martes, 6 de julio de 2010

21/10 - INANE COMENTARIO A CICERÓN

21/10

INANE COMENTARIO A CICERÓN


No, no ha sido la casualidad, ni el azar, sino la mano de una buena y culta amiga salmantina, Alicia González Mallo, la que me ha enviado una cita de Marco Tulio Cicerón (año 106 a 43 a. de C.), que debieran conocer todos nuestros ilustres políticos, empeñados ellos en gobernar nuestras vidas, sin habernos demostrado antes que son capaces de gobernar sus casas, y mucho menos de conseguir hacerlo bien.
Públicamente te doy las gracias, amiga Alicia, que no todos los días se recibe un correo de este tipo y nivel, antes bien, lo corriente es que sean antagónicos a éste, más bien chungos y deleznables, y no cito ninguno, no vaya a ofenderse alguno de mis amables y espontáneos corresponsales.
Dice Marco Tulio Cicerón que: “El presupuesto debe equilibrarse, el Tesoro debe ser reaprovisionado, la deuda pública debe ser disminuida, la arrogancia de los funcionarios públicos debe ser moderada y controlada, y la ayuda a otros países debe eliminarse para que Roma no vaya a la bancarrota. La gente debe aprender nuevamente a trabajar, en lugar de vivir a costa del Estado”.
Lo asombroso no es lo que decía Cicerón, sino el que lo dijera en el año 55 a. de C., hace la friolera de 2.065 años, y que además parezca escrito ayer, totalmente aplicable lo dicho a nuestras actuales circunstancias, por lo visto tan malas como debían serlo entonces. Es ello demostración evidente de nuestra escasa capacidad de superación, de que seguimos siendo el mismo burro, que sigue tropezando con los mismos políticos, quiero decir con las mismas piedras. Perdón.
Cicerón contaba 51 años de edad, la suficiente para haber acumulado una sólida experiencia y haber sido testigo de más de un desmán de sus coetáneos políticos, pues visto está, leyendo lo que nos dice, que ya por entonces tampoco andaban las cosas por muy buenos caminos, que también el presupuesto estaba descuajaringado –como el nuestro-; que el Tesoro tenía más telarañas que denarios u otra cosa equivalente –como le ocurre al nuestro-; que la deuda pública se había disparado –igual que la nuestra-; que los encargados de la administración pública –los funcionarios que dice él-, estaban descontrolados, y que encima, estando inmersos en esa precaria situación económica que agobiaba a Roma, aún había que ayudar a países extraños –como nosotros ahora a Grecia-. Todo eso, amén de que gran parte de los ciudadanos vivían a costa del Estado, no de su trabajo, situación a la que se habían acomodado, desentendiéndose de todo y olvidándose hasta de trabajar, incluso de cómo se trabajaba, unos por voluntad propia, pero los más, como sucede ahora, seguramente obligados por el paro, por no encontrar trabajo y tener que cobijarse bajo el manto protector de las ayudas públicas, tan cortas en ocasiones, que les dejaban los pies fuera y helados.
Obligado es hacer comparaciones, por odiosas que éstas sean, y concluir que nos hace falta un nuevo Marco Tulio Cicerón, para repetir y gritar sus viejas y sabias palabras a nuestros mandamases, visto que no han perdido vigencia y lozanía aquéllas, ni han cambiado los desastrosos modos de gobernar de que usan éstos, iguales o parecidos a los de aquellos gobernantes coetáneos ciceronianos. Como dice mi amigo Polidoro, unos y otros, al final, todos iguales. ¡Eso es lo malo de la política! Que, generalmente, no hay donde escoger, por mucho que mires en torno. Y al final, se tiene uno que conformar, aunque sea renegando, con una nueva edición que no es sino copia de la primera. Y menos mal si no es peor.
Polidoro tiene la teoría de que toda crisis sobreviene cuando la masa de dinero circulante es inferior a la masa de dinero atesorado, atesorado por unos cuantos, se entiende, a los que nada basta para saciar su avaricia, como si encerrasen dentro de sí la esperanza, cuando no la ilusoria certeza, de ser ellos eternos. También dice él, Polidoro, aunque no es filósofo, que eso, esa avaricia desmedida, de que hace gala y ostentación nuestra casta política y la ralea económica directiva de bancos, cajas y grandes empresas, es cosa muy humana. Y debe tener su razón, ya que, por lo que vemos que nos dice Cicerón, la cosa viene de lejos. Tal vez, incluso, hasta de antes de la invención del dinero, cuando imperaba el trueque. Siempre habría algún cacique y malnacido que quisiera tener para él todas las cabras o todo el grano de la tribu, sin tener remordimientos de conciencia al ver famélicos al resto de los tribeños, valga el neologismo.
Y lo grande es que nos quieren hacer creer, nuestros actuales jefes de tribu, que somos un pueblo civilizado y encima democrático. Eso de democracia me huele, por mis remotos conocimientos del griego -donde “demos” significaba pueblo y “cracia” equivalía a dominio o poder-, a gobierno del pueblo, o por lo menos para el pueblo. Ya sabemos que algunos políticos acotaron el primitivo significado y dejaron establecido que democracia es el gobierno para el pueblo, “pero sin el pueblo”, incluso alguno hay que piensa que lo más alejado posible del pueblo.
Pues bien en ese gobierno democrático -nos mienten también-, todos los ciudadanos tienen los mismos derechos y obligaciones. Supongo que se refieren al derecho a nacer –con las limitaciones del aborto provocado voluntariamente-, y la obligación de morir, de la que nadie se libra, aunque los ricos y poderosos parecen olvidarse de ella, de esa obligación, con su conducta avariciosa.
Pero de ahí no pasa la igualdad. Por ejemplo, nosotros, los simples mortales, necesitamos haber cotizado treinta y tres años de trabajo para tener derecho a una pensión de jubilación, en muchos casos insuficiente a nuestras necesidades. ELLOS, y fíjense que lo escribo con mayúsculas, en señal de respeto, no por chunga, se han acortado desorbitadamente ese plazo de cotización, e incluso algunos hay de entre ellos a los que parece suficiente haber tomado posesión del cargo, aunque cesaren al día siguiente, para tener derecho a una suculenta pensión vitalicia.
Mires donde quieras, a derecha o izquierda, da igual, una cosa es la que nos predican a los simples mortales, y otra muy diferente es lo que ellos se aplican para sí y los suyos. ¿Igualdad? Que me la claven en la frente, me contesta Polidoro al oírme formular la pregunta.
De todos modos, si teniendo a Cicerón entre ellos, no fueron capaces de enderezar el rumbo de aquella nave del gobierno romano, ¿qué vamos a hacer nosotros, sin Cicerón alguno que nos señale el rumbo cierto que debe tomar la nuestra?
No es desconfianza lo que nos embarga en estos momentos –dice Polidoro-, es descorazonamiento, o sea pérdida de esperanza e ilusión, como dice el diccionario de la RAE que debe interpretarse esta palabra.
Y algo de asco también, le contesto. Tal vez esté equivocado en mis apreciaciones, pero me siento defraudado por la casta de mandamases, en activo o en expectativa de serlo, da igual. Qué Dios y ellos me perdonen, que no hay ofensa en mis palabras, tan sólo absoluta desconfianza. Y eso, vive Dios, no es por mi culpa.

José María Hercilla Trilla
Salamanca, a 14 Mayo 2010

P/S.- Días después, ayer, 16-5-10, recibo igual correo de mi otra dilecta y culta amiga, Pilar Pascual Vicente, también salmantina. Gracias, pues, también a ti, amiga Pilar, gracias. Que Dios os lo pague a ambas.-J.Mª.H.T.- Salamanca, 17-5-2010


(Public. en www.lacodosera.com del 17-05-10)
(Id. en www.esdiari.com del 24-05-10)

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