de que es precisa una distancia para poder apreciar las cosas, y los ochentones, a punto de cumplir la fecha de caducidad, nos damos cuenta de la inanidad de esas riquezas, sobre todo relacionándolas con las formas y modos con las que se han adquirido, no pocas veces a costa de indignidades y sacrificios ajenos. ¿Qué esto es filosofía barata? Pues claro que sí, y con ella basta para ir con la frente alta y la conciencia limpia, que es de lo que se trata. Eso de dimitir antes de que nos cesen, o eso de que le cesen a uno a la fuerza, por corrupto, o engañar para que te voten, o que no te vuelvan a votar por haber engañado o por ineptitud manifiesta, podrá estar muy bien pagado, pero sólo en moneda, no en consideración de los hombres de bien. No quiero, ni busco, ofender a nadie, y si usted, Señoría, no se encuentra incluido entre los adoradores del becerro de oro, entre los que anteponen la satisfacción del ego a la satisfacción de las necesidades públicas, al cumplimiento del deber, no sabe cuanto me alegra y satisface, aprovechando esta ocasión para felicitarle, y para felicitarme también a mí, como le dije en una ocasión a un político probo, al que conocía por sus obras, cuando lo reeligieron.

Sí, Polidoro –le digo-; no insistas y déjalo ya, serénate, que todavía se pueden encontrar políticos instruidos, honrados y justos, aunque tú no los conozcas. Te lo aseguro. La pena es que no haya más, dicho sea todo esto “animus iocandi”.

José María Hercilla Trilla
www.hercilla.blogspot.com
Salamanca, 6 Julio 2009

(Publicado en www.esdiari,com el 13-07-09)

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