lunes, 20 de abril de 2009

11/9 - DEL OCIO Y EL PLURIEMPLEO

11-9

Del ocio y el pluriempleo


Estoy leyendo “La princesa de Éboli”, del muy culto y ameno historiador don Manuel Fernández Álvarez. Lo recomiendo, el libro, sin cobro de comisión alguna por mi parte.
Llego hoy, en mi lectura, a la página 86, y leo en ella una frase reveladora de lo que era la vida de algunos –de muchos-, en aquella Corte palaciega. Dice así: “Puede afirmarse que el principal problema de aquella Corte, presidida por la reina Isabel de Valois, era la de combatir el tedio”.
Y me he quedado pensando en lo que pudiere tener todavía de vigente esa afirmación, referida –claro está- a ciertos ámbitos de la vida política, o más concretamente a ciertos sujetos que a su amparo viven. Una cosa es el Gobierno, y sus componentes, el llamado poder ejecutivo, que por estar obligado a cuidar de la “res pública” –y a dar cuenta de ello-, es obvio que no puede descuidar un momento su atención, y carece –o debe carecer, por lo menos- de tiempos muertos dedicados a la ociosidad, y otra cosa es el resto de la cohorte política, gran parte de ella no tan ocupada como la anterior, como resulta evidente.

-Para mí –me comenta mi buen amigo Polidoro, con quien he hablado de esa ociosidad palatina en la corte de Felipe II-, que es cosa ésa, la posibilidad de ocios, que debiere cuidarse, e ítem más, también evitarse-, en toda corte, palatina o no, que no en balde es de conocimiento popular aquello de que la ociosidad es madre de todos los vicios. La ociosidad, entendida ésta como tiempo libre de obligaciones o dedicaciones, laborales o de otro género, debiere estar prohibida. No sé si esto que digo será fiel, aunque tardío recuerdo de lo que viví en casa de mis padres, donde estaba vetado el vivir mano sobre mano. ¿Qué haces?, me decía mi padre, al verme parado. “Nada”, le contestaba yo. Y me decía así: “Pues haz algo, hijo, lo que sea; lee, estudia, escribe, trabaja, canta, silba, haz gimnasia, pero haz algo, no estés parado”, con lo que queda claro que en aquella casa vivíamos en movimiento continuo. Hasta emanciparme no logré encontrar un momento de ocio, por lo menos sin que la conciencia me remordiera.

-Pues seguramente esa misma educación, casi espartana, que a ti te impartieron –le digo a Polidoro-, es en la que debieron educarse alguno de esos políticos, a los que no les basta con dedicarse a las labores propias de su sexo, digo de su alto cargo político, ocupación debidamente retribuida con cargo al Tesoro Público, como propias de trabajo exclusivo y dedicación a tiempo completo, y que buscan rellenar los huecos, y no pequeños, que el desempeño de su cargo ofrece, con otra actividad al margen de la política, prohibida en principio, esta segunda actividad, por sus propios estatutos. De ahí, de ese loable huir de la ociosidad, el pretender llenar su tiempo con otra ocupación –aunque vetada-, amén de con otro sueldo, suculento, claro está, que algunos solicitan.

-Y yo no lo veo mal, José María –me dice Polidoro-; eso de los tiempos muertos, de los prolongados ocios, debiere estar prohibido, sobre todo en actividades retribuidas como de dedicación exclusiva, salvo que el laborioso sujeto que pretendiere ocupar ese tiempo vacante –y retribuido- en otra actividad distinta, devolviere al Tesoro la parte proporcional de lo que recibe de éste por su principal actividad política. No me parece de recibo que los contribuyentes abonemos a esos hiperactivos señores un suculento suelto –amén de dietas y otras gabelas-, por ocho horas de trabajo diarias, que es lo menos que se puede exigir a cualquier ciudadano, y que además se busquen un sobresueldo en trabajos extraordinarios y también extraordinariamente retribuidos. Y remarco lo de extraordinarios, pues siempre suelen ser trabajos de asesoría, dirección, representación, pero jamás de los que verdaderamente exigen sudar la camiseta, y perdón por usar este democrático símil ciclista. En estos momentos de crisis, cuando más de tres millones y medio de ciudadanos están buscando un trabajo cualquiera, de lo que sea, no importa si celador o basurero, no resulta muy elegante saber de otros ciudadanos privilegiados, que no sólo tienen un trabajo –en realidad un cargo de dedicación exclusiva-, seguro y extraordinariamente bien remunerado, sino que además, al amparo del mismo, se les ofrece separadamente una segunda colocación, también soberbiamente retribuida, sin devolver ellos al Tesoro un dinero no ganado, es decir el correspondiente al tiempo dedicado a la segunda actividad. Cuando vuelvan –si vuelven- los tiempos de las vacas gordas, cuando exista pleno empleo, cuando las ofertas de trabajo superen las demandas del mismo, entonces será admisible esa situación de dos sueldos completos a cambio de dos medias actividades, pero de momento tal pretensión resulta, cuando menos, vituperable, poco elegante, casi ofensiva para la pléyade de desheredados de la fortuna, en situación de paro forzoso y sin ver una rendija por donde meter la cabeza, ni encontrar solución al terrible dilema de pago de la hipoteca o desahucio a la vuelta de la esquina.

-Sí, Polidoro, eso del ocio -cortesano o palatino, congresual o senatorial, da igual-, parece poco oportuno, pero no somos nosotros los llamados a corregirlo, ni los que podemos hacerlo. Si los interesados lo creen aceptable –en ellos, claro está-, ¿qué vamos a hacer nosotros? Y quede claro que en este inane comentario no existe atisbo alguno de “animus offendendi”, sino la simple constancia de una situación que no se acaba de comprender, ni por mí, ni por ninguna de las personas con las que hemos hablado de esta situación de privilegio que algunos pretenden hacer suya. Dios les perdone.

José María Hercilla Trilla
Salamanca, 6 Abril 2009

(Publ. en www.esdiari.com del 20-04-09)

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