lunes, 11 de mayo de 2009

10/09 - EL "VUELVA USTED MAÑANA"

10/9


El “Vuelva usted mañana”, pero actualizado

Se escribe estos días, por unos y otros, todos ellos cultos e importantes personajes, sobre aquel brillante escritor, de vida breve, pero que dejó larga e indeleble memoria entre nosotros, llamado Mariano José de Larra, nacido hace ahora dos siglos (1809-1837).
También ha sido casualidad que hace escasos días, sin pensar en el bicentenario de su nacimiento, recordara yo a tan insigne escritor, que vino a morir de inconformismo en la flor de la vida, tal vez –entre otras causas- por su excesivo amor a España y a la obra bien hecha, perfección que no encontraba, o no supo encontrar, en ella. Puedo estar equivocado, como siempre digo, pero esa es la idea que tengo del mal que le aquejó tan profundamente como para llevarle al suicidio a la temprana edad de veintiocho años. ¿Qué, además, hubo por medio unos amores extramatrimoniales contrariados y hasta un matrimonio digamos que poco consolidado? No lo negamos, sería absurdo. Así lo afirman los enterados. Siempre, en el desenlace de una situación –en este caso un suicidio-, concurren una serie de concausas, de diversa entidad ellas, que actúan como desencadenantes en mayor o menor grado, sin que nadie, a excepción del protagonista, pueda saber cual de ellas fue la que tuvo mayor influencia en su fatal determinación.
Yo encuentro más romántico morir por España, que hacerlo por un amor adulterino, aunque sólo sea por que sigo creyendo que España sólo hay una, e irreemplazable además, mientras que no sucede así en el caso de la amada infiel, a la que siempre puede hallarse sustituta, a poco que uno se lo proponga. Eso dicen los expertos en tal clase de tejemanejes.
Así pues, seguiré diciendo que Larra murió del “mal de España”, sin necesidad de ampararme para decirlo en sus textos clásicos, de casi todos conocidos, que no voy a detallar aquí por eso mismo, aparte de por no parecer pedante, textos en los que reiteradamente y bajo diferentes pseudónimos, nos muestra su inconformismo con los males que aquejaban a su patria. Queda como más bonito afirmar eso de cualquier difunto que decir de él que murió de un amor accidentado o de una diarrea galopante.
No sé si atreverme a afirmar que uno de sus artículos, aquel de “Vuelva usted mañana”, que todos conocemos, sigue estando de rigurosa actualidad. Incluso puede vaticinarse, sin temor a error, que lo estará siempre.
Pues bien, el recordar el otro día yo a Larra, fue por la nueva versión de ese odioso “vuelva usted mañana”, que regía en sus tiempos -hace doscientos años-, que me estaba tocando sufrir a mi de nuevo, en aquella triste mañana, cuando trataba de cumplir con mis obligaciones de fiel contribuyente, encontrándome, en vez de con facilidades por parte de la Administración, con una especie de muro insalvable, casi imposible de saltar.
Con motivo de la preparación de los datos anuales, del pasado 2008, para confeccionar la declaración de un impuesto, caí en la cuenta de haber sufrido un pequeño error en la última declaración de otro de ellos, tanto en el modelo trimestral como en el de su resumen anual. Animoso, resuelto a subsanar el error, ingresando en el Tesoro la diferencia observada, cogí el teléfono para solicitar información de cómo hacerlo, es decir de qué impresos debía rellenar y qué pasos seguir para corregir lo mal hecho.
Y aquí empezaron mis desventuras. Llamé por teléfono a la oficina de la Administración que creí oportuno y después de hacerme esperar, mientras me obligaban a escuchar una musiquilla indigerible, me dijeron que me había equivocado, que me dirigiese a una Agencia determinada, que es la que ahora se encargaba de eso, de resolver mis dudas. Así lo hice y escuché una nueva musiquilla –del mismo estilo que la anterior-, al tiempo que una voz discal (grabada en disco), me decía de carrerilla, sin dar tiempo a tomar anotación alguna, algo así como que si mi consulta era sobre A, pinchara el número 1; si era sobre B, que pinchara el 2; que si era sobre C, acudiera al 3; si sobre D, lo hiciera al 4. No pude tomar nota alguna, ni me dio ocasión para recordar tan veloces instrucciones, por lo que colgué el teléfono y volví a establecer comunicación, dispuesto a escuchar de nuevo y con mayor atención, así como a no perderme ninguna de tan prolijas instrucciones, dichas además con tan excesiva como innecesaria velocidad. Pude, en este segundo intento, deducir que, puesto que era sobre “A” mi consulta, debía pinchar el número 1, y así lo hice. Nueva e inaguantable musiquilla, y después de un rato, nueva e ingrata voz discal que decía: “No cuelgue; enseguida le atenderemos; el funcionario está atendiendo a otro contribuyente”. Quizá no fueran esas las palabras exactas, pero eso venían a decir. Y seguía la música, sin cesar, hasta que al cabo de otro rato volvía a sonar la voz discal, repitiendo por segunda vez lo de “No cuelgue; enseguida le atenderemos; etc., etc.,”. Y otra ración de música, bueno, de tabarra enlatada; y otra vez la voz discal, como venida de ultratumba, repitiendo lo de “No cuelgue; enseguida le atenderemos, etc., etc.”. Y así una vez y otra y otra y no sé cuantas.
Pero, por fin, una amable señorita me preguntó por mi problema. Le dije que, preparando los papeles para hacer una declaración anual, había observado el error sufrido en otra declaración de las que se hacen trimestralmente. No me dejó seguir; en cuanto escuchó de mis labios la palabra RENTA, me remitió al número 4, donde me atenderían. Pinché el 4, y nueva musiquilla, y nuevo “No cuelgue, etc., etc., etc.”, repetido una y otra vez, insistiendo en que el funcionario que debía atenderme estaba muy ocupado. ¿Qué tiempo pasó? No lo sé, pero de todas formas un tiempo excesivo y también abusivo. Se puso el nuevo funcionario, el del número 4, y volví a explicarle el motivo de mi consulta. Cuando hube acabado me dijo que eso no correspondía a su negociado, sino a otro, que volviese a llamar al número 1.
Y volví a pinchar el número 1, y volví a oír la musiquilla, y tornó la misma voz a repetirme por enésima vez lo de “No cuelgue usted, etc., etc., etc.”, y después de repetírmelo un montón de veces, volví a escuchar otra voz funcionarial –es decir impersonal- que me preguntaba por mi problema. Y volví a explicarlo, y, como en las dos veces anteriores, me remitió a otro número distinto, detrás del cual encontraría al funcionario que daría solución a mis dudas, que no eran otras que cómo hacer para ingresar en el Tesoro Público unos pocos euros, muy pocos, que no ingresé en su día por error.
Pinché ese cuarto número, oyendo de nuevo la odiada musiquilla y el cansado sonsonete de “No cuelgue usted, etc., etc., etc.”, que ya me iba sacando de quicio con su obstinada y cansina reiteración. Hasta tal punto se prolongaba esa absurda situación que, viendo lo que yo tardaba en salir de mi cuarto de trabajo, abrió la puerta mi mujer, extrañada por mi tardanza en volver a su lado. No sé que cara debió verme, que exclamó asustada ¿Qué te pasa? Debía estar congestionado, seguro. Sé que me temblaban las manos. Sin separar el auricular de mi oído, le expliqué lo que me estaba pasando, y aquí fue donde le dije eso de que “aquí quisiera ver yo a Larra”, oyendo lo del “No cuelgue usted, etc., etc., etc.”. No soy, nunca fui, hombre violento, pero en aquellos momentos me invadían impulsos homicidas. Se lo dije a mi mujer: “Si tuviera una pistola y al autor de esa musiquilla delante, me liaba a tiros”, Dios me perdone.
Al fin, después de más de hora y media desde que empezó aquel diálogo para besugos –una hora y cuarto, por lo menos, de horrenda musiquilla-, pude hablar con el cuarto y último funcionario, quien dio la solución a mi problema: Rellenar un modelo determinado, haciendo en él la rectificación oportuna, y, poniendo una X en una casilla que indica que es una “declaración complementaria”, hacer el ingreso oportuno en una entidad bancaria. Rellenar otro impreso, de modelo y número distinto, hacer la misma corrección, en este caso con cifras anuales, poner otra X en el recuadro “Declaración sustitutiva”, y presentarlo en la ventanilla de la Agencia a la que me estaba dirigiendo.
¿Ven ustedes qué fácil era todo, y qué difícil fue entenderse con aquella maldita musiquilla y aquel repetitivo sonsonete de “No cuelgue usted, etc., etc., etc.”?
¡Ah, pero si ahí hubiera acabado todo….! Pero no, todavía me faltaba otro funcionario, otro facilitador de mi tarea. Rellenados ambos modelos de impreso, e ingresados los pocos euros a que ascendía mi error, hube de desplazarme, trabajosamente apoyado en mi bastón, hasta las oficinas de la susodicha Agencia. Y menos mal que ese día no me tocó hacer cola. Dos funcionarios, sentados el uno frente al otro, estaban en animada conversación con un tercer colega, éste de pie derecho, venido de alguna otra dependencia, charlando amigablemente los tres de cualquier cosa, ajena al servicio por lo que alcancé a oír.. Hube de esperar breves momentos, hasta que uno de los allí sentados se dignó atenderme. Le saludé atentamente y dije que venía a presentar esa “declaración sustitutiva”. La miró, me dijo que no era necesaria, que podía volverme a casa con ella. Le dije que otro funcionario me había informado que sí lo era. Puso como mal gesto, volvió a mirar displicentemente el impreso, y finalmente se decidió aceptarlo, sellándome el duplicado. Volví a saludar, muy atento, feliz por haber logrado dar buen remate a aquella ardua empresa de corregir un error e ingresar poco más de cien euros en el Tesoro Público. De ellos, sólo me escocía que, tal vez, parte de los mismos fuere para pagar el sueldo a aquel desconocido inventor de la musiquilla de marras, la sustitutiva del clásico “Vuelva usted mañana” que vino a indignar a aquel joven escritor llamado Larra. De los diligentes funcionarios que me estropearon una mañana entera, nada digo. La culpa no era suya, sino del sistema que les había sido impuesto desde las ineficientes alturas como forma de llevar a cabo su trabajo.
Ya han pasado unos días, pero sigo pensando en el “Vuelva usted mañana” que Larra nos describió tan brillantemente en su inolvidable artículo, y declaro que lo prefiero al tormento de la insufrible musiquilla que llegó a sacarme de quicio y hacerme pensar en homicidios absurdos, aunque no del todo injustificados, Dios me perdone.

José María Hercilla Trilla
Salamanca, 28 Marzo 2009


(Publicado en www.esdiari.com del 11-05-09)

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