martes, 8 de junio de 2010

18/10 - OTRA VEZ EL BILINGÜISMO EN POLÍTICA

18/10

Otra vez con el bilingüismo en política


Estoy seguro de haberme referido con anterioridad a esta “grave preocupación” que embarga a nuestra casta política, resuelta la cual –la grave preocupación, no la susodicha casta, que esta no hay quien la resuelva-, se supone que todo empezaría a ir sobre ruedas en esta piel de toro, o en esta “pell de brau”, que igual da una cosa como otra. “Vusté ja m’entend”.

Hay que reconocerles que se esfuerzan lo indecible para demostrarnos que son justas sus retribuciones, acomodadas a sus altos merecimientos, al par que profundos saberes. Y no digamos patriotismo, que ese les revienta por las cinchas. ¡Pero que cachondos! Usted me perdone la expresión.

De nuevo vuelven a la carga del pluri-lingüismo en las Cámaras, esta vez creo que intentando implantarlo en el Senado, como si no estuviese ya éste lo suficientemente trastocado por las ideas, amén de intereses regionalistas o autonomistas, como para pretender ahora trastocarlo aún más con el lenguaje, cada uno hablando a su aire, esperando epatar al colega que no conozca su particular jerga y se admire de la innata sabiduría del orador de turno, tal como le sucedía al portugués, aquel que se admiraba de que en Francia todos, desde niños, supieran hablar francés. El Senador extremeño, pongo por caso, quedaría boquiabierto al oír expresarse en perfecto catalán a su colega barceloní, diciendo éste aquello de “setze jutges menjen fetja d`un penjat….”, aludiendo por ejemplo a que ahora, en esta pluscuamperfecta democracia (¿dónde está ella?), tal “menjaduría de fetja” no sería permitida. Se diría mi paisano cacereño, echándose las manos a la cabeza: “Jamás creí que ese colega fuese tan inteligente, que hasta habla en catalán con evidente soltura y desparpajo”.

Con esa admiración mutua, asombrados de oírse hablar, cada uno en su regional gabacho, se aumentaría el aprecio, respeto y consideración entre ellos, y hasta podría conseguirse cierto nivel, aunque no fuere mucho, de rendimiento en su trabajo en bien de la comunidad nacional, la que les mantiene. Tal vez, un día, decidieran ponerse a trabajar en asuntos serios, de los que verdaderamente nos preocupan a los contribuyentes, tal como el paro, la corrupción, etc., etc.

Al surgir alguna duda, en cualquiera de ellos y sobre cualquier asunto, podría uno decir: “Preguntadle al colega gallego, que es un sabio, tal como habla en su lengua”. Desde luego, no iban a preguntarle a mi paisano, cacereño él, que será senador, pero no sabe gallego, el pobre, ni tampoco otras lenguas de esta España nuestra.

En aquel Mahón de mi lejana infancia, donde, tal como hacía el niño nacido o llevado a Francia, que aprendía francés sin darse cuenta de ello, y además lo dominaba con correcto acento, yo, en Mahón, me hice bilingüe, sin darme cuenta de ello, usando indistintamente una lengua u otra, el castellano o el menorquín, sin que nadie pudiera adivinar mi nacencia extra-insular por causa del acento de mis palabras menorquinas. Ahora, cuando oigo a algún político hablar en catalán y presumiendo de catalanismo, con un acento castellano que no se lo quita nadie de encima, que da repelús, no puedo por menos de sonreírme. A este que digo, no me lo imagino hablando en la Alta Cámara en catalán, pues se expondría a que algún senador, chungo él, le dijere: “Habla en castellano, colega, que se te ve la oreja; es lo tuyo, y se te da mejor”.

Perdón, que me he ido por las ramas. Estaba recordando mis años menorquines, cuando oí a mi padre decirme aquello de que “el sentido común es el menos común de los sentidos”. Seguramente me estaría llamando la atención por alguna de mis muchas locuras, que no eran pocas, aunque de escasa entidad. Recuerdo cuando puse alfileres en las sillas, con asiento de anea, en la Iglesia de Santa María, con destino a las nalgas de los devotos fieles que acudían a oír misa. Afortunadamente, para los fieles, fui descubierto en mi faena por el sacristán y entregado por el párroco a la jurisdicción paterna. De ahí esa admonición, aparte de un cachete, que me endilgó mi padre sobre el sentido común y su escasez en el hombre común. Y entonces, también en mí, aunque todavía no llegaba a hombre.

Cuan lejano ese día, y sin embargo no lo he olvidado jamás, ni el discurso, ni tampoco el cachete que me gané con mi “travesura”. Nada tiene de extraño que cada vez que veo agitarse a un político para, al final, salirnos con una “boutade” –por decirlo finamente-, me viene a la memoria el recuerdo de mi padre y sus sabias palabras sobre lo escaso que es el sentido común en el común de los hombres.

Lo hablaba con Polidoro, mi buen amigo, recordando la oración que reza su santa esposa, pidiendo a Dios “que los políticos tengan sentido común, a falta de inteligencia; acrisolada honradez y acendrado amor a la justicia. Con eso nos conformamos, Señor, Dios nuestro. Amén”

En una de esas locas cabecitas que Dios les ha dado, de pronto, surge una idea, y sin más, sin pensar las consecuencias de todo género que puedan derivarse de su aplicación, se emperran en aplicarla y además inmediatamente, a ser posible. ¿Puede haber algo más ridículo, amén de disparatado, que una reunión de trescientas personas, todas ellas -sin excepción-, conocedoras de una misma lengua común, y que además dominan a la perfección, empeñadas en hablar cada una de ellas en su particular idioma -y con su peculiar acento casi todas, excepto contadas excepciones-, exigiendo además la intervención de una serie de intérpretes, bien retribuidos, por supuesto, para que traduzcan lo hablado en aquel guirigay, aumentando los costos de personal y dilatando innecesariamente los tiempos de discusión de cada uno de los problemas que sus señorías tienen la obligación de resolver?

Además, no olvidemos que los intérpretes conocen –se supone-, cada una de las lenguas de su especialidad, generalmente en su versión culta o académica, pero en ocasiones pueden desconocer ciertos giros “no académicos” o ciertos eufemismos usados en el habla corriente de las gentes, y también por los senadores, que siguen siendo corrientes, aunque algunos lleguen a senadores. Que de menos nos hizo Dios.

Yo, como cacereño de nacencia, aunque mahonés de crianza, habré de rogar al senador de mi vasta región extremeña que exija la presencia del “castúo” en los debates de la eficiente y docta alta Cámara. Que no va a ser menos mi Extremadura que Cataluña, o Galicia, o Vascongadas, o Asturias, pongo por caso. ¡Hasta ahí podríamos llegar! Para que sepa España entera, como decía el eximio poeta Luis Chamizo, en su “Miajón de los castúos”, “como palramos / los hijos d’estas tierras, / porqu’icimos asina: -Jierro, jumo, / y la jacha y el jigo y la jiguera”.

Si viviere mi padre, hombre recto y sabio, y tuviere que reprender –como hizo conmigo-, a tantos cabezas huecas y sin sentido como viven en y de la política, y ello de uno en uno, para más eficaces logros, recapacitaciones y arrepentimientos de los amonestados, tendría que hacer muchísimas horas extraordinarias. Y además, seguro que lo haría gratis total, no como los intérpretes de sus señorías, que nos costarán un ojo de la cara.

Se dice que el coste de la traducción no bajará del millón de euros. Lo justo, me dice Polidoro, es que quien quiera un capricho se lo pague de su propìo bolsillo, o séase, que se lo descuenten a los señores senadores de sus nóminas, no que tengamos que pagárselos nosotros, los sufridos y cansados contribuyentes.

Porque está visto, señores, sigue vigente el antiquísimo dicho que asegura que “el sentido común es el menos común de los sentidos”, por lo menos en ciertas castas y ambientes.

Una mica de serietat, Senyors. No vulgueu ara fer allò que no pasaba, fins ara y en moltas ocasions, de comic, sempre que s’escoltasi amb esprit lliura e independent, no vulgueu fer-ho ara també ridicol, y no mes que per ganas d’emprenyár-vos els uns als altres. No sigueu caps buids.

(Animus ridendi, scriptum est. Que no está en la nostra ánima l`emprenyament a ningú. Ho juro)


José María Hercilla Trilla
(Pentalingüe, sin presunción alguna, más bien de
casualidad, como otros muchos)
Salamanca, 25 Abril 2010


(Publ. En La Codosera, el 2-05-10,
y en Es Diari el 10-05-10)

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