jueves, 5 de marzo de 2009

7/9 - UN MUNDO SIN PROBLEMAS

7/9

Un mundo sin problemas

Entra Polidoro en mi refugio, lugar tranquilo y silencioso donde escribo estos inanes comentarios, y alborotadamente me dice él:
- Alégrate, José María, y convéncete de que vivimos en el mejor de los mundos, un país sin problemas acuciantes, donde nuestros políticos, y también algunos grupos o asociaciones diversas, pueden dedicar su tiempo, y perderlo, claro está, en discutir nimiedades que a pocos contribuyentes creo que puedan interesar, salvo a ellos. Nada hay que resolver; todo funciona perfectamente. Esto es Jauja.

- ¿Por qué dices eso, Polidoro, por que lo de Jauja lo será para algunos, no para todos? –le respondo, asombrado de su estado eufórico, así como de su visión globalizadora de las nimiedades a las que se refiere-.

- Es bien sencillo de responder, José María, –me dice-. ¿No ves esos autobuses urbanos, pintarrajeados ellos, los unos negando la existencia de Dios, los otros afirmándola, derrochando dinero en absurdas publicidades que a nada conducen, salvo a enfrentamientos superfluos? ¿No ves a esos denodados políticos, empeñados ellos en discutir en el Congreso la conveniencia de aprobar la eutanasia; la de anular un convenio suscrito con la Iglesia católica; de regular el procedimiento para que los apóstatas puedan testimoniar oficialmente, urbi et orbi, su apostasía; su esforzado empeño en retirar o suprimir los crucifijos en los actos oficiales y muy especialmente en los de toma de posesión de cargos oficiales; su propuesta de cambiar la denominación de un aeropuerto –la de toda la vida, el nombre con el que se le conoce mundialmente, Barajas,- por el nombre de un político, al que conocemos los españoles y pocos más, y que además pocos recordarán al cabo de dos o tres generaciones de contribuyentes; y así “tó seguío”, como se dice en Andalucía? ¿Cuántas de esas “sabias” y acertadas propuestas vendrán a solucionar los verdaderos problemas que nos afligen, el primero de ellos el paro, al que deberían dedicar toda su atención y encaminar todos sus esfuerzos?

Me quedo pensando en esas palabras de Polidoro y debo concluir que no le puedo llevar la contraria, pues algo de razón no le falta. En la cuestión religiosa, donde algunos tienen a gala manifestarse en contra de ella en cuantas ocasiones se les ofrece o troneras tienen a las que asomarse, entiendo que debe distinguirse, por una parte la existencia o inexistencia de ese Dios que unos afirman y otros niegan, y por otra parte todo lo demás: las personas dedicadas al culto, cualquiera que este Dios pueda ser, y aun por otro, el patrimonio artístico inmobiliario y monumental puesto al servicio de cada religión, tan abundante esa riqueza en España.
A mi me admira el proselitismo de unos y otros, creyentes y ateos, por entender yo que en eso de las creencias sobran terceras personas. Ya se decía que “religión” viene de “religare”, volver a atar el vínculo que une al hombre con su Dios, o sea establecer una relación privada entre Dios y el hombre creyente. En resumidas cuentas, que ese creer o no creer de cada sujeto no importa a nadie, salvo al interesado. Me asombraría ver a cualquiera paseando las calles con un cartel en alto que dijere: “Soy creyente, creo en Dios”, como igualmente quedaría estupefacto si otro, en cartel parecido, pregonare su ateísmo. Mi reacción sería decir ¿Y a mí que me cuentan ustedes, amigos? ¡Con su pan se lo coman! Son asuntos privados, estrictamente suyos, o de ustedes con su respectivo Dios, que a nadie más conciernen. Por muy importantes que se crean ustedes. Ser creyente o ateo, cristiano o islamista, es su particular problema. Mientras usted no avasalle al prójimo, crea usted –o descrea- lo que le apetezca, pero, por favor, no incordie. Bastantes preocupaciones tenemos ya los mortales, para que, encima, tengamos que cargar con las suyas.
Yo confieso haber sido bastante agnóstico en mis años de atormentada juventud. Ello no supone sino simplemente declararme incapaz de alcanzar con mis propias entendederas el exacto conocimiento de Dios y de todo lo que trasciende la propia experiencia. Pero una cosa es ser agnóstico –reconocer con humildad mi incapacidad de saber con certeza absoluta de Dios y las cosas Divinas-, y otra muy diferente es ser y declararse soberbiamente ateo, lo que supone “saber de ciencia cierta” que Dios no existe, que ya es mucho saber. Mi soberbia juvenil nunca llegó a tanto. No pasé de dudar, unas veces en un sentido, otras veces en sentido opuesto.
Con los años he ido aprendiendo que la duda anida incluso, aunque solo sea a ratos o en puntos determinados-, entre algunas personas consagradas a Dios. A estas alturas de mi vida, sigo siendo en ocasiones un mar de dudas, tal vez por no considerarme –como los del autobús- lo suficientemente sabio como para alcanzar la certeza de la inexistencia de Dios. En mi humana limitación, y en mi limitado saber, no paso de dudar de vez en cuando y en determinados puntos. Como a tantos acaece.
Declaro mi respeto –iba a decir que admiración también- hacia todos los que gritan su ateísmo. Felices ellos, que gracias a su ciencia –no sé si infusa-, se atreven a afirmar tan tajantemente la inexistencia de un Dios por el hecho de no haberlo visto jamás. Yo, nunca he visto Nueva York, y sin embargo creo que existe. Ellos, la mayoría, se proclaman ateos por la gracia de Dios.
Nunca fui amigo de exaltaciones, que las más de las veces a nada conducen, pero al ir avanzando en edad comprendí que la prudencia en todo es lo más aconsejable al hombre. Ya lo advertía así Don Quijote a Sancho, al decirle: “Prudencia, Sancho, prudencia”. Corroborado esto por el más antiguo aforismo: “Prudentibus fortuna semper est comes”, o sea que la suerte acompaña siempre a los prudentes. ¡Ojalá sea así!
Y en este caso concreto que nos ocupa, de inanes discusiones, bueno es seguir los consejos del Aquinate, quien decía que a la idea de Dios no se llega por el sentimiento, sino por la reflexión, y nadie podrá negar que ésta, la reflexión, es labor propia de hombres prudentes.
Y, dirigidas al hombre reflexivo, en sus diversas obras, entre ellas la Suma Teológica, enumeraba las llamadas cinco pruebas de la existencia de Dios, pruebas que siguen siendo válidas después de siete largos siglos, casi ocho, transcurridos desde entonces. Él mismo reconoce la influencia recibida de Aristóteles, Maimónides, Avicena, etc., gentes de cuya inteligencia creo que ningún mortal puede dudar. El Aquinate reflexiona y en sus cinco propuestas nos ofrece la prueba suficiente par que admitamos, de grado o forzosamente, la existencia de un Ser Supremo. O, por lo menos, no podamos negar tajantemente su existencia.
No voy a abusar aquí de la paciencia de mis amables lectores, haciendo exposición y glosa de esas cinco pruebas del Doctor Angélico. Recomiendo su lectura, eso sí, pues pueden aclararnos las ideas y hasta disiparnos las dudas que nos asalten de vez en cuando. Lo que sí está claro, me parece a mí, es que esa existencia no se opone en nada a las teorías darwinianas de la evolución de las especies. Pero siempre tendremos que llegar a un punto inicial, a un germen de vida, sin empezar a evolucionar todavía, que nos obligará a acordarnos de la primera prueba, la del primer motor, la que nos exige reconocer que “alguien” creó de la nada ese primer germen, todo lo minúsculo y rudimentario que se quiera concebir, pero incapaz de darse la vida por sí mismo, de crearse “ex novo et ex nihil”. Lo de la evolución puede venir después, poco a poco, todo es cuestión de tiempo. Nada ni nadie lo impide.
Al hablar de creencias o descreencias, recuerdo aquella frase de Carl Sagan que decía así: “A veces creo que hay vida en otros planetas, y a veces creo que no. En cualquiera de los dos casos, la conclusión es asombrosa”. Lo mismo sucede si nos referimos a Dios, en cualquiera de los dos casos, resulta asombroso que usted y yo estemos aquí, sin mérito alguno por nuestra parte. Por lo menos, por la mía.

- De todas formas –me dice Polidoro-, ¿no te parece, vistas las nimiedades en que se entretienen ciertos políticos, que el “homo politicus” está en fase de evolución, sin haber llegado todavía a la perfección que sería aconsejable en todo aquél que se cree capacitado para dirigir a sus conciudadanos? ¿O sin haber pasado, por lo menos, por aquellas pruebas de la docimasia, instituidas por Solón y exigidas a los atenienses aspirantes a políticos, antes de dejarles ejercitar como tales?

- Todo es posible, amigo Polidoro –le respondo-, ya sabes que dudo hasta de mí mismo, con que no te digo de los demás…., sobre todo si los he de juzgar por sus obras. Pero bueno, mientras tanto y visto que en el país no existen grandes problemas, gracias a Dios; considerando que existe pleno empleo, que no hay peligro de crisis, que nuestros ahorros están seguros, que las pensiones no peligran, que nuestros hijos y nietos reciben la más esmerada educación con que soñar se pueda, bueno es entonces que los políticos –y los que aspiran a serlo- se entretengan en esas nimiedades que a poco conducen, salvo a partirnos de risa. Por no llorar de pena. ¡Qué país, puñeta, que país! No tenemos remedio. Media nación en paro, y nosotros discutiendo si son galgos o podencos.


José María Hercilla Trilla
Salamanca, 16 Febrero 2.009
http://hercilla.blogspot.com

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